jueves, 25 de septiembre de 2014

CAPITULO 20




Paula medio que había esperado que la señorita Gore hiciera de chaperona en su primera ―cita, así que cuando pareció que ellos estarían haciendo todo eso por su cuenta, estaba atrapada entre sentirse aliviada y nerviosa. Odiaba lo perra que había sido con Pedro, realmente estaba avergonzada, pero esto era su culpa.


El camino al restaurante de lujo había sido tranquilo. No tan
incómodo como tenso. Ninguno de ellos sabía qué decir. 


¿Qué tipo de rompe hielo utilizas cuando están pretendiendo salir uno con el otro?


Paula jamás fue buena pretendiendo nada. Una vez en la
secundaria, se presentó para las audiciones de la obra anual y lo hizo tan mal que tuvo que huir del escenario. 


Tendría que haber otra mujer en la larga lista de las mujeres con las que había sido visto recientemente que pudiera haber sido una mejor opción para este papel.


Mientras se detenían junto al valet y su puerta era abierta, ella no pudo evitar notar lo diferentes que eran. Primero, ella ni siquiera intentaría que un valet estacionara su chatarra de Camry. Segundo, no comía en lugares como este. Si tenía que saber qué tenedor usar para su ensalada, o que cuchara usar para la sopa, estaba perdida.


Pedro apareció frente a ella, ofreciendo su mano como un obediente novio. Había una media sonrisa en su rostro, parte burlona, parte presumida. Lo observó y la tercera razón por la que ella no debería estar en la lista era notoriamente obvia.


Vestido con jeans oscuros y un suéter con escote en V que se ajustaba a sus estrechos lados y duro estómago, lucía como si acabara de salir de las páginas de la revista GQ. Incluso su cabello, artísticamente desordenado, lucía como si hubiese sido peinado por profesionales para este evento.


Paula inclinó la cabeza hacia atrás y se encontró con aquellos ojos increíblemente azules. Se sentía como un trol estando de pie junto a él. No porque creyera que fuera así de fea, o así de gorda. Su autoestima no estaba completamente en el inodoro, pero era realista. Chicos como él, no salían con chicas como ella.


Todo este asunto sólo terminaría humillándola.


Pedro tomó la iniciativa y enredó sus dedos con los de ella. —Aunque me guste mucho que te quedes ahí parada mirándome, deberíamos entrar.


No estás usando un abrigo.


Paula se sonrojó y comenzó a tirar de su mano, pero él la sostuvo con más fuerza.


—Na-ah —murmuró, su voz liviana y juguetona—. La señorita Gore dijo que debíamos tomarnos de las manos, y estoy siguiendo las reglas.


Sus ojos se entrecerraron. —¿Ahora vas a escucharla?


Una expresión de pura inocencia cruzó su rostro. —Voy a ser un buen chico… ahora.


El calor que se había intensificado no tenía nada que ver con el hecho de que había sido atrapada observándolo. Lo que había visto hasta el momento del ―Pedro travieso probablemente no era nada comparado con lo que en realidad era capaz.


Nada fuera de lo normal ocurrió de camino a Jaws, pero Paula estaba sorprendida por el hecho de que el lugar no olía a comida de mar.


Fueron sentados inmediatamente en el fondo, en una mesa iluminada por una vela.


Las cabezas se giraban como lo hacían en las películas mientras él corría la silla para ella. Estando completamente consciente de sus alrededores, se dijo así misma que no debía mirar, que debía actuar como si aquello fuera totalmente normal, pero rápidamente escaneó el restaurante y encontró que la mitad de las mesas los estaban observando.


Algunas de las expresiones eran simplemente curiosas. 


Otros los estaban mirando en completa sorpresa y asombro. 


Luego, entre estos, había miradas de confusión mientras iban de uno al otro, como si no pudieran entender cómo era que estaban cenando juntos.


Ella tomo un profundo respiro. —Todo el mundo nos está
observando.


—Te acostumbrarás. —Él tomó el asiento frente a ella y le brindó una pequeña sonrisa, una apretada que no mostraba dientes y tampoco revelaba esos hoyuelos suyos—. O encontrarán algo más que observar.


Ella esperaba que encontraran algo pronto, desde que su rostro estaba llameando miles de sombras de rojos. —¿Llamaste por adelantado?


Pedro desdobló su servilleta. —No. Pero ellos siempre se aseguran de que obtenga un buen lugar.


Sus cejas se alzaron. El restaurante se encontraba bastante lleno, así que tenían que haber dejado ciertos lugares libres para sus clientes especiales. Ella no podía recordar la última vez que había sido acomodada enseguida en un agradable restaurante.


Un mesero apareció en la mesa, vestido con una camisa blanca y pantalones negros. —Chardonnay, ¿está bien? —preguntó Pedro.


Paula asintió, casi deseando algo más fuerte. Mientras el mesero hacía un tipo de reverencia y se alejaba para traer la orden, ella buscó desesperadamente algo qué decir, cualquier cosa, pero su mente estaba vacía. Observó la votiva vela blanca perdidamente, hasta que sus ojos se debieron haber cruzado porque Pedro se rió entre dientes profundamente.


Ella forzó su mirada hacia arriba. —¿Qué?


—Nada —respondió, apenas sonriendo—, es sólo que antes de esto, hablamos por tres horas seguidas sin tener un momento de incomodidad.


Paula mordió su labio inferior. —Es cierto.


—Así que, ¿qué ha cambiado? —Él se echó hacia atrás y su suéter se estrechó en sus anchos hombros.


—Bueno, el hecho de que ambos estamos pretendiendo salir es diferente. —Paula dio un vistazo alrededor y vio a alguien a unas pocas mesas redondas sostener un teléfono—. Y creo que alguien nos está tomando una foto.


Pedro sonrió. —Estará en Facebook en unos pocos segundos.


—¿En serio?


Asintió.


—¿Esto sucede todo el tiempo?


—Sip.


Dios, ella no podía imaginar vivir de esa forma. Pero de nuevo, estaba viviendo así ahora, y realmente esperaba que su cabello luciera genial y no terminara con una papada por tener su cabeza inclinada hacia abajo. El mesero apareció, y ella rápidamente escaneó el menú mientras Pedro ordenaba algún tipo de plato principal con carne y pescado.


—Tomaré los ostiones —dijo, cerrando el menú y devolviéndolo.


El mesero hizo otra reverencia y desapareció de nuevo. Paula lo observó, preguntándose si siempre se movía así de rápido.


—¿Es eso lo único que vas a comer? —preguntó Pedro.


Lo enfrentó y deseó que no fuera tan condenadamente atractivo. ¿No podía tener al menos un diente torcido? ¿De verdad era demasiado pedir?


—Es suficiente.


Pedro lucía dudoso pero sabiamente no persiguió ese particular camino hacia el infierno. —Estoy muriendo por saber algo.


—Tengo miedo de preguntar qué. —Ella agarró su vaso y tomó un sorbo de vino.


—Cuando nos conocimos en el club, ¿por qué no mencionaste que conocías a Mariana y Pablo?


Se encogió internamente por la pregunta. —Yo… yo no creí que fuera tan importante en aquel momento.


—Pensaría que esa es una de las primeras cosas que la gente diría.


—Mientras hablaba, él deslizó un dedo por el borde de su copa en un lento, despreocupado círculo que llamaba su atención—. Especialmente desde que no hay forma de que Mariana no haya hablado de mí.


—Tal vez ella no hablaba de ti. —Paula alejó forzosamente su mirada de su dedo—. ¿Nunca pensaste en eso?


Su risa fue profunda y envió un estremecimiento por sus brazos. —Oh, yo sé que Mariana ha hablado de mí.


—Tu ego nunca deja de sorprenderme.


Pedro sonrío, y parecía como si fuese a seguir el tema con una respuesta matadora que hubiera hecho reír a Paula de mala gana, pero el mesero llegó y platos calientes fueron colocados sobre la mesa. Cuando el mesero regresó a la cocina, Pedro estaba de vuelta.


—Así que, ¿por qué no dijiste nada?


Paula dejó caer la servilleta en su regazo y la acomodó en su lugar con rápidos movimientos. No había forma de que fuera a admitir la verdadera razón.


—No creí que importara.


—¿Así como que no te sientes atraída por mí?


Ella suspiró. —¿De nuevo con eso?


—No. —Él sonrió y, su pequeño corazón saltó, allí estaban los hoyuelos—. Simplemente eres una terrible mentirosa.


Sinceramente, lo era.


Pedro cortó su filete medio cocido mientras ella perseguía un grasoso ostión por su plato. —La respuesta es sí —dijo él.


El tenedor de ella se congeló. —¿A qué?


Él miró hacia arriba a través de sus gruesas pestañas. —Incluso si hubiera sabido que trabajabas para Mariana y que conocías a mi hermano, aún así te hubiera llevado a casa conmigo.


El corazón de Paula dio otra voltereta mientras lo observaba.


¿Cómo había sabido él la verdad? No quería analizar eso con mucha profundidad. El silencio cayó entre ellos mientras comían, ella notó que él apenas bebió algo de vino y se quedó con el agua mientras comía con un entusiasmo que envidió.


Ella miró hacia arriba cuando alguien se acercó a la mesa. 


Era una castaña bonita, apenas en sus veintes, quién vestía el más hermoso vestido rojo con mangas en copete. Sus mejillas estaban sonrojadas mientras Pedro colocaba sus cubiertos sobre la mesa.


—No quiero interrumpirte a ti y tu amiga —dijo la chica—, pero estoy aquí con mi amiga. —Ella hizo un ademán con su cabeza hacia una mesa con una sonriente rubia—. Y creí que debía hacerte saber que eres la razón principal por la cual miro béisbol.


Los labios de Paula se fruncieron. ¿Había otra pregunta de por qué el ego de Pedro era tan grande?


—Gracias —contestó él, sonriendo—. Es bueno saber que estoy haciendo mi parte en repartir el amor por el juego.


Oh. Ruedo. De. Ojos.


La chica mordió su labio inferior brillante y colocó una mano en la mesa al lado de Pedro. Fue entonces cuando Paula notó un pedazo de papel en su mano. —Llámame, ¿de acuerdo? Cuando quieras.


Paula se preguntó si era visible, y también quiso esconderse debajo de la mesa cubierta de mantelería o recrear la escena de una jungla y llevar la chica afuera, lo cual no tenía sentido.


La sonrisa de Pedro no desapareció. —Eso es muy amable de tu parte, pero no estoy disponible.


Los ojos de Paula se abrieron en un tamaño épico mientras se quedaba bastante quieta y veía a la chica mirar primero a Pedro y luego a ella.


—Ella es Paula—continuó Pedro—, mi novia.


Una expresión estupefacta cruzó el rostro de la chica y su boca se abrió, pero la cerró. Murmurando una disculpa, regresó a su mesa, dónde inmediatamente comenzó a susurrar con su amiga.


Paula cerró sus ojos con fuerza.


—Bien, eso probablemente estará en Twitter —dijo él, y ella abrió sus ojos—. ¿Qué? —Bromeó él—. Mi situación romántica es, aparentemente, una gran noticia.


Tomando un sorbo del vino, ella se dijo a sí misma que mantuviera su boca cerrada. Su boca no la escuchó.


—Cuando la foto de nosotros llegué a los periódicos…


—Un buen día para ti, estoy seguro.


Ella tomó aire profundamente. —Una señorita se me acercó en la calle mientras intentaba salir a almorzar y me dijo que eras muy bueno en la cama pero no tanto fuera de ella.


—Oh. —Él alzó una ceja—. Bueno, la parte de ―en la cama es cierta, ha sido…


—Esto no es gracioso.


—Oye, ¿por qué la actitud hacia mí?


¿Estaba hablando en serio? Había un montón enorme de razones. 


Inclinándose hacia adelante, ella mantuvo su voz baja. —Has exitosamente secuestrado mi vida en cuestión de horas.


Pedro frunció su entrecejo. —Yo no he hecho nada.


—¿De verdad? —preguntó entre dientes—. ¿Te tropezaste y caíste en la cama con tres chicas y sucede que había alguien allí para tomar una foto?


Sus ojos resplandecieron un azul oscuro. —Esa maldita foto. No dormí con ellas.


Paula no sabía si debía reírse o lanzarle su copa de vino en el rostro. —Sí, dijo ningún hombre nunca.


Él rodó sus ojos. —¿Por qué nadie me cree? No lo entiendo.


¿De verdad creía que era así de tonta? —Y todo esto porque me besaste…


—Y lo disfrutaste.


—Ese no es el punto, imbécil. —Paula echó un vistazo a su alrededor. Para su sorpresa, nadie les estaba prestando atención en aquel momento—. No tengo control de mi vida ahora gracias a ti.


Pedro se inclinó hacia adelante, también, hasta que simplemente la llameante vela separaba sus bocas. —Y lo diré de nuevo: ¿cómo es que es mi culpa?


—¿Es cualquier cosa que hagas tu culpa? —exigió ella.


—Lo que sea. No tienes por qué aceptar esto.


—No tuve otra opción. Tu publicista del infierno me chantajeó. —Sorpresa brilló en el rostro de Pedro, y Paula casi cayó de su silla.


—¿Qué? ¿Creíste que simplemente había accedido a hacer esto?


—Bueno, es decir, vamos, soy Pedro Alfonso —Luego, sonrío con satisfacción.


Ella estaba a segundos de lanzarle su plato de ostiones en el rostro.


—Dios, a veces no hay palabras. Sé que no soy el tipo de mujer con la que normalmente sales, pero no estoy tan desesperada como para tener que pretender que tengo un novio.


Una extraña expresión reemplazó la sorpresa y él se inclinó hacia atrás, cruzando sus musculosos brazos en su pecho, ella no los estaba mirando. —Sí, no eres como ellas.


De la nada, un filoso dolor atravesó su pecho. Ella se echó para atrás e intentó tragar el reciente bulto en su garganta. —¿Podemos terminar la noche aquí? Estoy segura que tu adorable público ya tuvo su dosis necesaria.


La esperada respuesta arrogante estuvo ausente mientras llamaba al mesero y pagaba la cuenta. Hizo lo que cualquier novio haría. Se puso de pie y tomó su mano en la suya, y aquel condenado bulto terminó entre sus pechos.


Fuera, ella podía ver personas esperando. Alguien debía haber actualizado algún sitio o hecho una llamada. Pedro se metió en su personaje una vez estuvieron en el aire nocturno de finales de noviembre.


El flash de una cámara se hizo presente, y él soltó una mano para poner su brazo sobre sus hombros.


Él torció su cabeza, acariciando su mejilla con su mandíbula. Un agradable temblor bailó alrededor de los hombros de Paula, y odió que su cuerpo quisiera inclinarse contra el de él, justo como todo el mundo esperaba que hiciera.


Su mentón continuó hasta su cien, y ella tomó una fuerte
respiración. —Podrías intentar relajarte —murmuró él—, porque ahora mismo, luces como si quisieras salir corriendo.


—Eso es porque quiero salir corriendo. —Pero forzó una sonrisa.


Otro flash apareció, y Pedro colocó un beso en su mejilla. 


Alguien mejor le dé un Oscar a este chico. —Eso es un poco vil.


Mientras esperaban que el valet volviera con su vehículo, un montón de más flashes cegaron a Paula—Es la verdad.


—Ajá —murmuró él mientras deslizaba la mano fuera de sus hombros hacia la parte baja de su espalda, causando que se estremeciera—. ¿Con qué te está chantajeando la señorita Gore?


La verdad se formó en la punta de su lengua, pero cerró su boca. La última cosa que quería compartir con Pedro era cuán lamentablemente en quiebra estaba, y que podría perder su trabajo a causa de ello. —No es de tu incumbencia.


—Mmm, debe ser jugoso si no quieres compartirlo. —Él se acercó un paso más y colocó su otra mano en su cadera.


Paula se congeló. —¿Qué estás haciendo?


—Dándoles algo que poner en los periódicos.


—Tú no…


Pedro la besó de nuevo.


No fue nada como aquel en la acera, o aquellos en su habitación.


Este había comenzado lento, barridos tentadores de sus labios. Ella forzó a sus labios a quedarse cerrados y se mantuvo quieta entre sus brazos.


Podrían pretender estar saliendo, pero esto, los besos, no eran para nada parte del trato.


En la ola de flashes, Pedro gruñó bajo en su garganta, y Paula tembló. —No luches contra lo que sabes que quieres —dijo en un tono bajo, seductivo.


—No tienes idea de lo que quiero —contestó ella, pero diablos, lo que quería era tenerlo entre sus piernas. Pero no de esta forma, no cuando estaban fingiendo.


Sus labios hicieron otro barrido, pero esta vez él atrapo su labio inferior entre sus dientes, y ella jadeó. Calor explotó para cada una de sus terminaciones nerviosas y como antes, su cuerpo le ganó a su mente. Él tomó completa ventaja de ello, deslizando su lengua dentro, tomando el total control en pocos segundos. Su mano viajó hasta su nuca y la sostuvo allí mientras su boca estaba ardiente y demandante, inclinada a través de sus labios. En ese momento, ella no se iría a ninguna parte en ningún minuto. Oh querido señor no. Sus rodillas estaban débiles y los músculos en su estómago hacían cosas apretadas, graciosas.


El beso continuó, y era como debía ser. No apresurado en el calor del momento. No un acto para probar que había atracción. Era sin prisas, y un asalto de medida seducción que dejaba sus sentidos tambaleantes.


Pedro levantó su boca apenas de la de ella. —Dime cómo logró la señorita Gore que hicieras esto.


—No fue chantaje —dijo ella, jugando con su brazalete. 


Luego, recordó lo que la señorita Gore le había dicho y no estaba segura qué fue lo que la provocó a decir lo siguiente. Tal vez fue lo que él había dicho sobre que era diferente a las chicas con las que normalmente salía. O tal vez fue lo jadeante y deslumbrada que la había dejado aquel beso, y cómo estaba segura que ese tipo de respuesta la iba a meter en nada más que problemas—. Salir contigo hará que mis opciones para citas aumenten en el futuro, ¿cierto? Los chicos van a querer saber qué tengo que captó tu atención.


Pedro la observó por un largo momento y luego dijo—: Claro.


El valet apareció con las llaves de Pedro en su mano antes de que ella pudiera arrepentirse de sus palabras. Dios, eso había sonado tan mal como cuando la señorita Gore lo había dicho.


Apenas estaba consciente de las cámaras apagándose cuando la puerta del pasajero fue sostenida para ella mientras tomaba asiento dentro del vehículo. En pleno deslumbre, colocó sus dedos en sus labios mientras Pedro trotaba alrededor del auto y subía.


La apariencia juguetona había desaparecido de los movimientos de Pedro cuando entró en su Jeep. Su mandíbula estaba tiesa en una línea fuerte y firme. No la miró. De hecho, no dijo nada mientras colocaba el vehículo en marcha.


Paula alejó su mirada de él, no teniendo idea de qué decir. 


Quería disculparse pero no estaba segura si de verdad tendría algún punto. Y además, por un momento, un ciego y estúpido momento, cuando su boca había estado contra la de ella, se había olvidado de lo que en realidad estaba sucediendo. Que no era el tipo de mujer que Pedro prefería, y que él, como ella, no tenía otra opción más que aquella.


Esto estaba muy mal, y no tenía idea de cómo podría hacerlo sin arrancarse las cabezas entre ellos. O cuánto tiempo podría durar sabiendo que cada toma de manos, cada beso para las cámaras, era falso.

CAPITULO 19



Pedro había quedado atónito y en silencio cuando la señorita Gore lo llamó e informó que Paula había accedido a fingir ser su novia. Había asegurado que ella se reiría de su publicista, salido fuera de la ciudad, y ellos tendrían que buscar otra manera de reparar la imagen de la que él había sido en parte responsable. Tal vez había estado en lo cierto sobre Paula todo el tiempo, y ella no era diferente de las otras mujeres que querían estar con él por la atención.


Era una maldita pena.


—Estás paseando. —La voz de la señorita Gore ralló sobre cada uno de sus malditos nervios.


Pedro paró y miró por la ventana que daba a un parque muy cuidado que dividía la rebosante avenida.


Desde el sofá seccional, la señorita Gore suspiró. —Deberías estar emocionado por este desarrollo.


Por lo único que estaba emocionado era por el hecho de que iba a ver a Paula de nuevo sin tener que buscarla. ¿Cómo de jodido era eso?


—Debo decir que el lugar es de lejos más agradable que Paula. Ella tiene una cosa por los… colores. Sus paredes son azules, rojas, y amarillas. Las almohadas de su sofá tienen todos los colores del arcoíris en ellas. Era como estar en un episodio de Plaza Sésamo.


Una lenta sonrisa tiró de sus labios mientras se apoyaba en el cristal de la ventana y se cruzaba de brazos.


—Y ella tiene un gato —se estremeció la señorita Gore—. Un gato del tamaño de un perro pequeño.


Pedro no era fan de los gatos, siendo más un amante de los perros, pero aparentemente él lo encontraba más tolerable que la señorita Gore.


Hubo un golpe en la puerta, suave y casi vacilante. El reloj de la pared dijo que faltaba un minuto para las siete.


—¿Irás por eso? —preguntó la señorita Gore.


Le disparó una mirada a la mujer. —Tú la invitaste. Esta fue tu idea.


—Ese tipo de actitud no va a funcionar. Abre la puerta.


Pedro se resistió a su tono exigente y casi había decidido lanzarla hacia el pasillo. La única cosa que lo paro era que su vida estaba en juego.


Cruzando el salón, pasó a la cocina y entró al vestíbulo. Respiró hondo y abrió la puerta.


Paula.


Tenía el pelo hacia abajo, como lo había tenido la noche del club, cayendo en ondas alrededor de su cara. Un rubor rosa pálido tiñendo sus mejillas, haciendo que pequeñas pecas, que no había notado antes, se destacaran en sus mejillas y el puente de su nariz. Como se suponía que debían salir más tarde o alguna mierda así, llevaba un recatado vestido sweater de color verde profundo. Las botas mosqueteras negras con sus puntas puntiagudas parecían atenuadas por él, pero se veía bien.


Se veía realmente bien.


Los ojos de color verde botella de Paula estaban enfocados hacia el frente, pero ella no lo estaba viendo a él. —Lo siento si llego tarde —dijo.


—No lo estás. —Dio un paso al lado, y por primera vez en mucho tiempo, maldito tiempo, se sentía nervioso—. ¿Quieres algo de beber?


—El licor más fuerte que tengas —dijo ella, colocando su agarre en el mostrador de la cocina mientras pasaba junto a él. Él aspiró profundamente, la lujuria agitándose ante el olor a jazmín. Era el color, se dio cuenta cuando su mirada cayó a su agarre. La cosa era azul, roja, púrpura, y verde.


Pedro se dirigió al armario, pero la señorita Gore apareció de la nada.


—No creo que el alcohol sea una buena idea en estos momentos.


La columna de Paula se puso rígida y se volvió a la mujer. —Si esperas que siga adelante con esto, necesito un trago. Un trago realmente fuerte.


Preguntándose si debía sentirse insultado o no, Pedro agarró un vaso y la botella de Grey Goose del gabinete. —Esta noche parece que será divertida —vertió un poco en el vaso de Paula y se lo entregó—. No puedo esperar para empezar.


Los ojos de Paula se estrecharon en él mientras sus dedos se rozaron. Ella se echó hacia atrás, y el licor claro se derramó por encima del borde, corriendo por sus dedos.


 Hombre, él quería lamerlos.


Dudaba que la señorita Puritana lo aprobara.


Y, por la manera en que Paula no lo estaba mirando, ella no lo haría, tampoco.


Devolviendo el vodka, cerró la puerta del armario. —¿Así que, vamos a cenar? —preguntó, deseando poner el show en la ruta.


—Tenemos que cubrir algunas reglas básicas primero —dijo la señorita Gore, señalando de nuevo a la sala de estar como si fuera la dueña del maldito departamento—. ¿Me siguen?


Paula pasó junto a la señorita Gore, y él juraría que la temperatura de la habitación se redujo por la mirada que le dio a la mujer. Por lo menos compartían el vínculo de la aversión mutua a su publicista.


Observó a Paula sentarse en el borde del sofá, su mirada pegada a su culo hermoso. Él eligió dar un paso atrás en la ventana, pero ésta vez el escenario era mucho más interesante dentro del lugar.


—Antes de que digas una palabra —dijo Paula, levantando una mano como si estuviera retorciendo a la señorita Gore—. Quiero tu promesa de que esto sólo será un mes.


Las cejas de Pedro se alzaron.


Saltando antes de que Pedro pudiera abrir la boca, su publicista asintió. —Será un poco más de un mes, pocos días. Básicamente hasta el día de Año Nuevo.


Paula bajó su mano y tomó un agradable, largo y saludable trago de vodka.


Ahora sus ojos se estrecharon sobre ella. —¿Crees que puedes hacerlo por tanto tiempo? —él preguntó con sorna.


—Creo que voy a tener que desarrollar una adicción a las drogas para salir de esto —dijo ella, sonriendo dulcemente.


La señorita Gore dio un paso hacia delante. —En realidad, yo estaría en contra de eso.


Las cejas de Paula se levantaron mientras tomaba otro trago de vodka. —Lo siento, pero todo esto es nuevo para mí.


—Bueno, nunca he tenido a nadie que pretenda ser mi novia, así que estoy en el mismo barco que tú.


Ella lo miró pero rápidamente desvió la mirada. —¿Cuáles son las reglas del juego?


La mirada de la señorita Gore fue entre los dos, sus ojos afilados. — Nada de intoxicación pública o uso de drogas.


Pedro se cruzó de brazos, exasperado. —No uso drogas.


—La última parte fue para ella.


Ahora era el turno de Paula para mirar irritada. —Voy a tratar de dejar mi golpe diario de crack.


Pedro soltó una breve carcajada, pero a la señorita Gore no le hizo gracia. —Ustedes dos tienen que ser creíbles. Te sugiero que no le digas a ninguno de tus amigos o familiares sobre este arreglo. Si esto llegara a salir a la prensa, todos pareceríamos tontos.


—Entonces tal vez deberíamos encontrar otra manera —sugirió Pedro.


La mirada de Paula cayó a su vaso medio lleno. —Estoy de
acuerdo.


—No hay otra manera. Has hecho tu cama con Paula y ahora tu puedes rodar y permanecer en ella. Cambiando de tema. —La señorita Gore enderezo sus anteojos—. Tienen que ser convincentes para el público.
No discusiones. Tienen que actuar como si se gustaran el uno al otro, y dado el hecho de que compartieron un beso muy público, eso no debería ser demasiado difícil.


Un bonito rubor fluyó sobre las mejillas de Paula —¿Podemos no hablar sobre eso?


Pedro había estado entretenido en una fantasía sobre trazar el rubor de sangre con sus dedos, boca, y lengua. —Oh, ¿vas a empezar con todo lo de ―no estoy atraída hacia ti cosa de nuevo?


—Sólo porque me besaste no quiere decir que esté atraída hacia ti.—replico de vuelta.


Oh, mierda aquí vamos de nuevo. —Me devolviste el beso.


—No tenía mucha opción. —Su mano se apretó alrededor del vaso—Como que no tenía mucha opción en ese mismo segundo.


La forma en que Paula lo dijo lo hizo sonar como que estaba
tomando un trabajo paleando mierda de cerdo. —Podría haber sido peor.
He oído que soy una buena atrapada.


—Seh, cuando fuiste nombrado el hombre más sexy con vida el año pasado, cuando todavía eras relevante.


—Ouch —Las cejas de Pedro se dispararon, y él se rió, realmente divertido—. Voy a estar esperando una disculpa cuando sea nombrado otra vez este año.


Paula lo miró por encima del borde de su vaso. —Si eso sucede, entonces me cuestionaré seriamente el gusto de las mujeres estadounidenses.


El recordó fácilmente el buen gusto de ella. —Si mal no recuerdo, tú has…


—Niños —espetó la señorita Gore—. Ustedes dos se besaron. Hemos establecido eso. ¿De acuerdo? Obviamente hay una especie de atracción entre ustedes, pero no puedo tenerlos comportándose como niños discutiendo en público.


Paula miró a su vaso. —Necesito más vodka.


—Oh, vamos —Pedro arrastró las palabras.


El suspiro de la señorita Gore fue una obra de arte y logró
silenciarlos a ambos. —¿Cómo se conocieron?


Desde que Paula no dijo nada, el decidió que tenía que salir con la verdad. —Nos conocimos en un bar hace un mes. Ella obviamente sabía quien era yo y mi familia, ya que trabaja con la novia de mi hermano. Yo no sabía esto.
Y a decir verdad, no estaba seguro de que, si lo hubiera sabido, hubiera cambiado nada de esa noche. —De todos modos, pasamos un par de horas juntos.


Paula había estado muy tranquila durante esto y pareció aliviada cuando no elaboró nada más lejos, y él no iba a hacerlo, sin importar cuantas preguntas hiciera la señorita Gore. Afortunadamente, ella asintió con la cabeza y siguió adelante.


—Tienen que actuar como si estuvieran enamorados. —La señorita Gore se sacudió sobre sus tacones—. Definitivamente deberías tomar su mano cuando están fuera. Y… ¿Qué? —ella frunció el ceño a las cejas elevadas de él—. Tú sabes, poner tu mano sobre la de ella.


—Sé como dar la mano —gruño Pedro, y Paula rió. Él le dio una mirada, y ella entornó los ojos—. Y contrariamente a la creencia popular, se cómo salir con alguien.


—Ahora eso es impactante. —Paula dio otro trago—. Pensé que tu sólo sabias como… ¡Oye!


Pedro se lanzó hacia adelante, moviéndose tan rápido que él supo que la había sorprendido. Con mucho cuidado, tomo el vaso de ella.


—Pienso que has tenido suficiente.


Ella le lanzó una mirada asesina. —No lo suficiente aún.


Mientras él pensaba que sus respuestas combativas eran bastante lindas, y no estaba seguro desde cuando lindo formaba parte de su vocabulario, su ego estaba empezando a estar un poco magullado.


La señorita Gore pasó una mano tirante retirando su pelo negro hacia atrás. —Creo que podríamos hacer tres apariciones públicas durante la semana, además de una en la noche del sábado. Si la prensa te captura, es posible que tengas que pasar la noche aquí, Paula, para hacerlo creíble.


—¿Qué? —Los ojos de ella se habían ampliado—. No estoy de acuerdo con eso.


Su publicista apretó sus labios. —Hay habitaciones aquí, y ambos son adultos. Empiecen a actuar como tales.


Las mejillas de Paula se sonrojaron. —Realmente no me gustas.


Pedro reprimió una sonrisa.


—No te tengo que gustar —respondió la señorita Gore con frialdad—. También hay un evento de navidad organizado por los Nationals y se espera que asistan juntos. Todas esas citas públicas y ese evento, deberían de tranquiliza a la prensa, o al menos hacerla cambiar a escritos más apropiados sobre tu vida personal, Pedro.


—¿Qué pasa después de año nuevo? —preguntó Paula—. Si rompemos después, ¿no será mala prensa para él?


Él estaba un poco sorprendido de que a Paula siquiera le importara si lo era, pero de nuevo, realmente no sabía porque ella había aceptado hacer esto en primer lugar. El había pensado con seguridad que ella le había dicho a la señorita Gore que le importaba un carajo y le había cerrado las puertas en sus narices. Sólo un loco que ansiara atención querría unirse a este circo de tres pistas. Pedro frunció el ceño.


—No habrá ninguna declaración pública, pero eventualmente la prensa se dará cuenta de que ustedes dos no son más vistos juntos. En ese punto, lanzaré una declaración de que ambos siguen siendo buenos amigos. —Su oscura mirada se posó en él—. Luego de que el mes haya terminado, no significa que tú vayas de nuevo a tus viejas costumbres.


—Lo había imaginado —dijo secamente, preguntándose si la mujer pensaba que él era un idiota obseso sexual.


—Si a fin de año, el Club está feliz con tus cambios de
comportamiento, tu contrato no será cancelado. —Ella hizo una pausa, y él sabía que estaba pensando en su propia reputación, no es como si él pudiera culparla—. Y esperamos que puedas tomar esto como una experiencia de aprendizaje.


Lo que había aprendido hasta ahora era que la prensa sobre
exageraba mucho la verdad y que generalmente chupaban culos.


La señorita Gore acercó un par más de reglas básicas, todo muy de sentido común, y del desglose general de lo que haces cuando te gusta alguien. Si no hubiera sido por el hecho de que la señorita Gore debía creer que él era un imbécil cuando se trataba de mujeres, se habría reído.


Cuando parecía que su publicista había quedado sin cosas que decir, él quería chocar su cabeza contra la pared. —¿Así que estamos listos para hacer esto?


La señorita Gore asintió, pero a él realmente no le importaba lo que ella pensara. La otra mujer estaba sentada en el sofá, pálida y rígida, sus dedos apretados en su regazo. Mientras la miraba, sintió una punzada de pesar. No tenía idea de porque estaba haciendo esto, pero era claro que no quería hacerlo. Era jodido, pero por más molesta que ella pareciera, más feliz estaba él. No le hubiera gustado una versión de Paula como alguien que buscaba atención. 


Ahora él quería dejar toda esta cosa apagada. No estaba bien. Su carrera no debería ser más importante que su comodidad.


Pero luego Paula se levantó y lo miró, y él se sintió de inmediato atraído a esos verdes, verdes ojos. Todo lo que él estaba pensando fue arrojado a la maldita ventana, remplazado por la necesidad de ver esos ojos hasta que parecieran como brillantes esmeraldas.


—¿Estás listo? —dijo ella, su voz sorprendentemente fuerte.
Maldita sea, él estaba listo, en más de una forma, pero también quería correr. Y Pedro nunca había querido correr antes.