viernes, 19 de septiembre de 2014
CAPITULO 6
Sus ojos se abrieron de pronto, las protestas formándose en su lengua, pero las manos de él encontraron sus pesados y adoloridos pechos; esos dedos tan capaces se deslizaron sobre el material de su vestido, frotando los picos hinchados. Ella gimió su nombre, más allá de la razón, y la boca de él se cerró sobre su seno, caliente y exigente a través de la ropa y el delgado encaje de su sostén. Un agudo hormigueo se disparó en su interior.
Pedro levantó la cabeza, cubriendo de nuevo sus hinchados labios con los suyos mientras masajeaba el pecho en una mano y finalmente — finalmente— deslizaba la otra bajo el vestido. Usando uno de sus poderosos muslos, separó los femeninos y deslizó su mano hacia el interior de ellos. Ella jadeó mientras sentía sus nudillos rozar su centro.
—Maldición —gimió él—. Estás tan mojada.
Lo estaba. Se ahogaba por él.
Un dedo se movió en su centro, acariciándola suavemente.
—¿Alguna vez te has excitado tanto?
Poniendo sus manos sobre los anchos hombros, sus dedos se clavaron en el suave material del suéter. Perdida en las crecientes sensaciones, su cuerpo se arqueó contra los atormentadores movimientos de él.
—Dime —gruñó.
¿Qué era lo que preguntaba? Cuando la pregunta resurgió, no podía considerar siquiera el responder, pero sus dedos se detuvieron. Bastardo.
—Apuesto a que no —Sus labios recorrieron el calor de sus mejillas,y luego por su garganta mientras sus dedos resumieron su movimiento holgazán—. No si no has estado con hombres que no saben dónde meter sus dedos, ya no hablemos de sus penes.
El hecho de que el modo en que le hablaba la excitara era un poco desconcertante. No era como que estuviera acostumbrada a la charla sucia. —Te sientes tan bien —Era la extensión de la conversación de cama con la que tenía experiencia, pero esas palabras groseras saliendo de su boca la hacían pensar y desear en cosas locas y deliciosas.
—¿Qué hay de ti? —le preguntó.
Pedro rió contra su garganta.
—Sé exactamente dónde meter mis dedos y mi pene.
—Me alegra escuchar eso.
La risa que obtuvo por respuesta envió un estremecimiento por su cuerpo. Su voz se afiló.
—¿Entonces? ¿Esos otros hombres sabían cómo usar sus dedos y sus penes?
Por todos los cielos, no podía creer que le estuviera preguntando eso y que le iba a responder. Las palabras salieron de sus labios a trompicones, cayendo como gotas de lluvia entre ellos.
—Estaban bien.
—Bien. —El disgusto colgó de esa simple palabra—. ¿Te hicieron correrte?
Oh, por Dios. Sus ojos se abrieron y la arrogante sonrisa burlona que él tenía en el rostro la enfureció.
—¿Lo harás tú? —La pregunta flotó en el aire antes de que pudiera detenerla.
Los ojos azules masculinos se calentaron.
—Eres un poco exigente ¿eh?
Paula no respondió. En realidad no podía, porque los ágiles dedos se deslizaron bajo el satín de sus pantis. Su cuerpo se sacudió y la sonrisa burlona lo supo. El reto brilló en los ojos de Pedro, y era obvio que este hombre no se retractaba de uno. La excitación pulsó en su sangre como una canción de techno.
—¿Por qué no respondes la pregunta? —preguntó él, frotando sus dedos contra ella de manera que envió otra descarga por su cuerpo.
Porque comenzaba a tener problemas para respirar.
—Es una pregunta personal.
—¿Una pregunta personal? ¿No nos estamos poniendo personales ahora?
Buen punto. Cuando no respondió, apretó el pulgar en el manojo de nervios y ella gritó, sus caderas se arquearon contra su mano.
—Te he besado. Aquí —dijo, capturando sus labios en un rápido y ardiente beso—. Y te he besado aquí —Sus labios se movieron por su garganta y su otra mano jugueteó con el adolorido pico de su seno—. Y te he tocado aquí… y te estoy tocando más abajo ahora.
Para probar su punto, uno de sus dedos se deslizo dentro de ella, haciéndola sujetarse a sus hombros.
—Pedro…
—¿Pero nada de esto es tan personal? —preguntó, sonriendo mientras movía su dedo dentro y fuera, una y otra vez hasta que Paula estuvo sin aliento—. ¿Paula?
La facilidad con la que se apoderó de su cuerpo la sorprendió, y cuando la abrazó íntimamente, todavía empujando su dedo dentro y fuera, sintió la estrecha emoción de la liberación en su vientre.
Pedro pareció saberlo, porque aumento el ritmo mientras bajaba la cabeza. Los suaves bordes de su cabello rozaron su mejilla mientras le hablaba al oído.
—Está bien. No necesitas responder, porque lo que sea que ellos te hicieron sentir no se compara en nada con lo que yo te voy a hacer sentir, y te prometo que será más que bien.
Su corazón se disparó mientras la promesa pecaminosa ondeaba su alrededor. Oh, sí, Paula estaba segura de que todo esto sería más que ―bien.
Pedro no dijo nada más mientras deslizaba otro dentro en su interior, pero la miró; sus ojos estaban fijos en los de ella todo el tiempo que la trabajó, rehusándose a permitirle mirar hacia otro lado, a escapar la corriente enloquecedora de sentimientos que estaba creando.
Una sonrisa de autosatisfacción cruzó en los labios masculinos mientras rozaba su pulgar sobre su parte sensible, sus ojos ardiendo mientras ella aspiraba un agudo aliento. Comenzó a trazar perezosos círculos alrededor del capullo tenso, acercándose a tocarlo, pero siempre desviándose en el último momento. Después de un par de círculos, ella estaba jadeando —absoluta y malditamente jadeando.
Y Pedro disfrutó esto.
—Adoro como luces ahora mismo.
—¿En serio? —Sus caderas se movieron hacia adelante, pero Pedro presionó, deteniendo sus movimientos.
—Tranquila —Le ordenó ronco. Su pulgar comenzó otro círculo seductor—. Tus mejillas resplandecen y tus labios están abiertos e hinchados. Hermosa.
Paula sintió que ardía en su interior, volviéndose un charco de agua caliente. Sus manos se deslizaron por su pecho y se encontró sorprendida al escuchar el corazón de él golpeando contra su palma.
Quería moverse contra el travieso toque, pero estaba prisionera entre él y la pared. La evidencia de su excitación presionando en su cadera aumentó la añoranza que la consumía.
Y cuando él hizo algo realmente tortuoso con sus dedos, ella gritó.
Sus suaves lloriqueos, el lento y sensual asalto, la estaban llevando al límite. Arqueó la espalda tanto como él se lo permitió. Lo sintió sonreír contra su piel arrebolada.
Con sus labios dentro de la distancia de un beso, le dijo:
—Te voy a hacer correrte en menos de un minuto.
La tomó por sorpresa.
—¿Menos de un minuto?
—Menos de un maldito minuto —replicó Pedro sonriendo, realmente sonriendo. No una sonrisa presumida sino una juguetona, y su corazón tartamudeó cuando no debería, no podría, porque esto no tenía nada que ver con el corazón y ella realmente no lo conocía—. Sí. Será así de impresionante —agregó.
Maldito creído hijo de puta —realmente tenía manos mágicas. La hora de jugar se había terminado. Movió los dedos dentro y fuera, rápido y luego más rápido aún. En cuestión de segundos ella se retorcía, y el aliento se le atascaba en la garganta.
Él abrió la boca.
—Cuarenta segundos…
El siguiente roce de su pulgar creó una fricción espantosa.
Ella lo empujó para atraerlo más cerca, más profundo.
Pedro gruñó.
—Me gusta… me gusta como tu cuerpo responde a mí. Perfecto.
La dulce agonía martilló a Paula, sus piernas se entumecieron.
Oh, oh Dios…
—Treinta segundos… —dijo, bajando su boca a la de ella. La sorbió, imitando lo que estaba haciendo abajo con sus dedos. Se echó hacia atrás y murmuró—: Veinte segundos…
Mi Dios, ¿iba en serio con esa cuenta regresiva? Estaba
absolutamente loco.
Entonces mordisqueó y tiró de sus labios mientras sus dedos empujaban, dando vueltas. Al parecer su cuerpo estaba fuera de control: girando contra su mano, buscando más. Los músculos se tensaron. Un relámpago recorrió su columna, disparando a cada vértebra. Los dedos de sus pies se enroscaron dentro de las botas y sus caderas se alzaron, despegándose de la pared. Boqueó por aire. Cada una de sus terminaciones nerviosas ardía.
—Córrete para mí —le ordenó él.
Su mano se movió, agitando el bulto de nervios entre sus dedos mientras lo pellizcaba.
La liberación recorrió a Paula, rápida y poderosa, sacudiéndola, haciéndola dar volteretas en las dulces y suaves ondas de placer que atormentaron su cuerpo. Los pensamientos se diseminaron mientras se partía en pedazos y poco a poco, deliciosamente, se armaba de nuevo.
Sin fuerzas, saciada y alucinada, se recostó contra él, buscando aire mientras las réplicas continuaban y la impactaban un poco más. Abrió los ojos y encontró a los azules devolviéndole la mirada.
—Todavía me quedaban cinco segundos —murmuró él, su mano todavía acariciándola íntimamente.
Mierda…
Sus labios se alzaron en una esquina. —Y aún necesito probarte.
Paula se dejó caer contra la pared, su corazón intentaba salirse del pecho. Aturdida maravillosamente, lo observó a través de sus gruesos párpados.
Lentamente, liberó su mano y retrocedió. Con los ojos fijos en los de ella, se llevó un dedo a la boca y lo chupó.
Paula nunca había visto a nadie hacer eso. En los libros, sí, pero no en la vida real. Estaba conmocionada —excitada— y completamente envuelta en la sensual travesura de la acción.
Pedro sonrió burlonamente.
—Quiero más.
Su corazón tartamudeó.
Él puso las manos en sus caderas y dobló la cabeza, besándola con intensidad, y entonces las deslizó bajo la falda del vestido. Una vez más sus dedos pasaron bajo la banda de sus pantis. Hubo una pausa mientras él se retiraba y sus labios capturaban su labio inferior. Se movió hacia abajo y se llevó las pantis con él.
Confundida, puso las manos sobre los anchos hombros mientras salía de las pantis. Pensó que le quitaría el vestido a continuación o al menos las botas, pero él se quedó de rodilla, mirándola a través de sus gruesas pestañas. De ese modo, inclinado ante ella, parecía un Dios.
Era hermoso.
Pedro levantó un poco el vestido. Sus ojos solo se encontraron cuando el material estaba por sus caderas.
Estaba expuesta a él, sus partes más íntimas. Por un momento breve, se preguntó si debería sentirse cohibida, pero la cercana promesa salvaje en sus lánguidos ojos la puso más caliente y temblorosa.
Tan imposible como se sentía, más calor la inundó y una necesidad se apoderó de ella. Lo observó, incapaz de desviar la mirada mientras él besaba el interior de sus muslos. La incipiente barba en sus mejillas pinchó su piel, enviando una ráfaga a través de ella.
Paula nunca había estado más cautivada por nadie en su vida. En ese momento, era poseída y marcada. No comprendía el sentimiento, estaba demasiado perdida para cuestionarlo, pero un dolor agudo floreció en su pecho. Un hombre como Pedro sería difícil de olvidar, mucho menos
de seguir adelante.
La respiración masculina le abrasó la piel, y su boca estaba en su intimidad, deteniendo los pensamientos de Paula, capaz de sentir solamente.
Y él se alimentó de ella.
La devoró con la lengua y los labios hasta que ella arqueó la espalda y sus dedos se hundieron en el revuelto cabello de él.
Siseó y su cuerpo se meció sin vergüenza contra él. La trabajó, lamiendo y provocándola hasta que su cabeza dio vueltas y estaba segura de que sus piernas no la sujetarían.
La tensión se enroscó en lo profundo, fuertemente y tan rápido que gimió.
—No puedo soportarlo —le dijo, tirando de su cabello.
Pedro le sujetó las muñecas contra la pared. Del modo en que estaba, él entre sus piernas y con las manos inmóviles, no podía detenerlo.
—Puedes aguantarlo —dijo contra su piel caliente.
Sin darle otra opción, Pedro se lo probó. Se mantuvo trabajándola hasta que se corrió, gritando su nombre mientras era desgarrada por la liberación, mucho más poderosa que la primera. No podía respirar por la intensidad del placer, ni siquiera podía formar un pensamiento coherente.
Cuando el shock se calmó, estaba sorprendida de haber sobrevivido.
—Eso… eso fue increíble —respiró ella vacilante—. No, fue más que increíble. No hay palabras.
Pedro se levantó despacio, acunando sus mejillas. La besó
profundamente y ella gimió ante el sabor combinado de ambos. Cuando él se retiró, la lujuria concentrada en su mirada le robó el aliento.
—Fue increíble. —La besó otra vez—. Tú estuviste increíble.
¿De veras? No había hecho nada más que convertirse en masilla en sus manos… y boca. Oye, al menos se había mantenido de pie. Eso era increíble.
Besándola una vez más, la dejó ir y se alejó con rígido movimiento.
—Necesito… un minuto.
Paula se mordió el labio, deteniendo la risita que amenazaba con escapársele. Necesitaba una siesta y más de él —mucho más.
—Aquí estaré.
—Un minuto.
En su camino al baño, lo vio quitarse el suéter y la camisa blanca que llevaba debajo. Los gruesos músculos se movieron bajo la tirante piel de su espalda, atrayendo su atención completamente. En la puerta, se giró y la miró.
Olvida el paquete de seis. Este hombre tenía todo un paquete de ocho. Buen Dios…
—No vayas a ningún sitio —le dijo.
Paula no se movió, probablemente era incapaz de hacerlo hasta que él cerró la puerta tras de sí. Entonces ella se mudó hacia la cama y se sentó en el borde, sus rodillas estaban débiles y temblorosas. Pedro había tenido razón. Ni siquiera habían tenido sexo y ella se sentía como nunca antes. Una parte de sí estaba escandalosamente mareada y la otra parte…
Seh, sabía que al final de la noche querría conservarlo.
Nada bueno.
CAPITULO 5
Paula no recordaba la mayor parte de la caminata. Lo único que sabía era que él la condujo alrededor de la barra y por un pasillo estrecho que no había notado antes. Se sorprendió de que no la llevara hasta una de las alcobas oscuras que había visto en la parte delantera del bar, por lo que estaba agradecida. Sólo Dios sabía el tipo de acción que esos lugares veían en las noches. Terminaron en el estacionamiento. Esperaba que condujera algo así como un Porsche o un Benz, pero tenía un Jeep Liberty nuevo.
Mostrando modales básicos, mantuvo la puerta abierta para ella.
Algo que no podía recordar a ningún hombre haciendo recientemente.
Justo cuando ella estuvo a punto de entrar, gruñó bajo en su garganta y la giró, la atrajo hacia su pecho, y la devoró con la boca y los labios y ¡oh dulce niño Jesús! su deliciosa lengua. Sin embargo, tan pronto como comenzó se apartó y guio a entrar en el auto. Si hubiera tenido dudas, ese beso habría cambiado totalmente su opinión.
Una vez dentro, envió un mensaje Silvina y le dijo que se iba, ocultando el hecho de que no estaba sola. Silvina respondió como esperaba.
Su amiga ya estaba a punto de irse con el chico con el que había estado hablando.
Charlaron en el camino a su casa, pero la conversación fue tensa por la anticipación. Su corazón estaba volviéndose loco, y él mantuvo una mano sobre su rodilla, su pulgar continuamente haciendo suaves círculos a lo largo de la parte carnosa.
Algunas veces, la lógica se deslizaba en sus pensamientos.
En realidad, no era el tipo de chica para tenía aventuras de una sola noche. Al menos, sabía que él no era un asesino en serie, pero ese era Pedro Alfonso... y ella era Paula Chaves, una curvilínea con varios kilos de más que una supermodelo y apenas capaz de mantener la cabeza a flote en el departamento de finanzas, y él era el mujeriego más hablado por la ciudad, con el dinero desbordándose de sus bolsillos.
Ella estaba fuera de su liga.
Y querido Dios, ¿qué tipo de ropa interior llevaba puesta esta noche?
¿Las de satén negro o las bragas de abuela? Ya que no había considerado seriamente irse a casa con alguien, si se trataba de las bragas de la abuelita, moriría.
Pero luego su pulgar hizo otro círculo y sus hormonas vencieron su lógica. Dejando a un lado todas las cosas por las que ellos no encajaban juntos, se concentró en la forma en que su cuerpo se derretía bajo su ligero toque.
No más de veinte minutos más tarde, Pedro se detuvo en otro estacionamiento. El corazón de Paula dio un vuelco.
Apagando el motor, Pedro la miró y le dio una pequeña sonrisa secreta.
—¿Lista?
Confundida entre estar más lista de lo que nunca había estado y con ganas de huir, asintió con la cabeza.
—Quédate allí —Ordenó, y luego salió del jeep con una agilidad que le causo envidia. Lo vio trotar alrededor de la parte delantera del coche y luego llegar a su lado, abriendo la puerta. Extendiendo un brazo, movió los dedos juguetonamente.
Tomando su mano, ella dejó que la sacara del Jeep. Pedro le pasó un brazo alrededor de su cintura mientras la volvía hacia la puerta. Con su tamaño y altura, en realidad se sentía pequeña y menuda, por primera vez en su vida, mientras se escondía a su lado.
Entraron en un pasillo amplio y con pisos de madera. Las puertas con números plateados. Olía como manzanas y especias en el pasillo, todo lo contrario del olor misterioso que se aferraba a los pisos de cemento y paredes en lo que Paula solía pensar era un edificio de apartamento decente en el que vivía.
Cuando se detuvieron afuera del 3307, Pedro sacó sus llaves y abrió la puerta.
Al entrar en la oscuridad, se encendió una luz del vestíbulo y rápidamente se desactivo la alarma.
Paula se quedó atrás, apretando los dedos.
Entre más lejos se movía Pedro, más luces se encendían.
Opulencia ni siquiera era una palabra que usaría para describir su apartamento.
Para empezar, la cosa era más grande que la mayoría de las casas de la ciudad. Más de tres mil pies cuadrados, y el apartamento tipo loft era propiedad de primera.
El vestíbulo conducía a una espaciosa cocina, que era de granito pulido y acero inoxidable, hornos dobles y armarios numerosos. ¿Sabía él cocinar? Paula le lanzó rápido una mirada a Pedro mientras él dejaba caer las llaves en la isla de la cocina debajo de un estante para cacerolas y se lo imaginó en un delantal... y nada más.
Él pilló su mirada y sus labios se extendieron en una sonrisa.
—¿Te gustaría un tour?
—Creo que si veo algo más me pondré celosa —admitió.
Él se rió entre dientes.
—Pero quiero que veas más.
Había más en sus palabras, un mensaje no dicho que tenía los músculos de su vientre endureciéndose. Dio un paso adelante y le siguió fuera de la cocina al comedor formal.
La mesa larga y estrecha rodeada de sillas de respaldo alto era minimalista y preciosa. Situado en el centro de la mesa había un jarrón negro lleno de flores blancas.
—Ni siquiera como aquí —Pedro hizo una pausa—. Bueno, eso es una mentira. Lo hice una vez cuando convencí a mis hermanos a unírseme para la cena de Navidad.
Ella casi mencionó los nombres de sus hermanos, pero se detuvo. La imagen de él desnudo en la plataforma ayudaba.
—¿Has cocinado para ellos?
Él arqueó una ceja.
—Suena como si te sorprendería si dijera que sí.
—No pareces el tipo que cocina.
Pedro se dirigió a un arco que conducía fuera de la zona de comedor.
—¿Y qué clase de hombre parezco, Paula?
El tipo de hombre que sería difícil si no imposible de olvidar después de pasar una noche con él, pero no dijo eso.
Paula se encogió de hombros, ignorando la mirada de complicidad que se estableció a través de sus llamativos rasgos.
La televisión en la sala de estar era extremadamente grande, ocupando casi toda una pared. Un sofá de cuero seccionado y reclinables formaban un círculo alrededor de una mesa de café de cristal cubierta de revistas deportivas.
Pedro empujó una puerta debajo de una escalera de caracol de madera conduciéndola arriba.
—Aquí está mi biblioteca, donde no hago mucha lectura, pero sobre todo juego Angry Birds en el ordenador.
Paula rió, sosteniendo su bolso con fuerza mientras miraba a su alrededor. Había estanterías llenas de libros, por lo que dudaba de la parte de no-lectura a menos que estuviesen allí por pura apariencia. También había varias pelotas firmadas y manoplas en vitrinas enganchadas a las paredes, mezcladas entre revestidas fotos autografiadas. Era como un Salón de la Fama por aquí.
La puerta se cerró fácilmente, Pedro asintió con la cabeza hacia dos puertas más allá de la escalera.
—Esa lleva a un dormitorio de invitados y un baño. ¿Subes?
Su estómago cayó como si tuviera dieciséis años otra vez mientras asentía con la cabeza, e iba arriba. Había otra habitación utilizada para los huéspedes, una sala de pronto apodada la "sala blanca" debido a que las paredes, el techo, cama, alfombra y todo era blanco. Estaba un poco asustada de entrar en esa habitación.
Pero luego él pasó junto a ella, deslizando una mano por su espalda mientras se dirigía por el pasillo, dejando un rastro de escalofríos calientes a su paso. Podía ver hacia abajo en la sala de estar, pero debido a un miedo horrible a las alturas, retrocedió alrededor de la barandilla.
Tocadores que coincidían con la cabecera estaban contra la pared opuesta, idénticas a las mesas de noche que se encontraban en cada lado de la cama. Un televisor colgado de la pared frente a la cama y una puerta abierta a un closet que casi provocó que Paula cayera hasta las rodillas.
—Tu armario —dijo, haciendo su camino hacia él—. Creo que es del tamaño de mi habitación.
—Al principio, todo esto era una habitación grande, pero el
diseñador de interiores construyó este armario y el baño.
¿La habitación era más grande? Jesús. Su mirada recorrió los brazos de trajes oscuros y camisas de polo y luego todos los colores coordinados. En los estantes superiores, pilas de pantalones vaqueros —de diseñador, sin duda— descansado. Su armario en casa era un dormitorio adicional y un montón de bastidores de ropa barata. Podía vivir en el de Pedro.
A sabiendas de que cuanto más tiempo se quedara en el armario, más envidiosa se pondría, se volvió mientras Pedro se colocaba detrás de ella, deslizando un brazo alrededor de su cintura.
—Me alegro de que dijeras sí —dijo él, su aliento caliente bailando a lo largo de su mejilla—. En realidad, estoy encantado de que dijeras que sí.
Paula se tensó mientras una forma de calor se envolvía por su espalda. Giró la mejilla hacia él, mordiéndose el labio inferior mientras su mejilla rozaba la de ella. La pregunta escapó de su boca antes de que pudiera detenerla.
—¿Por qué yo?
—¿Por qué? —Pedro se echó hacia atrás un poco y la giró para que ella se enfrentara a él. Frunció el ceño—. No estoy seguro de entender la pregunta.
Sus mejillas se sonrojaron mientras trataba de apartar la mirada, pero él cogió el borde de su barbilla con una comprensión gentil. Maldita sea su boca. Se aclaró la garganta.
—¿Por qué querías que fuera a tu casa?
Pedro inclinó la cabeza hacia un lado.
—Creo que es bastante obvio. —Deslizó la otra mano a la curva de su cadera, y tiró de ella hacia adelante. Podía sentirlo contra su vientre, caliente y duro—. Puedo entrar en más detalles, si quieres.
—Yo... lo sé, pero podrías tener a cualquier chica del club. Algunas de ellas…
—Sé que puedo tener a cualquier mujer allí.
Bueno, definitivamente no tenía problemas de autoestima.
—Lo que estoy tratando de decir es que de todos los presentes, podrías haberte llevado a casa a una de las chicas que se viera como si hubiese caminado fuera de una pasarela.
Pedro frunció el ceño.
—Me llevé a casa la que quería.
—Pero…
—No hay un "pero" en esto —Él ahuecó su mejilla, inclinando la cabeza hacia atrás. Cuando habló, sus labios se rozaron—. Te deseo. Desesperadamente. Ahora mismo. Contra la pared. En mi cama. En el suelo y tal vez en la ducha después. Tengo una cabina de ducha y un jacuzzi a los que podríamos darle un uso muy bueno. Sé que te gustaría.
Querido Dios...
Su sonrisa era puro sexo.
—No importa dónde. Quiero follarte en todos esos lugares —Sus labios se posaron en los de ella ligeros como una pluma, y su voz bajó a un susurro pecaminoso—. Y lo haré.
Los ojos de Paula se abrieron como platos —sorprendida por lo mucho que disfrutaba de su lenguaje vulgar, pero antes de que pudiera responder, su boca reclamo la de ella en un beso profundo y lacerante que provocó un incendio en su interior. Él la empujó hacia atrás, encajando su duro cuerpo contra el suyo. Su mano izquierda en su mejilla, bajando por su hombro a la curva de su cintura. Y siguió besándola —besándola de una forma en que ningún hombre jamás la había besado antes, como si la estuviese bebiendo, tomando largos sorbos, y su cuerpo se derritió contra él. Las caderas de Paula se arquearon hacia él, y se vio recompensada con un gruñido profundo y gutural.
Levantando la cabeza lo suficiente para que sus labios dejaran los de ella, él dijo:
—¿Todavía estás confundida sobre por qué te traje a casa?
—No —susurró ella, aturdida.
—Porque puedo seguir mostrándote… en realidad, quiero
mostrártelo —Sus dientes mordieron su labio inferior, y su pecho subía contra el suyo—. Debo admitir que tengo mis dudas, también.
¿Dudas? Maldita sea.
—¿En serio?
Pedro asintió mientras sus dos manos caían sobre sus caderas.
—Normalmente, simplemente voy al grano. Soy directo, como nos gusta.
Paula no tenía ni idea de lo que hablaba o cómo sabía él la forma en que "les gusta." Lo único que sabía era que sus manos se abrían paso por sus muslos, cada vez más cerca al borde de su vestido. Su cabeza cayó hacia atrás contra la pared, mientras las yemas de los dedos por fin tocaban su piel desnuda.
—Dios, eres sexy.
Cerrando los ojos, su espalda se arqueó, y besó la extensión de su cuello desnudo, mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo, deteniéndose justo debajo de sus pechos. Sus labios se encontraron de nuevo, deslizando su lengua dentro.
—Quiero estar dentro de ti. Toda la noche. Pero necesito sentirte, y luego probarte primero.
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