miércoles, 1 de octubre de 2014
CAPITULO 34
Eran casi las ocho de la noche cuando Paula decidió que
necesitaba ducharse y lavarse los dientes, ya que el maratón de The Walking Dead la mantuvo pegada a la pantalla durante la mayor parte del día.
Y nada, ni siquiera la higiene personal, era más importante que una infestación de zombies.
Parecía un buen plan quitarse finalmente el pijama para ducharse y ponerse otro pijama fresco, eso es lo que haría.
Atando el cinturón de la bata alrededor de su cintura, secó la mayor parte del agua de su cabello con una toalla mientras cruzaba la sala y se asomaba calle abajo. No había casi tráfico en las calles, pero en una hora probablemente no habría nadie, y mañana sólo pasarían un par de autos yendo a ver a sus familiares.
Paula había decidido ir al cine mañana y comer tantas palomitas como pudiera soportar.
Alejándose de la ventana, dejó caer la toalla en el respaldo del sillón y miró la mesita de café. Su celular había estado tan silencioso que Pepsi se acurrucó sobre él.
Pensó brevemente en enviarle un mensaje a Pedro para desearle una feliz Navidad, pero después de la fea manera que lo trató ayer, dudaba que él estuviera contengo con saber de ella.
Pedro intentó ser considerado y dulce con la cosa de la comida, y ella fue… bueno, tuvo un día terriblemente malo.
Esperaba sinceramente que él pasara una buena Navidad y no pensara en lo ocurrido, pero era inevitable. ¿Cuántas citas habían tenido? Tres. Quizás cuatro, y luego nada.
Y, considerando el tono de su voz ayer, Pedro probablemente pensaba que a ella no le importaba.
Sentándose en el sillón, cogió el control remoto y buscó algo en la televisión que la distrajera. Cuando fracasó, intentó leer su libro favorito.
Un golpe repentino e inesperado en la puerta la hizo dejar caer el libro. Pepsi se levantó de la mesa de café, tirando su celular al suelo mientras corría hacia el dormitorio.
Paula suspiró.
Al no tener idea de quién podría ser además de un vecino, se asomó por la pequeña mirilla en la puerta.
El aire escapó de sus pulmones y el corazón le dio un vuelco.
Reconocería esa espalda en cualquier parte.
CAPITULO 33
Parecía que la Navidad se había emborrachado y vomitado sobre la casa Gonzales.
Había un enorme y extraño Santa de plástico en el patio delantero.
Un reno de alambre brillando en la noche, parpadeando de blanco y rojo.
Había otro Santa en el techo, sentando sobre la chimenea.
También un gran trineo sobre la hierba congelada. Luces navideñas de todos colores colgaban en el techo y en la barandilla del pórtico. Un muñeco de nieve lo saludaba. Escalofriante. En el pórtico estaba Frank E. Post, quien comenzó a cantar una canción navideña en cuanto Pedro estuvo a unos metros de él.
—Guau —dijo, rodeando esa cosa.
Antes de que tocara la puerta, relajó sus hombros, tratando de quitarse la actitud molesta que traía consigo desde ayer, cortesía de Paula. Que tonto había sido al ser considerado y ordenar su comida favorita, asumiendo que ella pasaría la Noche buena con él.
Debió haberlo sabido mejor. Ellos fingían todo el asunto de las citas.
No se detuvo a pensar cuando ella le envió el mensaje de texto. No se imaginó que le pediría que no fuera a la Gala con ella.
Como sea. No iba a dejar que ese problema con Paula arruinara la única noche del año que la pasaba rodeado de su familia.
Su hermano abrió la puerta, vestido con un suéter que hizo que Pedro se riera tan fuerte que temió que él no fuera a darle los regalos que le compró. Tenía un gran San Nicolás con un cartel que decía: Incluso Santa se prepara para el fin del mundo. ¿Y tú? ¡Feliz Navidad!
—Si dices una sola palabra —dijo Pablo, manteniendo la puerta abierta—, te patearé el trasero.
El padre de Mariana salió y ondeó su mano a manera de saludo.
Usaba el mismo suéter. —Hola, súper estrella.
Pedro luchó para que la sonrisa no se desvaneciera de su cara. —No diré ni una palabra.
—Eso espero —Pablo tomó una de las bolsas que traía consigo y luego le frunció el ceño—. ¿Dónde está Paula?
Siguió a su hermano menor dentro. El aire olía a sazonador de camarón y cerveza, una tradición navideña de la familia Gonzales. —No pudo venir.
—Umm —dijo Pablo, poniendo las bolsas en el suelo junto al árbol.
Pedro se dio la vuelta, con la esperanza de poder escaparse antes de que su hermano pudiera comenzar a hacer más preguntas. De pronto, lo envolvió un cálido abrazo.
—Me alegra que hayas podido venir —dijo la Sra. Gonzales,
abrazándolo tan fuerte que apenas podía respirar, pero joder, le encantaban esos abrazos. Ella se echó hacia atrás, la piel alrededor de sus ojos arrugándose mientras sonreía—. ¿Cómo es posible que seas más hermoso cada vez que te veo?
—Asco, mamá —dijo la voz de Mariana en la cocina.
—Ni yo mismo lo sé, Sra. Gonzales. —Guiñó Pedro.
El Sr. Gonzales pasó su brazo sobre el hombro de su esposa. Él era tan grande como un oso. Su Santa-preparado-para-el-Apocalipsis era al menos tres veces más grande que el de Pablo—Lo siento, Pedro, trataré de que mantenga sus garras lejos de ti.
—Oh, él sabe que mis ojos y garras son sólo para ti. —Para probar sus palabras, ella le agarró el trasero al Sr. Gonzales.
Ariel sacó la cabeza y curvó sus labios con horror. —No es algo que quisiera volver a ver. Nunca.
El Sr. Gonzales resopló. —Sí, bueno, tú obviamente le has agarrado más partes a tu esposa…
—Papá —gruñó Ariel—. ¿En serio?
Desde el árbol de Navidad, Lisa, la esposa de Ariel, sonrió y frotó su vientre hinchado. —Es cierto.
—Mi familia está loca. —Ariel desapareció en el pasillo.
Era cierto, pero Pedro los amaba, le encantaba la atmósfera cálida en la familia. Era una de las razones por las que él y sus hermanos se sentían parte de los Gonzales. Eran todo lo contrario a su propia familia.
Hablando de familia, Patricio llegó y le ofreció una cerveza fría.
Notó que ya no usaba el suéter navideño. —¿Dónde está tu mujer?
Pedro suspiró, sin querer pensar en Paula—No pudo venir.
Su hermano asintió secamente. Con el cabello recogido en una pequeña coleta en la nuca, Patricio parecía uno de esos tipos que la gente contrata para protegerlos. —¿Qué hay de la otra?
—¿Otra?
—Sí… la de anteojos —aclaró.
Las cejas de Pedro se alzaron. —¿La señorita Gore, mi publicista?¿Quién sabe? Sólo espero que esté muy lejos de mí. Espera. Tú no estarás…
Antes de que pudiera terminar esa horrible oración, Mariana apareció con una bandeja de galletas, sus ojos entrecerrados. —¿Pero qué diablos? ¿Dónde está Paula?
—No pudo venir —dijo Pablo sobre su hombro, lanzándole a Pedro una mirada mientras tomaba la bandeja de Mariana—. O eso es lo que dice Pedro.
Mariana parecía a punto de lanzar algo. —Cada año la invito, y este era el primer año que pensé que no podría escaparse.
—Lo siento. —Pedro se encogió de hombros—. Creo que tiene miedo de que la encierren en un refugio antibombas o algo así.
Ella rodó los ojos. —Esa no es la razón por la que no viene.
Sus palabras despertaron definitivamente su curiosidad. —¿Quieres decir que no tiene miedo de que la obliguen a comer comida enlatada de supervivencia?
—Ja. Ja. No.
—Entonces, ¿Por qué no quiso venir? —preguntó.
Mariana miró por encima de su hombro. En ese momento, el Sr. Gonzales tenía a Pablo y Patricio acorralados, mostrándoles una revista de supervivencia. Mariana se estremeció y lo agarró del brazo, guiándolo hacia la cocina vacía. En la estufa, una enorme olla de camarones al vapor.
—A Paula no le gusta la Navidad.
Pedro se cruzó de brazos. —Ya lo había deducido.
—¿Sabes por qué? No, probablemente no, a ella no le gusta hablar de eso.
—¿Vas a decirme? —Se apoyó contra el mostrador.
Ella suspiró. —Sólo te lo cuento porque amo a esa chica hasta la muerte, y tuvo un día de mierda ayer.
—Espera. ¿Qué quieres decir?
Mariana parecía estupefacta. —¿No te lo dijo? No, claro que no. — Sacudió la cabeza mientras la paciencia de Pedro se acababa—. Sabes que hemos estado trabajando en la Gala y que esa ha sido nuestra vida durante casi todo el año pasado.
Pedro sabía que el trabajo de Paula estaba en la cuerda floja.
—Todavía seguimos cortos de dinero, lo cual tiene al director preocupado por la Gala. Él la llamó a una reunión ayer —dijo—. Le prohibió asistir a la recaudación de fondos.
—¿Qué? —Descruzó sus brazos—. ¿Por qué diablos hizo eso?
Mariana parecía incómoda. —Por tu culpa.
—¿Perdón?
Se encogió de hombros. —Mira, al director le preocupa que ustedes dos estuvieran en el evento, que tu presencia afectara la recaudación de fondos, y habrá un montón de gente conservadora que no quiere ser fotografiada…
—Paula vino ayer y me pidió que no asistiera, pero no me dijo nada más al respecto. —Cerró sus manos en puños—. La solución era fácil, yo no asisto.
—Sí, eso es lo que Paula dijo, pero él sabe que la prensa estará allí. No la dejarán en paz.
¿Por qué Paula no le dijo eso?
—Eso es una tontería. Ella merece ir.
—Lo sé. Estoy totalmente de acuerdo, pero eso fue lo que dijo el director. No hay nada que yo pueda hacer. —Mariana ladeó la cabeza un poco—. Debí haber imaginado que no te lo diría. Probablemente no quería que te sintieras mal.
Joder. Se sentía como una mierda. Paula no le había dado una razón para pedirle que no asistiera, pero si hubiera sabido que era por su culpa…
—De todos modos —dijo Mariana—, esta época del año no es buena para ella. Así que si le agregas el asunto de la Gala, sin duda, es mucho con que lidiar.
Pedro pasó la mano por su cabello. —¿Por qué no le gusta la Navidad?
Hubo una pausa. —Sus padres fueron asesinados en la víspera de Navidad, cuando ella estaba en la universidad.
—Mierda…
—No sé como era antes, pero desde que la conozco no celebra la Navidad. Supongo que por malos recuerdos, pero he tratado de remplazarlos con mejores recuerdos, ¿sabes? —Parecía cabizbaja—. Esperaba que ahora que salía contigo, las fiestas fueran más agradables para ella.
Pedro miró a Mariana. Paula le había dicho que sus padres habían muerto, pero no sabía cómo o cuándo ocurrió. Buen Dios, no era de extrañar que odiara la Navidad y, para colmo, su director la sacaba de la Gala.
Él estaba molesto y también… también estaba cabreado.
Girándose hacia la olla en la estufa, trató de imaginar lo que eran para Paula estos momentos y pudo imaginarlo fácilmente. Antes de que tuviera a la familia Chaves, la Navidad no era celebrada. No había suéteres ridículos, regalos, risas en toda la casa, o camarones hirviendo en la
¿ estufa. La Navidad para los Alfonso era fría y tan estéril como todo lo demás. Excepto porque su madre estaba drogada y su padre fuera por viajes de negocios, pero esto era diferente.
Diferente en muchos niveles.
Nada de esto debería afectarlo, pero lo hacía. Estaba molesto por Paula, y no quería que ella se sintiera sola en casa. Tampoco quería que no viera su trabajo de todo un año rendir frutos.
Quería arreglar esto. Era extraño, jodidamente extraño, pero
normalmente a los problemas que se enfrentaba los ignoraba o no los tomaba en serio. O alguien más lo solucionaba. Nunca los solucionaba él mismo.
Pero quería solucionar esto.
Una cosa iba a hacer justo ahora. La otra, la que involucraba una llamada telefónica a su contador y luego a la rata asquerosa de ese director, eso podría esperar.
—¿Pedro? —dijo la voz calmada de Mariana.
Él se giró, sus planes ya hechos. —Me tengo que ir.
¿Puedes disculparme con tu familia?
Mariana parpadeó lentamente, y luego sus ojos brillaron con
felicidad. —Sí, ya lo hago.
Comenzó a pasar a su lado, pero ella lo llamó por su nombre, deteniéndolo. —¿Qué vas a hacer?
Pedro no estaba cien por ciento seguro, pero sabía una cosa. —Voy a crear nuevos recuerdos.
CAPITULO 32
Contestó al primer golpe y dio un paso a un lado, permitiéndole entrar en el vestíbulo. Rápidamente desvió la mirada, porque en realidad, ningún hombre debería verse tan bien como él lo hacía en una sencilla camisa y pantalones de salón.
—Yo... —Tomó una respiración profunda y olió comida china. Sus cejas se apretaron mientras miraba a su alrededor—. ¿Por qué huele a Pollo General Tso?
Pedro sonrió. —Cuando dijiste que venías hacia aquí, me tomé la libertad de ordenar un almuerzo tardío. Es tu favorito, ¿no?
Paula se estremeció ante el considerado gesto. No tenía hambre, lo cual era testimonio de cuan apestosa se estaba sintiendo en estos momentos. —Gracias, pero no tenía la intención de quedarme mucho tiempo.
Se había detenido a mitad de camino por el pasillo y se volvió hacia ella, frunciendo el ceño. —Eso es… Oye, ¿estás bien?
Probablemente debería haber comprobado su cara por el rímel corrido. —Sí, estoy bien. He venido aquí para decirte... para pedirte que no asistas a la Gala. —No vio la necesidad de añadir la parte embarazosa en la que tampoco asistía.
Tropezó torpemente. Tal vez una llamada telefónica o un texto hubiera sido mejor—. Sé que es un poco grosero pedirte esto y todo, pero realmente lo apreciaría.
—Sí. Está bien. —Pedro se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos—. ¿Pasó algo con la Gala?
Negó con la cabeza, todavía demasiado emocional para entrar en detalles, y en serio, no era como si a él realmente le importara. Ser su cita era un trabajo en este momento, y dudaba que apreciara todo el drama.
Ninguno había estado de acuerdo con esto en el principio.
—¿Alguien te dijo algo?
El calor se arrastró hasta el cuello. Dios, podría ser astuto a veces.
—No. Es... simplemente es eso. De todos modos, eso es para lo que vine, pero realmente tengo que irme. Um, gracias por la comida china. ¿Postergamos eso?
—Espera. —Se apartó la pared, viniendo hacia ella—. ¿A qué hora quieres que te recoja mañana?
—¿Mañana? —Repitió, buscando en su memoria por los planes—. ¿Mañana es Nochebuena...?
Una sonrisa peculiar apareció. —Sí, y siempre lo paso con la familia de Mariana, junto con mis hermanos.
Oh, la celebración de Navidad de la familia de Mariana.
Había logrado evitar eso como la plaga el último par de años.
—Vas conmigo, ¿no? —dijo después de unos momentos, sin duda optando por ignorar el hecho de que ya había rechazado su oferta una vez.
Paula frunció los labios. —Las cenas de Nochebuena no son lo mío.
—Bueno, no es realmente tradicional. En realidad es todo lo
contrario a lo tradicional. Mayormente sólo acabamos bebiendo, comiendo y viendo a Pablo emborracharse y hacer un tonto de sí mismo.
—Tan divertido como suena, voy a tener que pasar. —Ella comenzó a retroceder hacia la puerta—. Pero espero que tengas un buen rato.
—Espera. —Él puso su mano en la puerta, deteniéndola—. ¿Cuál es tu problema? Estoy bien con lo de la Gala y con lo de postergar la comida china, así que ¿te mataría hacer esto conmigo?
—Sí —le espetó ella, tratando de alcanzar la manija de la puerta—. Pedro, vamos. Abre la puerta.
—Sabes, a veces pienso que te entiendo y entonces me doy cuenta de que no tengo ni idea. Te gustan Mariana y Pablo, por lo que no debería ser un gran problema. —Quitó la mano de la puerta y la pasó a través de su pelo—. Es como si no quisieras... no lo sé, abrirte.
—¿Abrirme?
Pedro frunció el ceño. —Sí.
Paula no sabía que hizo que las palabras salieran de su boca. Las festividades siempre la tenían en el borde y mezclando todo esto con Pedro y la Gala, su paciencia y el filtro no existían. —¿Por qué quieres que vaya contigo, Pedro? ¿Por qué quieres que me abra a ti? No es como si realmente estuviéramos saliendo, y lo último que deberíamos hacer es pasar las fiestas juntos o hacer algo profundo y significativo con el otro cuando esto va a estar terminado pronto de todos modos.
—Guau. Guau. —Pedro se estiró a su alrededor, abriendo la puerta para que pudiera pasar bajo el brazo—. Eso está bien. No me gustaría ponernos todos profundos y significativos,Paula. Tienes razón. Esto va a estar acabado en días. ¿Por qué molestarse?
Ella palideció. —Exactamente.
—Lo que sea. Ten una Navidad agradable, Paula—Y luego cerró la puerta. Ni siquiera la cerró de golpe, lo que pareció peor de alguna manera.
CAPITULO 31
El día antes de la víspera de Navidad era un día de descanso en el trabajo. Los empleados siempre se iban alrededor de las tres o más temprano. No había nada que hacer, pero eso estaba bien, porque Paula y Mariana estaban listas para la Gala y eso era todo lo que importaba.
Así que Paula jugó solitario en su ordenador y atendió sus cultivos en Farmville hasta que se encontró mirando su computador, pensando en Pedro.
Dios, había lucido increíble en el evento, la noche entera había sido increíble. Una estúpida, tonta sonrisa apareció en su rostro.
La cena de Navidad para los Nationals había sido perfecta y Pedro... quiso darse una palmadita en la espalda a sí misma por lo que pasó en su Jeep. Había estado muy malditamente perfecta.
Aunque, probablemente, no era inteligente hacer algo así de nuevo.
A pesar de que había dicho que no complicaría las cosas, pero pensó que se lo debía. Cuando la había dejado en su apartamento, ella había hecho una salida precipitada, sabiendo que si se quedaba un rato más, la noche hubiera terminado en sexo.
Su teléfono sonó, asustándola lo suficiente como para echarse hacia atrás de la computadora. —Oficina de Mariana Gonzales, ¿en qué puedo ayudarle?
—Señorita Chaves, ¿puede ver al Director Bernstein, por favor?
Paula se sentía como una tonta, ya que debería haber sabido que era una llamada interna. —Sí. Voy para allá.
Suponiendo que él quería algo referido a la Gala, cerró su internet, se adelantó y apagó el ordenador. Los escritorios fuera de la oficina de Mariana se encontraban vacíos.
Roberto no estaba a la vista.
Balanceándose a la izquierda, pasó más allá de un árbol de Navidad y entró en la oficina del Director Bernstein. Su secretaria levantó la mirada con una sonrisa. —Adelante —dijo ella.
Paula abrió la puerta y se dio cuenta de que el director no estaba solo. Mariana estaba con él, y parecía enfadada. Su estómago se hundió mientras se sentaba al lado de su jefa. —¿Qué está pasando?
El Director Bernstein sonrió, pero parecía dolido, como si estuviera a punto de decir algo que realmente no quería. —Sé que has trabajado muy duro y muy de cerca con la señorita Gonzales en la Gala de Invierno para recaudar fondos, y realmente no hay suficiente gratitud que pueda expresar. Ambas han hecho un trabajo excelente.
Paula miró a Mariana, teniendo la sensación de que toda esta conversación realmente no tenía nada que ver con la gratitud.
—La Gala es tan importante para el Instituto y para el proceso de voluntariado —continuó el director—. Cada año, vemos un aumento de los asistentes y las donaciones y estas donaciones son las que mantienen departamentos como el que la señorita Gonzales maneja. No podemos darnos el lujo de perder ningún donante que desee tener una buena noche en la Gala sin la intrusión de la prensa.
Hielo bañó las venas de Paula mientras miraba al jefe de su jefa. Se obligó a respirar bien y lentamente. Esto tenía que ver con Pedro. Por supuesto, todo tenía que ver con Pedro ahora, su falso novio.
Cualquier pensamiento cálido y difuso que tuvo sobre él minutos antes se desvaneció como las donas que Mariana había traído esta mañana.
—Teniendo esto en mente, voy a tener que pedirle que no asista a la gala, señorita Chaves. —Esa maldita sonrisa titubeó—. Todo lo que implica a Pedro Alfonso se convierte en un circo mediático, y muchos de nuestros asistentes no quieren ser parte de un ambiente así.
Mariana se aclaró la garganta y dijo—: Para que lo sepas, no estoy de acuerdo con esto en absoluto.
Es curioso cómo las mejillas de Paula ardían cuando se sentía tan fría por dentro, pero estaría condenada si esta mierda con Pedro arruinaba algo por lo que había estado trabajando durante todo el año. Aunque, él parecía estar esperando asistir a la Gala con ella, sabía que no estaría demasiado molesto por haber sido excluido de la misma. —No tiene que asistir —dijo—. Puedo hacer esto sin él.
El Director Bernstein se inclinó hacia delante, cruzando las manos sobre la madera tan pulida que Paula podía ver su reflejo. —He pensado en eso, pero con o sin el Sr. Alfonso, la prensa le seguirá. ¿Cuántos días llevan esperando fuera para conseguir apenas una fotografía de usted sola?
Cinco, ¿pero quién estaba contando? La mano de Paula se curvó inútilmente en su regazo. —Puedo tratar de hablar con algunos de ellos. Pedirles que se mantengan alejados.
—Usted y yo sabemos que eso no va a funcionar. Son como buitres, y si creen que hay una posibilidad de que puedan filmarla a usted y al Sr. Alfonso juntos, entonces van a estar acampando fuera. No puedo tener ese tipo de prensa negativa en la asistencia. Lo siento, pero pienso en el mejor interés de la Gala y el Instituto.
Paula no estaba segura de lo que dijo a continuación, pero estaba segura de que asintió con la cabeza, concordando, y luego la reunión incómoda como el infierno había terminado.
Se encontraba en un estado de estupor mientras se dirigía a su despacho y tomó su bolso.
Mariana lucía tan mal como Paula se sentía. —Lo siento mucho, Paula. Bernstein es un gran fanático de Nationals…
—Está bien. —En realidad no lo estaba, y lo último que quería era escuchar como el Director era un gran seguidor de Pedro en privado.
—En serio. Traté de hablar con él, pero hay un montón de severos conservadores que vienen a esta cosa y donan una tonelada de dinero.
Forzando una sonrisa que no sentía, le dio a su amiga un breve abrazo. —Está bien. Oye, me voy de aquí. Ten una buena Navidad, ¿de acuerdo?
—Paula…
Salió de la oficina, parpadeando para contener las lágrimas, pero con su cabeza en alto.
Mientras subía a su auto, envió un texto rápido a Pedro, para comprobar si se encontraba en casa. La respuesta fue un rápido sí y el viaje a su lujoso apartamento fue un borrón.
Pensó que la no-invitación a Pedro a la Gala era mejor hacerla en persona.
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