viernes, 3 de octubre de 2014
CAPITULO 38
Pedro no recordaba tener una mejor mañana de Navidad.
Se despertó con un brazo alrededor de la cintura de Paula y su cabeza enterrada en su pelo. Cuando él le dio la vuelta, ella le sonrió adormilada y abrió las piernas para él.
Malditamente perfecta.
Se había tomado su tiempo con ella esta mañana, moviéndose en ella lentamente, arrastrando el placer para ambos. No la estaba jodiendo o follándola. Él sabía que le estaba haciendo el amor.
La ducha era una historia diferente.
Pedro se había inclinado y se introdujo en ella como si él nunca había tenido relaciones sexuales antes. Estar con ella, estar dentro de ella, era algo que nunca se cansaría de hacer. Sabía eso en su alma.
Un montón de risas y relaciones sexuales más tarde y con alguna ropa, hicieron juntos el desayuno. Pepsi se sentó junto la estufa, esperando que las sobras cayeran en el suelo.
No sabía de qué se trataba todo esto, pero él no quería estar en otro lugar. Fue cuando ella se acurrucó junto a él en el sofá que recordó lo que Mariana le había dicho la noche anterior.
Cepillo sus cabellos en ondas de la cara, sonrió cuando ella levantó las pestañas y el anhelo brillaba a través de sus ojos. Su propio sexo rugió a la vida en un nanosegundo. —Muy pronto —le prometió a los dos—. Pero primero, hay algo que Mariana me dijo anoche.
Paula se sentó, metiendo su cabello detrás de sus orejas. Alzando sus cejas. —¿Qué?
—Ella me hablo de su director y de cómo él no quieres que tú asistas ahí por mí. Mira, voy a llevar a…
—Espera. —Ella levanto una mano—. Lo admito, estaba enojada cuando el director me sacó. Trabaje en esa gala durante todo el año, pero hay algo que tengo que decirte antes de… bueno, antes de que esto vaya más allá. ¿De acuerdo?
Pedro se echo hacia atrás y asintió. Un instante después, lanzo a Pepsi a su regazo. —Está bien.
Una tímida sonrisa tiro de sus labios. —Yo no era una gran fan de pretender ser tu novia en el principio. —Ella se río tímidamente mientras pasaba sus dedos sobre la esmeralda—. En realidad, yo estaba enojada con todo el asunto, pero no es eso. Quiero decir… —se interrumpió, sonrojándose—. Dios, sueno como una idiota.
Pedro trato de ocultar su sonrisa. —¿Qué? ¿Me estás diciendo que no estás de acuerdo en hacer esto para aumentar tu piscina de citas? — bromeó.
Era cierto que la curiosidad lo había hecho, él le rasco
distraídamente a Pepsi detrás de la oreja. —Di la verdad, siempre quisiste ser mi novia.
Paula río tan fuerte que Pepsi levanto la cabeza y aplanó sus orejas. —No. No es eso, tampoco. La señorita Gore… bueno, en cierto modo, supongo que tengo que darle las gracias por su preocupante nivel de determinación.
Sus dedos se calmaron en la cabeza de Pepsi. —¿Qué quieres decir?
—La señorita Gore básicamente me chantajeó. —Ella alargó la mano, rascándole la pata a Pepsi—. Ella me amenazó con decirle a la gente que te estaba acosando. También se enteró de que yo había llegado tarde a mis préstamos estudiantiles en algún momento y se ofreció a pagar la deuda.
Vales por lo menos cincuenta mil, ¿sabías eso? —Ella se echo a reír acariciando a Pepsi que estaba echado en su regazo—. Le dije que vales más, pero…
—Espera —dijo él, mirándola fijamente. No podía creer lo que estaba oyendo—. Ella se ofreció a pagar tus préstamos estudiantiles para que tú fingieras ser mi novia.
Paula asintió. —¿Puedes creerlo?
Fuera de las razones de por qué había llegado a un acuerdo, Paula siendo pagada no era una de ellas. Fue como un golpe. No sabía que sentir. ¿Enojado? ¿Decepcionado? ¿Disgustado?
Paula fue pagada para ser su novia.
Al igual que las mujeres de su padre pagaba para ser sus novias.
Una carcajada se le escapo mientras miraba a Paula —Tú sabes, tal vez yo era estúpido por pensar en que yo te gustaba o que debía hacer que mi culo saliera del baño cuando nos conocimos.
La confusión se vertió en la expresión de Paula—Sí, eso sería ser muy estúpido si pensabas eso.
—Guau. Está bien. —Puso al disgustado Pepsi en el sofá.
Se puso de pie, con las manos temblando—. Espero que tú y la señorita Gore estén satisfechas con su acuerdo.
—¿Qué? —Paula se puso de pie—. Pedro, espera un segundo. No te puedes poner tan loco.
—¿Qué no me puedo poner tan loco? —La miro fijamente,
incrédulo—. Sí, ya sabes, he hecho algunas cosas bastante jodidas en mi pasado y mucha gente probablemente no cree en mis normas, pero yo sí.
Este es el límite de mierda para mí. Es repugnante.
Ella se echó hacia atrás como si la hubieran abofeteado.
Después de todo, ni siquiera iba a darle dos segundos para explicarle que ella no tomo el dinero. ¿Era tan fácil creer que era una puta allá afuera?.
—¿Perdón?
—Esto se acabó.
—¡Pedro! —Paula se movió hacia adelante como para bloquear su escape, pero la mirada de él la hizo pensar dos veces. Dio un paso atrás, parpadeando rápidamente—. No entiendo porque no quieres escucharme.
Pedro no estaba seguro de lo que pensaba, pero la verdad nunca le pasó por la cabeza. Cuando el dinero estaba involucrado, nunca se podía confiar en los resultados o en las acciones de cualquier persona.
Sacudió la cabeza, y se dirigió a la puerta. —Tus servicios ya no son necesarios. Esta mierda se acabó. Ya ha terminado.
CAPITULO 37
Ella levanto la cabeza.
—Yo… yo voy a buscar algo de beber. ¿Quieres algo?
Él abrió un ojo. —Voy a conseguirlo —dijo, empezando a
incorporarse.
—No. —Ella le puso una mano sobre su pecho—. Yo lo haré. Yo...uh, ya vuelvo.
Pedro no dijo nada cuando ella se desenredó con cuidado de él y tomó una camiseta bastante larga de la pila de ropa limpia que estaba en la silla. Deslizándola sobre ella, se dirigió a la cocina, ella se alegró por las punzadas sobre su sexo.
El sexo… bueno, había sido el mejor sexo de su vida.
Fue a tomar un poco de vino y se tomo tiempo para buscar sus gafas. Si Pedro estaba pensando irse, ella le estaba dando tiempo suficiente para levantarse. Quería evitar el momento incomodo para su corazón y su orgullo.
Alzándose sobre las puntas de sus dedos del pie, tratando de alcanzar dos copas. El calor repentino detrás de ella le hizo saltar el corazón.
—Aquí —dijo Pedro, alcanzándolas por ella—. Déjame ayudarte.
Paula se agarro de los bordes de la encimera mientras dejaba los dos vasos. Colocándolos al lado de la botella, pero en lugar de verter el vino, él la agarro por las caderas y la presiono hacia delante. Ella dejo escapar un grito ahogado cuando sintió la longitud de él contra su trasero.
—¿Creíste que una vez iba a ser suficiente? —Una mano viajo por su espalda, agarrándole el pelo. Él jalo su cabeza hacia atrás. Sus ojos se encontraron y ladeo la cabeza—. ¿O creíste que me iba a ir?
Ella estaba más allá de la pretensión de la mentira.
—Sí.
—¿Eso es lo que quieres? —Él se movió, y meneo su polla,
acercándose tanto a ella que estaba sufriendo por él.
—No —admitió—. Pero pensé…
—Piensas demasiado. —La besó, chasqueando la lengua con la de ella—. ¿Y sabes que pienso?
Oh Dios…
—¿Qué?
—Que odio esta maldita camisa. —Con eso, le soltó el pelo y le quito la camisa en cuestión de segundos, lanzándola en algún lado de la cocina—. Ah, eso es mucho mejor.
Ella empujo las caderas hacía atrás, con las respiración
entrecortada.
—¿En serio?
—Oh, sí. —Él la apartó más y luego le pasó una mano por su espalda, enviándole escalofríos—. Vamos hacer esto. Aquí mismo. Va a ser duro y áspero. ¿Estás lista?
Un rayo de pura lujuria estallo en ella. Paula asintió con la cabeza, el corazón golpeándole en el pecho. Apretó el agarre sobre el mostrador, y se quedo mirando la puerta del armario delante de ella, con los ojos medio cerrados.
Pedro extendió una mano por su barriga y tiro de ella hacía arriba. Él hizo un sonido gutural el instante que la lleno. Ella grito de nuevo, arqueando la espalda mientras casi se venía con la penetración dulce y profunda. Él se deslizo unos centímetros y repitió el movimiento hasta que los únicos sonidos en el apartamento eran de sus respiraciones y los golpes de sus cuerpos empujando uno contra otro.
Sus dedos se clavaron en sus caderas mientras empujaba hacia adelante, una y otra vez. Su ritmo no era perfecto, sobre todo cuando llevo sus manos al frente y agarro sus pechos. Sus dedos ágiles encontraron su pezón y sus dientes se aferraron a su hombro.
Paula gritó su nombre mientras su orgasmo explotó a través de su cuerpo, como lo había prometido todas esas noches en el club y se vino con un profundo gemido, meciéndose y estremeciéndose.
Cuando por fin se retiró, lo que pareció una eternidad más tarde y todavía no lo suficiente, le dio la vuelta. —¿Estás bien? —Radiaba preocupación por su tono.
—Estoy perfecta… eso fue perfecto. —Ella sonrió, sorprendiéndose todavía por estar de pie, sin embargo.
Pedro enrolló sus brazos alrededor de su cintura, y ella vio que algo cambió en su expresión antes de que él bajara la cabeza y la besara lentamente. Los besos condujeron inevitablemente a otras cosas. Un toque contra su pecho, entre sus muslos, y siguieron besándose mientras él se dio la vuelta y la levantó sobre la mesa de la cocina. Empujó hacia adelante, entre sus muslos y sus besos viajaron hacia abajo. Paula dejo la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, otra cosa que había prometido.
Pedro la adoraba.
Algún tiempo después, terminaron en el dormitorio, el vino olvidado y sus extremidades cubiertas de sudor y entrelazados.
—Feliz Navidad —dijo él, apretando sus labios en su frente húmeda.
El pecho de Paula se contrajo mientras se acurrucaba más cerca.
Su brazo alrededor de su cintura, y ella cerró los ojos contra la súbita oleada de lágrimas.
Esto iba a terminar mal, porque sabía que cuando llegara el
momento de dejarlo ir, iba a ser duro. Cada parte de ella se relajó, deliciosamente saciada, pero su corazón… oh, le dolía demasiado.
Ella respiró hondo y apretó el nudo en la garganta.
—Feliz Navidad, Pedro.
Sí, las cosas se complicarían definitivamente ahora.
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