jueves, 2 de octubre de 2014

CAPITULO 36





Sus manos se deslizaron por su cuello y cayó sobre sus hombros.


Inclino la barbilla hacía abajo, con ojos febriles encontrándose con los suyos. —¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Paula? Porque una vez que comience, no voy a parar. Voy a tomarte, tomarte con tanta fuerza que con cada respiro que des te acordaras de mí.


Al oír esas palabras, el corazón se le disparo y su cuerpo floreció para él. Paula asintió con la cabeza, porque su voz se encontraba muy lejos. Nada de lo que diría ahora mismo tendría sentido y sólo serviría para hacerla sonar como tonta.


—Bueno, eso es bueno —dijo él, deslizando sus manos por el pecho, parando en el cinturón—. No tienes ni idea de lo mucho que he deseado esto. Días. Semanas. Meses ahora. Te quiero a ti… sólo a ti.


—Sí —susurro con voz ronca, descubriendo que era lo único que podía decir—. Si.


Él la beso, probó sus labios y el interior de su boca mientras tiraba del cinturón suelto. La bata se abrió y el aire se precipito a través de su piel desnuda mientras le rozaba la tela gruesa de los hombros y la dejaba caer al suelo.


La tiro hacia atrás, lo suficiente para verla desnuda sólo con el collar que le había dado. Le paso la mano entre los pechos y el vientre con un gesto de ternura.


—¿Te he dicho lo hermosa que eres?


Paula asintió, con la boca seca.


—Te lo voy a decir de nuevo. Eres hermosa. Y eres perfecta. — Reclamo sus labios otra vez mientras le agarraba las caderas. Su excitación era feroz y dura.


Se movieron hacía atrás mientras sus manos encontraron su trasero y se lo apretaron, y luego sus manos estaban en todas partes, trabajando en su cuerpo como un instrumento afinado. Ella era masilla en sus manos, húmeda y lista.


La satisfacción y la necesidad chocaron contra su espalda cuando Paula choco contra la pared, y él se apretó contra ella, sus caderas moliéndola. Ella se agacho, enganchando sus dedos debajo de su suéter.


Él levanto las manos el tiempo suficiente como para que ella tirara la ropa por su cabeza, y luego su piel estaba contra la suya. Ella se fue al botón superior de sus pantalones, rozando con sus dedos su erección.


Él gruño contra sus labios mientras se desabrochaba la cremallera y lo liberaba. Ella envolvió su mano en su longitud, caliente, y sus caderas se impulsaron hacía delante.


—No te detengas —ella suplico—. Por favor.


—No lo tenía previsto —Pedro se quito los pantalones y los zapatos—. Pero me encanta oírte decir por favor. Dilo de nuevo.


Paula paso sus dedos por sus tensos y rizados abdominales.


—Por favor.


Él le dio un beso, succionando su labio inferior, y ella latía entre sus piernas.


—Dilo de nuevo —ordenó.


A medida que su mano iba por su cadera y se posaba en su trasero, ella gimió. Todo su cuerpo se estremeció, sus pezones, su piel y su sexo.


—Por favor.


De repente, sus brazos estaban alrededor de ella, y él la estaba levantando. Su cuerpo sabia que hacer, y envolvió las piernas alrededor de su cintura. Ni siquiera hubo un momento en el que le preocupara lo difícil que debió haber sido para él recogerla. En cambio, se sintió ligera y femenina.


Pedro se dio la vuelta mientras movía la lengua con la de ella.


—¿Habitación?


—La segunda puerta a la izquierda.


—Te tengo.


Llegaron a su habitación en un tiempo record. Él camino hasta el pie de la cama, la abrazó y en un momento el beso se convirtió en algo sin inhibiciones, exuberante y húmedo.


Pedro se puso de rodillas sobre el colchón, y ella acostada de espaldas, mirando hacia él. Se acercó a ella, su mirada y movimientos como un depredador.


Su excitación se destaco, orgullosa y dominante.


La beso una vez más antes de alejarse de sus labios hinchados y viajar hacia el sur. Ella sintió el suave cosquilleo de su boca contra su cuello y luego en su clavícula. Su aliento sopló contra su pecho y su boca se cerró en su pezón. Su espalda se inclinó sobre el colchón mientras él la dibujaba en profundidad. Ella se sacudió contra él, sintiéndolo deslizarse sobre su vientre.


Paula se agacho, sosteniéndolo, y su aliento vaciló mientras lo frotaba con la mano. —Pedro, te necesito.


Una mano se tensó en su cadera. —Eso es todo lo que quiero escuchar, siempre.


No tuvo la oportunidad de pensar en lo que significaba. 


Fuertes dardos de placer la atravesaron cuando él deslizo dos dedos dentro de ella.


—Estás tan mojada —murmuro, con los ojos brillantes del deseo—. Quiero saborearte, pero joder, no puedo esperar.


Ella asintió, la anticipación profunda hacía que su vientre se agitara mientras él se levantaba, colocando un codo al lado de su cabeza. Ella lo sintió en ese momento, dando un toque en su sexo. Ella abrió las piernas más amplias antes de pensar mejor.


—¿Condón?


—¿Estas tomando la píldora? —Le preguntó—. Nunca antes he estado con alguien sin usar condón, pero tengo que sentirte. Todo de ti, Paula.


—Sí —respiró ella.


Su ardiente mirada viajó por ella, descansando en el lugar donde casi se unían.


—Hermoso —murmuro.


Ella levantó sus caderas, desesperada por unirse, pero él puso una mano sobre sus caderas y la obligo a bajar.


—No.


—¿No? —respiró.


Una media sonrisa apareció en sus labios mientras arrastraba su mirada hacía ella.


—Todavía no.


¿Qué estaba esperando? Porque ella no quería… no quería esperar y parar. Ella se inclino hacia delante, a punto de obligarlo a unirlos. Pero con reflejos perfeccionados por años en el campo, él se puso de rodillas y le tomo las manos justo cuando sus dedos rozaron su cintura. Él trajo sus muñecas en una empuñadora, forzando a sus brazos moverse sobre su cabeza.


Su corazón triplico la velocidad.


—¿Qué estás haciendo?


—Preparándote para follarte.


—Eso no es lo que me parece.


Él se echó a reír de una manera que la hacía pensar en cosas oscuras y pecaminosas, se movió para que su rodilla entrara por sus muslos, obligándola a abrirse. —Simplemente no has sido adecuadamente jodida todavía.


Oh Señor…


La mirada de Pedro se apodero de ella otra vez, nunca se había sentido tan expuesta, su cuerpo se arqueo, sus pechos se impulsaron hacía arriba. Ella no podía mover sus extremidades, no con sus brazos en poder de él y sus piernas forzadas. En lugar de sentirse cohibida, sintió una ola de conciencia deliciosa.


Con la boca seca, trago. —¿Y tú me vas a joder bien?


—Hasta que estés sin sentido —dijo, y luego bajo la cabeza. 


Esos labios maravillosos se envolvieron alrededor de su pezón mientras se alzaba más para él, sus hábiles dedos se deslizaron por su vientre, deteniéndose justo encima de donde él quería.


Paula gimió.


Él pellizco su pecho, lo que la hizo jadear. —¿Qué es lo que quieres, Paula?


—Ya lo sabes. —Ciertamente no esperaba que hablara de eso.


Sus dientes rozaron el otro pezón. Su cuerpo se sacudió. 


Luego se calmo con el ardor de su lengua caliente. Él iba y venía, alterando entre pequeños bocados de dolor y lametones calientes, hasta que ella se retorciera de la tortura implacable.


Pedro —exclamo ella, con los ojos muy abiertos.


—Dime lo que quieres. —Su boca recorrió su pecho otra vez, y él succionó profundamente, sacando un grito ronco de ella—. Dime, Paula.


Sus dedos se cerraron sin poder hacer nada. —Te quiero a ti.


—No. Dime lo que quieres que haga.


Apenas podía respirar. —Quiero… quiero que me toques.


—Sí. —Chasqueo su lengua por su pezón sensible—. Dime donde quieres que te toque.


Jesús. Hay una buena probabilidad de que iba a golpearle la cabeza después de esto. Considero negarse a contestar, pero estaba demasiado necesitada y quería más. —Quiero que me toques entre mis piernas.


Pedro tarareó su aprobación y sus dedos se deslizaron sobre su sexo adolorido, tocándola, pero no lo suficiente. En ningún lugar lo suficiente cerca.


—Más —dijo ella, rogó, en realidad.


Él se echo hacía atrás, trajo sus brazos hacia abajo para que sus muñecas quedaran atrapada bajo sus pechos. Su mirada se desvió hacia ella lentamente, acariciándola suavemente con un dedo.


—¿Más?


—Sí. —Su pecho subía y bajaba ahora.


Él deslizo un dedo dentro de ella.


—¿Es eso lo que querías? —Antes de que pudiera responder, él engancho un dedo dentro de ella y estuvo a punto de estallar—. ¿Todavía quieres más?


Paula siempre quería más.


—Sí, por favor, sí.


Una sonrisa de suficiencia adorno sus labios mientras metía otro dedo dentro de ella, lentamente al principio y luego más fuerte y más profundo.


—Me gusta esto. —Él la miraba todo el tiempo, concentrado en lo que estaba haciendo—. Me gusta verte andar en mi mano. Jodidamente hermosa.


Él tenía algo en sus dedos y su mirada que la volvía loca y justo al borde de la liberación. Pedro saco su mano cuando ella comenzó a temblar, y ella grito. Cuando sus miradas chocaron, se llevo los dedos a la boca, chupando su excitación.


Paula casi se perdió.


Él hizo un sonido bajo su garganta. —Sabes tan bien que solo quiero tener más.


Luego su cabeza estaba entre sus muslos, con su lengua
maravillosa, dentro, profundamente entre sus pliegues. Él clavo su carne, amantándose de ella como si fuera una especie de dulce néctar.


La cabeza le daba vueltas, moviendo sus caderas hacía su boca. Ella estuvo a punto de irse otra vez mas, su respiración entrecortada mientras sus suaves gritos llenaba la habitación.


Pedro se detuvo justo cuando estaba a punto de romperse, con los labios brillantes retiro también sus dedos lentamente. Él movió su mano más abajo, hasta que un dedo bromeo la piel sensible, arrugada. Su cuerpo se tenso con una serie de imágenes eróticas cuando asaltaron en ella—de él llenándola ahí. Algo que nunca ha hecho antes.
—Más tarde —prometió en un tono oscuro—. Voy a tener esto también, pero más tarde.


Luego subió hacía donde ella, sujetando sus manos sobre su cabeza.


Moviendo sus caderas hacía delante, hundiéndose profundamente en su interior de un sólo golpe. Paula grito, sus dedos clavándose en sus manos mientras él la penetraba. El poco de incomodidad mientras su cuerpo se ajustaba al de él era nada comparado con el placer que ella sabía que estaba esperando. Ella levanto las caderas, animándolo.


—Jesús, estás tan apretada —gruño él mientras empujaba hacia abajo.


El placer se enrollaba apretadamente mientras se retiraba y luego el alivio cuando volvía. Nunca se había sentido tan llena antes. Era lento al principio, pero el ritmo se acelero y sus caderas golpeaban en las de ella mientras enganchaba sus tobillos detrás de su espalda.


Pedro —exclamo ella mientras el orgasmo la atravesó, profundo y rápido, robándole el aliento.


Le soltó las muñecas y luego, agarrando sus caderas y levantándola se clavo en ella. Se aferro a sus hombros mientras se rompía otra vez, voló aparte de sus golpes implacables. Su sexo palpitaba y se apretaba alrededor de él, y entonces él se vino, flexionando sus músculos duros y tensos bajo su mano.


Su corazón latía con fuerza contra el suyo, igual de rápido. 


El roce de sus labios era tierno y tan en desacuerdo con la fiereza de ambos en momentos antes.


Se retiro lentamente y cayó a su lado. Eran un montón de huesos y piel, la atrajo hacia él, poniendo su cabeza para que descansara sobre su pecho.


En el silencio que siguió, Paula escuchó su corazón. Ella no sabía que esperar. De él, ¿salir de la cama o ir a dormir? 


Ella nunca era buena en este tipo de cosas.

CAPITULO 35




Abrió la puerta y se quedó mirando, atónita y confusa. ¿Qué estaba haciendo aquí? Ni siquiera podía imaginarlo.


Pedro se dio la vuelta, con una caja en sus brazos. Sus ojos se profundizaron a un azul medianoche en el momento en que encontraron los de ella. Sin decir una palabra, caminó junto a ella. Cerró la puerta y se dio la vuelta, apoyándose contra la misma.


Le tomó un par de momentos recordar cómo hablar. —¿Qué estás haciendo aquí?


Pedro miró a su alrededor a su pequeño apartamento con interés.


—Es la víspera de Navidad.


—Sí, ya lo sé —Dios, hubiera ordenado un poco si hubiera sabido que iba a darse una vuelta—. ¿No deberías estar con tus hermanos y la familia de Mariana?


Él se encogió de hombros mientras colocaba la caja en la mesa de café. Algo que sonaba festivo tintineaba dentro. Se sentó en el sofá como si lo hubiera hecho un millón de veces antes, sonrió mientras daba unas palmaditas al almohadón a su lado. Él sonrió abiertamente. 


—Me gusta la pintura, por cierto. La señorita Gore dijo que parecía Plaza Sésamo aquí dentro, pero no lo creo.


Oh, Dios ayúdala, ella odiaba a esa mujer. Su mirada saltó de la nada a las paredes rojas. Bien. En cierto modo le hizo recordar a Plaza Sésamo. —¿No lo crees?


—Nop. Me gusta. Te queda.


Su corazoncito dio todo un revoloteo al oír eso, lo que era malo y tan necesitado a detenerse.


—¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?


—Siéntate —palmeó el lugar junto a él de nuevo.


—No te irás, ¿verdad? —Ella hizo una mueca cuando vio a Pepsi asomándose desde el dormitorio.


—Nop.


Más nerviosa de lo que nunca había estado en toda su vida, tiró de la bata un poco más y se sentó a su lado. Él se echó hacia atrás e inclinó la cabeza hacia ella. Su mirada recorrió el cabello húmedo y luego se trasladó a la V en la bata antes de ir al cinto al que ella se estaba aferrando como un salvavidas. —Debería haber aparecido unos diez minutos antes.


Paula quería reír, pero luego recordó, no era que ella hubiera realmente olvidado, lo que habían hecho en el jeep después de la cena.


Emm, lo que ella había hecho, en realidad. Cada vez que hacían algo, se decía que no volvería a suceder. Era un mantra inútil mientras lo observaba por el rabillo de sus ojos.


Sin previo aviso, una mancha de color naranja se levantó sobre el brazo del sofá. Pedro giró, las cejas elevándose cuando Pepsi le devolvió la mirada. —Ese es el gato más grande que he visto nunca.


Como si Pepsi hubiera entendido la diferencia entre grande y gordo, el gato pasó por debajo del brazo y se acercó tentativamente a Pedro. Ella contuvo el aliento.


Pedro se estiró y rascó al gato detrás de la oreja. —¿Cuál es su nombre?


—Pepsi.


—¿Pepsi? —Pedro se rió—. ¿Por qué ese nombre?


Ella sonrió. —Lo encontré en una caja de Pepsi cuando era un gatito. El nombre se quedó. —Sorpresa titiló a través de ella cuando Pepsi subió al regazo de Pedro—. Estoy sorprendida de que está dejándote acariciarlo. No es tan amable.


Pedro la miró con un brillo maligno. —¿Qué puedo decir? Los gatitos me aman.


Una carcajada brotó de ella. —No puedo creer que hayas dicho eso.


—Sí, eso fue algo malo. —Pasó la mano sobre el vientre de Pepsi.
Unos momentos transcurrieron en silencio, y luego dijo casualmente—, Mariana me dijo.


—¿Te dijo qué? —Su estómago se anudó inmediatamente.


Él echó un brazo sobre el respaldo del sofá, atrapando con los dedos un mechón de cabello húmedo.


—Acerca de tus padres.


Apartando la mirada, ella tomó una respiración profunda. —¿Así que estás aquí porque sientes lástima por mí? Porque si ese es el caso, puedes guardar tu simpatía. No quiero lástima. Es por eso que no hablo sobre…


—Oye... —Suavemente le tiró del cabello—. Siento pena por ti, pero no es compasión. Es empatía.


Ella se volvió hacia él, cejas arqueadas. —¿Empatía?


Él sonrió con su sonrisa de medio lado mientras seguía colmando con atención a Pepsi. —Sí, estás sorprendida de que yo sé lo que eso significa, ¿verdad? Pero sí. Y no hay nada malo en sentir empatía por ti.


Paula lo miró fijamente.


—Y lo qué pasó con tus padres es una mierda. Y el hecho de que no puedas disfrutar de algo como la Navidad es aún peor. —Pedro hizo girar el cabello alrededor de su dedo, y se encontró con que a ella le gustaba cuando jugaba con su pelo—. Yo entiendo por qué no quieres. Al principio, yo estaba en contra de la toda la fiesta de Navidad del clan Gonzales, incluso cuando era un niño. Ya sabes, fue Pablo quien empezó a salir con Ariel primero. Patricio y yo éramos mayores y pensábamos que éramos demasiado geniales, pero los Gonzales nos invitaron una noche de Navidad y estábamos como, ¿qué diablos?


Paula se recostó contra el sofá, tranquila mientras él hablaba. Lo que era más raro que ella hablando de sus padres, era Pedro hablando de él y de su infancia. En cierto modo, de alguna manera tenían eso en común. Sus familias y el pasado era algo que ellos dos aferraban cerca, y eso respetaban él uno del otro.


—Fue extraño estar rodeado de una familia, una familia normal y feliz. —Su mirada la abandonó, centrándose en la caja sobre la mesa—. Mis padres realmente no celebraban nada. Ambos estaban demasiado envueltos en sus propios mundos como para realmente preocuparse por algo más. Cuando mis hermanos y yo éramos muy pequeños, ellos habían preparado algunas cosas para la Navidad, pero eso se detuvo tan pronto como mi padre...


No le hacía falta dar más detalles. Paula ya sabía lo que Mariana le había dicho. Alfonso padre había sido un hombre de negocios muy conocido, controlador y parrandero empedernido, y si alguien buscaba la definición de mujeriego en el diccionario, la imagen de su padre hubiera estado debajo de ella.


—De todos modos, una vez que empecé a ir a la casa de los Gonzales para las fiestas, yo estaba feliz de haberlo hecho. Y sé que tú tienes tus razones. Yo respeto eso, pero no deberías estar sola en Navidad.


Pedro... —No sabía qué decir mientras lo veía colocar suavemente a Pepsi en el cojín a su lado y sentarse hacia delante. El corazón le latía con fuerza en su pecho como si acabara de correr en círculos alrededor de su sala de estar.


—Me he pasado más o menos una docena de Noche Buenas con los Gonzales y más de las que quiero recordar con mis hermanos. —Mostró esa sonrisa burlona de él—. Y no he pasado una contigo. Así que por eso estoy aquí. No discutas conmigo al respecto.


Sus dedos se aflojaron alrededor de la túnica mientras negaba con la cabeza. Una parte de ella estaba bailando alrededor como una chica hippie, pero la otra parte estaba aterrorizada, miedo sin sentido por este acto de bondad y cariño.


Y entonces él abrió la caja.


—Esto es lo que mi madre solía armar en la casa para la Navidad. Es un poco tonto y patético realmente, pero siempre me gustaron las cosas estúpidas —Pedro sacó un árbol de Navidad de cerámica de un débil verde, de cerca de 60 centímetros de altura. Cada extremidad tenía una bombilla pequeña unida a él. Un enchufe eléctrico colgando de la base—. Bastante cursi, ¿eh? Pero esto fue nuestro árbol durante años.


Las lágrimas llenaron sus ojos cuando él se levantó y ubicó el árbol al final de la mesa y luego lo enchufó. El arbolito se iluminó desde dentro, brillando en un verde suave, y brillaban los focos multicolores.


—¡Tarán! —Él se enderezó y se enfrentó a Paula. La amplia sonrisa se desvaneció de inmediato—. Oh no...


—Lo siento. —Ella se limpió las esquinas de los ojos con las mangas de su bata—. No es mi intención llorar. No estoy molesta.


Él parecía más confuso con cada segundo que pasaba.


—Esto es sólo una cosa tan bonita —se apresuró a añadir—. Me encanta el árbol, de verdad, lo hace. Gracias.


Y estuvo bastante segura de que en ese momento supo que no había vuelta atrás. Se había enamorado perdida e irrevocablemente de él. Nada iba a cambiar eso. Ni siquiera el hecho de que su relación entera fue construida sobre mentiras.


Paula estaba enamorada de él.


Esa comprensión no podría haber llegado en un mejor o peor momento. Su corazón se hinchó mientras su cerebro estaba tramando la manera de patear la bendita mierda de ella. Enamorarse de Pedro era tan peligroso para su corazón, pero no podía evitarlo.


Su corazón no le pertenecía a ella nunca más.


Pertenecía al hombre frente a ella.


La sonrisa de Pedro era un poco insegura, algo que ella nunca había visto antes. —Hombre, si vas a llorar por eso, mejor busco algunos pañuelos.


Paula se echó a reír. —¿Por qué?


—Prepárate —Pedro alcanzó de vuelta la caja y sacó una pequeña caja roja envuelta en satén rojo—. Te traje algo.


—Oh, Pedro, no deberías haberlo hecho.


Él arqueó una ceja. —Ni siquiera has visto lo que es.


—Pero yo no…


—No importa que no me hayas conseguido algo. Eso no es de lo que se trata. —Se sentó de nuevo hacia abajo, y Pepsi dio la vuelta sobre su pierna como una mancha gorda naranja y peluda—. Y además, tú casi me has dado mi futuro con el equipo, incluso si acordaste en hacer esto para aumentar tu grupo de citas.


Paula abrió la boca, ya que esa no era la razón del por qué, pero no podía decir si estaba bromeando o no, y ¿cómo iba a admitir la verdad?


Ella fue chantajeada básicamente. Qué estado de ánimo asesino.


Pedro puso la cajita en su mano. Con mucho cuidado, enganchó su dedo meñique debajo de la cinta y tiró. Se deslizó con facilidad, y entonces ella forzó la tapa.


Paula contuvo el aliento. —Oh Dios mío...


—¿Puedo tomar eso como un me gusta?


—¿Gusta…? —Paula buscó en el interior y con dedos temblorosos, ella levantó el collar que le habría hecho saltarse un alquiler para conseguirlo. Era el de Little Boutique, la esmeralda en la cadena de plata.


Pedro tomó la caja de sus manos y la colocó sobre la mesa de café. — Ese es el que mirabas en la tienda, ¿verdad?


—Sí —susurró ella, parpadeando para contener las lágrimas
frescas—. ¿Por qué haces esto?


—Porque quería.


—¿Y siempre haces lo que quieres? —La joya era del peso perfecto.


—No siempre —dijo en voz baja—. Yo solía pensar que lo hacía y tal vez lo hice, pero ya no, no siempre.


Ella levantó las pestañas húmedas y sus ojos se encontraron con los suyos. —Gracias. No deberías haberlo hecho, pero gracias. Y lo siento por lo de ayer. Yo fui una perra y tú sólo estabas siendo amable. Lo siento…


—Escucha, no es gran cosa. —Pedro se estiró hacia adelante y tomó el collar de sus manos—. Date la vuelta y levanta tu pelo.


Torciendo la cintura, ella obedeció y levantó la pesada masa de pelo.


Pedro estuvo silencioso y rápido mientras se movía. Era sólo el deslizamiento fresco de la esmeralda entre sus pechos que le avisó de su cercanía. A continuación, el collar debe de haber sido entrelazado, porque sus manos estaban alrededor de ella, bajando de modo que su cabello cayó sobre sus hombros. Sin embargo, lo liberó.


Paula se enfrentó a él, con el corazón y el pulso latiendo en cada parte de su cuerpo. Ella no sabía lo que estaba haciendo.


Inclinándose hacia delante, puso las manos en la pequeña sección del sofá entre ellos, y apretó sus labios contra los suyos. —Gracias —dijo de nuevo, y se retiró. No había ninguna duda del hambre en esos ojos de cobalto.


Pedro no dijo nada cuando ella se levantó de repente con las piernas temblorosas. En la habitación oscura iluminada únicamente por la Televisión enmudecida y el arbolito de Navidad, Paula sabía que no quería que se fuera. Todavía no. Nunca. Y también sabía que sólo conseguiría una de esas cosas.


Sus dedos encontraron la esmeralda, y su pecho se contrajo. — ¿Quieres algo de beber? Creo que tengo un poco de vino o…


Él se puso de pie tan bruscamente que Pepsi salió disparado del sofá hacia la cocina, y Paula sintió un escalofrío de emoción. No había duda de la intención en su expresión.


—Estoy sediento —dijo, dando un paso hacia adelante.


Paula se quedó sin aliento mientras se movía hacia atrás. 


Ella no llegó muy lejos. Él estuvo frente a ella en segundos, ahuecando sus mejillas. La besó, tan rápido y suavemente como ella lo había besado... y estaba deshecha.


—Por favor... —susurró.


Se quedó muy quieto. —Por favor, ¿qué?


Ella se humedeció los labios, y el gruñido de Pedro retumbó a través de ellos. —Tócame, pero no te detengas. Por favor.