miércoles, 17 de septiembre de 2014

CAPITULO 1





Mientras Paula Chaves miraba el viejo almacén de envasado de carne, seguía viendo destellos de la película Hostal en su cabeza. 


De acuerdo a su amiga, el exclusivo y muy rumoreado club Cuero & Encaje, al que sólo podía accederse con invitación, era un lugar ideal. Pero desde las ventanas cementadas y las paredes del exterior cubiertas con grafiti, los que probablemente eran símbolos de pandillas, y bajo la luz débil que parpadeaba en una farola cercana, Paula pensaba que la mayoría de los clientes de ese club solían terminar en las pancartas de personas desaparecidas, o en las noticias de la noche.


—No Probablemente seremos víctimas de algún hombre rico pervertido antes de la medianoche.  puedo creer que te dejara meterme en esto, Silvina.


Paula se enderezó el grueso cinturón de cuero alrededor de la cintura de su vestido. El cinturón era de color púrpura, por supuesto, y su vestido tejido de un rojo intenso. Su atuendo era un poco llamativo, pero al menos ayudaría a la policía a identificar su cuerpo más tarde.


Silvina le lanzó una mirada burlona. —No quieres saber lo que tuve que hacer para conseguir una invitación a este club —Agitó los papeles del tamaño de una tarjeta de negocios frente a la cara de Paula—. Vamos a divertirnos haciendo algo diferente. Que aburrido ir a los bares de siempre.


Por todo el alboroto alrededor de Cuero & Encaje, uno podría pensar que sería de lo más elegante. Con su aspecto espeluznante, desagradable y la niebla rodando en la noche, parecía dudoso que el lugar recibiera a los más ricos y poderosos de Washington DC.


El club se había convertido en una especie de leyenda urbana, y el nombre probablemente tuvo algo que ver con eso. Cuero & Encaje. ¿En serio? ¿Quién pensó que era una buena idea? Supuestamente, se trataba de un club de sexo. Un medio para conectar a las personas con "intereses mutuos", como Match.com por la naturaleza sexual o algo así, pero Paula no lo creía.


Y si lo era, bueno. En realidad, todos los clubes y bares estaban ligados con el sexo de una manera u otra. Era por eso que la mitad de las personas solteras salían los fines de semana. Era por eso que ella solía salir los fines de semana.


—Vamos, quita esa cara de amargada —dijo Silvina—. Hagamos algo divertido y nuevo. Es necesario eliminar el estrés.


—Emborracharse…


—Y con suerte, echarte un polvo —agregó Silvina con una sonrisa maliciosa.  La risa de Paula despidió pequeñas nubes blancas en el aire.


— Eso no va a arreglar mis problemas. 


 —Es cierto, pero definitivamente vas a dejar de pensar en ellos.


No necesitaba un poco de alivio a la vieja usanza, sin embargo. Por mucho que le gustara su trabajo y por mucho que deseara ir a llorar en una esquina ante la idea de encontrar algo más, éste no cubría sus cuentas, es decir, los préstamos estudiantiles que estaban quitando una inmensa porción de su ingreso mensual. Había llegado a detestar cuando su teléfono sonaba, y era un número 800.


 Sallie Mae era un jodido buitre.



Suspiró mientras miraba de nuevo hacia el edificio. Ese era un cartel de pandillas. —Entonces, ¿cómo conseguiste una invitación a este lugar?


—En realidad, no fue tan difícil —dijo Silvina, con el ceño fruncido a la tarjeta que sostenía.


—Está bien —dijo Paula, cuadrando los hombros y se volvió hacia su amiga. La pequeña chica temblaba en su ceñida mini negra y Paula sonrió. A veces tener relleno adicional tenía sus ventajas. A principios de octubre el aire era frío, pero sus rodillas no estaban temblando—. Si este lugar es patético o si alguien trata de matarme, nos vamos pronto.


Silvina asintió solemnemente. —Trato.


Sus tacones resonaban en el pavimento agrietado mientras se apresuraban hacia lo que parecía ser la entrada principal. Una vez que llegaron a ver la distancia de la pequeña ventana cuadrada en la puerta, ésta se abrió, revelando un hombre del tamaño de un luchador profesional, vestido con una camiseta negra.  


—Tarjeta —ladró.


Silvina dio un paso adelante, sosteniendo la tarjeta. El portero la tomó, la escaneó rápidamente, y luego pidió identificaciones, que también escaneó y devolvió. Cuando abrió más la puerta, parecía que habían superado los requisitos de popularidad y edad.  


De nuevo, ambas pasaban los veintisiete y ya no podían ser confundidas con menores de edad. Suspiró. Envejecer apesta a veces.


La entrada al club era un estrecho pasillo con la iluminación de la pista. Las paredes eran de color negro. El techo era oscuro. La puerta de adelante era negra. El alma de Bridget moría poco a poco a falta de color y salpicaduras.  


Cuando llegaron a la segunda puerta, también se abrió, mostrando otro tipo grande en una camiseta negra. Paula comenzaba a detectar un tema allí. Silvina dio un chillido mientras se deslizaba más allá del segundo portero, dándole una mirada larga, que fue devuelta tres veces.


El primer vistazo de Paula en la planta principal del club fue impresionante. Quien diseñó ese lugar lo había hecho bien. Nada adentro daba un indicio de que aquello solía ser un almacén.  



La iluminación era tenue, pero no el tipo de iluminación con humo en la que apenas podía diferenciar a las personas a media noche. Varias mesas largas rodeaban la pista de baile elevada que sería traicionera como el infierno para subir y bajar en estado de ebriedad, pero que estaba llena de cadáveres. Sofás grandes, enormes paredes cubiertas de pinturas color rojo sangre. Una escalera de caracol conducía al segundo piso, pero allí, porteros bloqueaban el rellano superior.


Por lo que Paula podía ver, parecía que había alcobas privadas. Ella apostaba que ocurrían un montón de travesuras en esos cubículos oscuros.


Detrás de la escalera había un bar extenso dirigido por ocho camareros. Nunca en su vida había visto tantos camareros trabajando a la vez. Cuatro hombres. Cuatro mujeres. Todos vestidos de negro, mezclando bebidas y charlando con los clientes.


El lugar estaba lleno, pero no demasiado lleno como la mayoría de los clubes de la ciudad. Y en lugar de olor rancio a humo de cigarrillos, cerveza, y transpiración, había un aroma a clavo en el aire.


Ese lugar sin duda no era tan malo.


Silvina se volvió hacia ella, agarrando su bolso negro. —Esta noche será una noche que nunca olvidaré. Recuerda mis palabras.


Paula sonrió.

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