viernes, 3 de octubre de 2014

CAPITULO 37



Ella levanto la cabeza.


—Yo… yo voy a buscar algo de beber. ¿Quieres algo?


Él abrió un ojo. —Voy a conseguirlo —dijo, empezando a
incorporarse.


—No. —Ella le puso una mano sobre su pecho—. Yo lo haré. Yo...uh, ya vuelvo.


Pedro no dijo nada cuando ella se desenredó con cuidado de él y tomó una camiseta bastante larga de la pila de ropa limpia que estaba en la silla. Deslizándola sobre ella, se dirigió a la cocina, ella se alegró por las punzadas sobre su sexo.


El sexo… bueno, había sido el mejor sexo de su vida.


Fue a tomar un poco de vino y se tomo tiempo para buscar sus gafas. Si Pedro estaba pensando irse, ella le estaba dando tiempo suficiente para levantarse. Quería evitar el momento incomodo para su corazón y su orgullo.


Alzándose sobre las puntas de sus dedos del pie, tratando de alcanzar dos copas. El calor repentino detrás de ella le hizo saltar el corazón.


—Aquí —dijo Pedro, alcanzándolas por ella—. Déjame ayudarte.


Paula se agarro de los bordes de la encimera mientras dejaba los dos vasos. Colocándolos al lado de la botella, pero en lugar de verter el vino, él la agarro por las caderas y la presiono hacia delante. Ella dejo escapar un grito ahogado cuando sintió la longitud de él contra su trasero.


—¿Creíste que una vez iba a ser suficiente? —Una mano viajo por su espalda, agarrándole el pelo. Él jalo su cabeza hacia atrás. Sus ojos se encontraron y ladeo la cabeza—. ¿O creíste que me iba a ir?


Ella estaba más allá de la pretensión de la mentira.


—Sí.


—¿Eso es lo que quieres? —Él se movió, y meneo su polla,
acercándose tanto a ella que estaba sufriendo por él.


—No —admitió—. Pero pensé…


—Piensas demasiado. —La besó, chasqueando la lengua con la de ella—. ¿Y sabes que pienso?


Oh Dios…


—¿Qué?


—Que odio esta maldita camisa. —Con eso, le soltó el pelo y le quito la camisa en cuestión de segundos, lanzándola en algún lado de la cocina—. Ah, eso es mucho mejor.


Ella empujo las caderas hacía atrás, con las respiración
entrecortada.


—¿En serio?


—Oh, sí. —Él la apartó más y luego le pasó una mano por su espalda, enviándole escalofríos—. Vamos hacer esto. Aquí mismo. Va a ser duro y áspero. ¿Estás lista?


Un rayo de pura lujuria estallo en ella. Paula asintió con la cabeza, el corazón golpeándole en el pecho. Apretó el agarre sobre el mostrador, y se quedo mirando la puerta del armario delante de ella, con los ojos medio cerrados.


Pedro extendió una mano por su barriga y tiro de ella hacía arriba. Él hizo un sonido gutural el instante que la lleno. Ella grito de nuevo, arqueando la espalda mientras casi se venía con la penetración dulce y profunda. Él se deslizo unos centímetros y repitió el movimiento hasta que los únicos sonidos en el apartamento eran de sus respiraciones y los golpes de sus cuerpos empujando uno contra otro.


Sus dedos se clavaron en sus caderas mientras empujaba hacia adelante, una y otra vez. Su ritmo no era perfecto, sobre todo cuando llevo sus manos al frente y agarro sus pechos. Sus dedos ágiles encontraron su pezón y sus dientes se aferraron a su hombro.


Paula gritó su nombre mientras su orgasmo explotó a través de su cuerpo, como lo había prometido todas esas noches en el club y se vino con un profundo gemido, meciéndose y estremeciéndose.


Cuando por fin se retiró, lo que pareció una eternidad más tarde y todavía no lo suficiente, le dio la vuelta. —¿Estás bien? —Radiaba preocupación por su tono.


—Estoy perfecta… eso fue perfecto. —Ella sonrió, sorprendiéndose todavía por estar de pie, sin embargo.


Pedro enrolló sus brazos alrededor de su cintura, y ella vio que algo cambió en su expresión antes de que él bajara la cabeza y la besara lentamente. Los besos condujeron inevitablemente a otras cosas. Un toque contra su pecho, entre sus muslos, y siguieron besándose mientras él se dio la vuelta y la levantó sobre la mesa de la cocina. Empujó hacia adelante, entre sus muslos y sus besos viajaron hacia abajo. Paula dejo la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados, otra cosa que había prometido.


Pedro la adoraba.


Algún tiempo después, terminaron en el dormitorio, el vino olvidado y sus extremidades cubiertas de sudor y entrelazados.


—Feliz Navidad —dijo él, apretando sus labios en su frente húmeda.


El pecho de Paula se contrajo mientras se acurrucaba más cerca.


Su brazo alrededor de su cintura, y ella cerró los ojos contra la súbita oleada de lágrimas.


Esto iba a terminar mal, porque sabía que cuando llegara el
momento de dejarlo ir, iba a ser duro. Cada parte de ella se relajó, deliciosamente saciada, pero su corazón… oh, le dolía demasiado.


Ella respiró hondo y apretó el nudo en la garganta.


—Feliz Navidad, Pedro.


Sí, las cosas se complicarían definitivamente ahora.

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