¿QUIERES JUGAR? (NOVELA ADAPTADA)
domingo, 5 de octubre de 2014
CAPITULO 42
Estaba a tres metros de la entrada cuando se detuvo completamente y el aire se apresuró a salir de sus pulmones.
Parado debajo de las blancas luces parpadeantes estaba Pedro Alfonso.
Llevaba puesto un esmoquin, vestido como si hubiera planeado ir, y Dios, se veía maravilloso. Sus ojos azul cielo escanearon la habitación y aterrizaron en ella.
Ella no se podía mover. El mundo alrededor suyo dejó de existir.
Con una mirada de determinación, él se dirigió hacia ella. No
caminaba. Oh no, él la acechaba.
—¿Vas a alguna parte? —preguntó.
—Sí. —Ella sacudió la cabeza—. Me estaba yendo a buscarte.
—¿Lo estabas? —Él inclinó la cabeza a un lado—. ¿Por qué?
—Necesito hablar contigo. —Observó alrededor mientras agarraba su brazo, esperando mover la conversación a un área mucho más privada—. Tú hiciste la donación.
Paula no pudo recoger nada de la expresión de él, y él no se iba a mover.
—Lo hice —respondió.
—¿Por qué? —Ella mantuvo su voz baja—. Pedro, eso era demasiado dinero y...
—Te amo —dijo él, y lo suficientemente alto como para que varias personas alrededor de ellos se detuvieran y giraran. Un poco de rubor llenó los huecos de sus mejillas—. Es por eso que lo hice. Puede que no me haya dado cuenta completamente a tiempo, pero lo hago. Te amo. Y no puedo soportar que mi chica no tenga su trabajo.
Paula lo observó, insegura de haberlo escuchado correctamente, pero para entonces, habían ganado una audiencia y, por las expresiones en sus rostros, tenían que haber imaginado lo mismo.
—¿Me amas? —chilló ella.
Una media sonrisa apareció.
—Sí, lo hago.
Todo se sentía irreal, como si estuviera soñando.
—Tal vez deberíamos ir a hablar a alguna otra...
—No. Quiero hacer esto aquí —dijo él, llevando las manos a sus hombros—. He sido un idiota la mayor parte de mi vida. No quería salir de la zona de juego, sabes.
—¿Qué?
Él sacudió la cabeza.
—Olvida la declaración de la zona de juego y escucha.
Desde la noche en que te conocí, supe que jamás iba a conocer otra mujer como tú.
Debería haberte encontrado después de entonces, pero de alguna manera tú volviste a mi vida. No sé cómo. Realmente no merezco esa clase de suerte, y seguro como el infierno que no merezco una mujer como tú.
Las lágrimas estaban acumulándose en sus ojos.
—Pedro...
—No he terminado, nena. —Sus ojos azules estaban bailando—. He hecho muchas cosas de las que no estoy orgulloso. No dormí con esas mujeres, por cierto. Aún no lo hago, pero ese no es el punto. Sí hice muchas cosas que afectaron a otras personas. Jamás tomé responsabilidad por nada de ello, pero lo que más lamento fue irme de tu casa el día de Navidad.
Oh Dios, iba a comenzar a llorar.
—Pedro, está bien. Podemos...
—No estuvo bien. Debería haberte escuchado. —Él lo dejó ir, respirando profundamente—. Y jamás quise arreglar nada hasta ahora, y no tiene nada que ver con el contrato. A la mierda el contrato.
Paula contuvo el aliento, pero se atoró.
—Quiero arreglar las cosas por ti. Quiero ser digno de ti.
Las lágrimas se escaparon de sus ojos entonces.
—Pero lo eres,Pedro. Lo eres.
Un poco de suficiencia se apoderó de su expresión.
—Bueno, sé que soy genial, pero podría ser mejor por ti.
Paula rió temblorosamente.
—Guau.
—Lo que estoy intentando decir es que eres la mejor novia falsa que he tenido. —Pedro se puso de rodillas frente a ella y todo el mundo—. Estoy admirado por ti.
Ella se congeló.
—¿Qué estás haciendo?
—Mierda Santa —dijo Pablo desde el costado.
—Cállate —siseó Mariana.
Pedro le disparó a su hermano una mirada malvada y luego volvió la mirada hacia ella.
—Puede que esto sea una locura, pero qué demonios, ¿verdad? — Buscó en su bolsillo y sacó una pequeña caja negra, y Paula se sintió débil mientras él la abría. Una esmeralda situada en una banda de plata resplandecía ante ella—. Te amo, Paula. Estoy bastante seguro de que tú sientes lo mismo por mí, y a la mierda con toda la cosa del noviazgo.
Casémonos.
La sangre se fue tan rápido de la parte superior de su cuerpo, que ella realmente creyó que se iba a caer justo allí.
Pedro esperó.
—¿Qué dices? ¿Te casarías conmigo?
Por extraño que pareciera, la vida entera de Paula pasó ante tus ojos. Lo cual era realmente extraño, considerando que no estaba muriendo ni nada, pero lo hizo. En un instante, todo lo que siempre había sido y era se chocaron. Su corazón se hinchó. La felicidad se precipitó sobre ella.
Sus ojos se encontraron con los de él y las palabras salieron.
—Sí. ¡Sí!
Hubo un rugido atronador mientras Pedro se ponía de pie y le deslizaba el anillo. Era un poco grande, pero ella no podía preocuparse por eso en ese momento. Levantando la mirada hacia Pedro, cerró los ojos y los labios de él descendieron a los de ella en el más dulce y tierno beso que
jamás habían compartido.
—Mierda Santa —escuchó decir a Pablo otra vez, y Pedro y ella se separaron, riendo mientras observaban a su hermano estupefacto al lado de Mariana.
Envolviendo sus brazos alrededor de Paula, Pedro bajó sus labios hacia su oído.
—Gracias —dijo—. Gracias.
Ella enterró la cara en su cuello mientras apretaba sus brazos.
—Sí me mereces.
Él deslizó su brazo en su cintura.
—Entonces demuéstramelo.
Ella entendía tan bien a qué se refería. Agarrando a Pedro por el brazo, le dirigió al director una sonrisa de disculpa.
—Perdón por el circo. De verdad, lo siento.
El Director Bernstein parecía tan aturdido como ella se sentía, pero siguió andando, llevando a Pedro hacia el vestíbulo y luego por el pasillo.
Hicieron una parada rápida en la primera habitación que encontraron, un pequeño almacén que tenía el vino para la Gala. Estaba frío allí, pero era perfecto.
Pedro cerró la puerta detrás de él y se dio la vuelta hacia ella, los ojos quemando un azul profundo.
—Necesito oírte decirlo.
El corazón de ella se agitó.
—Te amo, Pedro. Quería decírtelo en Navidad, pero...
—Pero actué como un imbécil, lo sé. —Él llegó a ella y levantó la mano, tirando de su cabello hacia abajo para que fuera un lío de ondas y rizos—. Quiero pasar el resto de mi vida remediando eso.
Increíble como esas palabras la excitaron más que nada en este mundo.
—Entonces comienza a remediarlo ahora.
—Oh, me gusta eso. Pantalones de jefa. —Su cabeza bajó y la besó. La besó de una manera que era tan diferente a las de antes, como si él le estuviera diciendo que sabía que la tenía, y jamás la iba a dejar ir—. ¿Crees que puedas arreglártelas para casarte con un jugador?
Paula deslizó su mano ente ellos, encontrando donde él estaba listo para ella.
—Siempre y cuando sea sólo un jugador en el campo, sí. —Ella lo tomó y sonrió cuando él gimió contra sus labios—. ¿Crees que puedas arreglártelas conmigo?
En una fracción de segundo, Pedro la tuvo volteada, su espalda presionada contra su frente.
—¿Qué crees? —Su respiración era caliente en su oído mientras deslizaba una mano por su muslo—. Sin medias. Tengo que decir que estoy de acuerdo.
Sus bragas se fueron antes de poder siquiera decir algo. Terminaron en sus tobillos y ella se separó de ellas.
—Esa es mi chica. —Él besó la parte trasera de su cuello—. Esa es mi futura esposa.
El sonido de su cremallera bajando casi hizo que ella se viniera en ese momento. No hubo ninguna otra advertencia.
Él se deslizó dentro de ella, su ritmo caliente y furioso, implacable y hermoso, mientras guiaba el cuello de ella hacia atrás, llevando su boca a la suya. Ambos jadeaban, sus caderas meciéndose entre ellas mientras él las llevaba a una liberación demoledora de alma que los dejó sin aliento.
Cuando Pedro la dio vuelta para enfrentarlo, la besó profundamente y la sostuvo contra él, cada tanto dejando un beso en su mejilla y en sus párpados.
—Supongo que sí tengo que agradecerle a la señorita Gore —admitió Paula cuando pudo hablar otra vez.
—¿Por qué? —Pedro enderezó el ruedo de su vestido y luego presionó un beso en su garganta.
Ella le sonrió, su corazón hinchándose tan rápido que estaba segura que iba a estallar.
—Por ti.
Pedro le ahuecó las mejillas.
—Tienes razón, pero yo soy el que necesita agradecerle. Ella te trajo a ti de vuelta a mi vida. No le digamos nunca, sin embargo —dijo él, besándola en los labios—. Puede venir a la boda, pero Dios sabe que su cabeza no puede hacerse más grande. No necesita nuestra ayuda.
Paula rió mientras envolvía sus brazos alrededor del cuello de Pedro, más feliz de lo que jamás creyó posible, con Pedro Alfonso de entre todas las personas, un jugador en el campo y uno cambiado fuera de él. Y todo por la publicista del infierno. Qué divertido como las cosas funcionaban.
—Estoy de acuerdo —dijo ella, sonriendo.
Pedro bajó la cabeza una vez más y por la manera en la que la besó, tomándola dentro de él una y otra vez, no iban a abandonar el almacén de vinos muy pronto.
FIN
LA HISTORIA DE LOS TRES HERMANOS ALFONSO SIGUE EN "SOY TU GUARDIAN"
SOY TU GUARDIAN
CAMBIO DE PERSONAJES:
Aldana Gore : Paula Chaves
Patricio Alfonso : Pedro Alfonso
Pedro Alfonso : Patricio Alfonso
Paula Chaves : Barbara
CAPITULO 41
Había pasado sólo una hora dentro de la Gala de Recaudación de Invierno, su rostro dolía de tanto sonreír y sus pies la estaban matando de evitar a Roberto y a Mariana.
Realmente no era justo para Mariana, pero tenía a Pablo con ella, y además, el hecho de que él lucía tan parecido a Pedro era un poco inquietante. Además él inmediatamente quería saber qué demonios había arrastrado el trasero de Pedro desde Navidad.
Dolía siquiera pensar en responder a eso, y ella sabía que
eventualmente tendría que hacerlo una vez que la señorita Gore se rindiera ante la idea de tener a Pedro viniendo. La muy real ruptura de su muy falsa relación se haría pública pronto.
Paula intentó no pensar en eso mientras saludaba a los invitados y llevaba la cuenta de los abastecedores. Estaba bastante segura de que uno de ellos estaba drogado como un cometa. Se debatía entre pedirle al chico que se fuera, o descubrir dónde tenía su escondite.
El Director Bernstein se acercó a ella con una sonrisa cálida y estrechó sus manos entre las suyas.
—La Gala es increíble, Señorita Chaves. Usted y la Señorita Gonzales se han superado este año.
—Gracias. Espero que podamos tener la misma concurrencia el próximo año.
La piel alrededor de los ojos de él se arrugó.
—Bueno, mientras ese novio suyo esté cerca, estoy seguro de que la tendremos.
Paula parpadeó lentamente.
—¿Disculpe?
Dándole una palmada en el hombro, él rió suavemente.
—No hay necesidad de fingir. Sé que el señor Alfonso me pidió que mantuviera su donación en secreto, pero estoy seguro de que tuvo que haber compartido este acto de generosidad con usted.
El estómago de ella cayó.
—Gracias a él, el departamento de voluntariado verá la luz otro año más, probablemente dos. —El Director Bernstein le apretó el hombro, pero ella realmente no lo sintió—. No debería haberlo echado tan rápido.
Después de todo lo que ha hecho por el Instituto, debería estar aquí..
—Uh... —Paula no tenía idea de qué decir.
El director le dio otro apretón.
—Disfrute esta noche. La merece. Y por favor llévele mi gratitud al señor Alfonso.
Paula asintió estúpidamente y observó al Director Bernstein
reunirse con su esposa. Varios momentos pasaron antes de que todo finalmente se entendiera.
Pedro había hecho la última donación que puede que no sólo salvara al departamento en sí mismo, sino que había salvado su trabajo, y eso era lo que había hecho que ella fuera reinvitada a su propio evento. La esperanza y la confusión se debatían por ser el principal candidato de lo que estaba sintiendo en ese momento. Obviamente, él había hecho esto antes de descubrir que ella había estado engañando al ser su novia.
¿Verdad?
Esquivando invitados, encontró a Mariana con Pablo.
—¿Sabías esto? —le espetó.
Los ojos de Mariana se ampliaron.
—¿Si sabía qué?
—¿Sabías que Pedro fue el que hizo la donación que nos llevó a nuestra meta?
—¿Qué? —Ella se giró hacia Pablo, pegándole en el hombro. Fuerte—. ¿No me dijiste?
De acuerdo. Mariana realmente no sabía.
—Oye. —Pablo levantó las manos—. No tengo idea de lo que están hablando.
—Oh por dios —dijo Paula, aturdida—. No puedo creer que hiciera esa donación. Era demasiado dinero.
—Maldita sea —dijo Pablo, con las cejas arqueadas—. No creo que Pedro jamás haga una donación a nada excepto cuando juega al poker, porque es seguro que perderá. El Smithsoniano debería poner una habitación con su nombre.
Mariana rió.
—En realidad, deberían ponerle el nombre de Paula, porque estoy segura de que esa es la razón por la que hizo esa donación.
Dándose la vuelta, Paula alisó las manos sobre la falda de su simple vestido negro. Tenía que hacer algo. No sabía qué o si cambiaría la maldita cosa, pero tenía que agradecerle.
Paula tenía que preguntarle por qué.
Dándose la vuelta hacia Mariana otra vez, dio una respiración profunda.
—Yo... me tengo que ir.
—¿Qué? —Mariana se acercó—. Paula, ¿estás...?
—Estoy bien. En serio. —Hizo una pausa para sonreírle a Pablo—. Sólo necesito irme, ¿de acuerdo?
Dándose la vuelta, no esperó a que Mariana o Pablo dijeran nada más. Se abrió paso a través de la habitación principal, apresurándose a repartir sonrisas y se mantuvo en movimiento para no ser detenida.
sábado, 4 de octubre de 2014
CAPITULO 40
Pedro estaba en una mala racha o como su hermano le había dicho, con el SPM sindrome premenstrual. No les había contado lo que había pasado entre Paula y él.
No era el asunto de ninguno.
Seis pies golpearon en la cinta. Él había estado en funcionamiento durante la última hora. El sudor brotaba de él. Todas las noches, desde que descubrió por que Paula había aceptado tan fácilmente ser su novia imaginaria, había pasado más horas en la cinta de lo que podía contar.
Los músculos quemaban como un fuego propagándose, pero era mejor que la caverna fría en su pecho. Era mejor que estar sentado enfrente del televisor y no prestarle atención a la pantalla. Y era mucho mejor que estar tumbado en su cama mirando al techo, preguntándose como demonios había juzgado a Paula tan mal.
Disminuyó la velocidad y luego golpeó el botón de parada. Se bajó de la máquina para correr y se arrancó la toalla del brazo empezando a limpiar el sudor.
Por otra parte, lo jodidamente más estúpido del asunto era que pensó que iba a estar de acuerdo con esto sólo por ser quien era. Incluso podía admitir que su ego había superado al de sus hermanos y su padre combinados.
Tal vez algún día podría entender por que lo hizo, pero nunca pudo superarlo. No cuando su padre hizo cosas así, comprarle a sus novias joyas, automóviles, el pago de una deuda y muebles para su apartamento mientras su madre se drogaba para una muerte prematura.
¿Y en qué demonios estaba pensando, por cierto? ¿Él en una relación, una que había empezado con dos personas en busca de amor?
Mierda, era peor que su padre, cuando se trataba de su trayectoria con las mujeres.
Doble Mierda.
Pero extrañaba la sonrisa de Paula. Echaba de menos la forma en la que siempre olía a jazmín, y la forma en la que se sentía sobre él.
Extrañaba el rubor que siempre aparecía en su rostro y viajaba por su cuello.
Pedro echaba de menos las respuestas ingeniosas y la forma en que estaba bien cuando las cosas estaban tranquilas. Extrañaba la pregunta acerca de su día, que odiaba a los paparazzi y la forma en que ella nunca dejaba que se saliera con la suya. Incluso extrañaba a ese gato culo-gordo de ella.
Él la echaba jodidamente de menos.
Dejó caer la toalla, y luego se pasó las manos por la cara.
Evitar las llamadas había sido bastante difícil, pero no ir hacia ella había sido un verdadero esfuerzo. Estaba a punto de saltar a la ducha cuando oyó que alguien llamaba a la puerta principal. Pensando que era alguno de sus hermanos tratando de sacarlo por Año Nuevo y haciendo caso omiso de la oleada de emoción al pensar que podría ser Paula, el abrió la puerta.
Fue peor.
—Señorita Gore. —Señaló su nombre hacia afuera, como él sabía que ella odiaba—. ¿Qué hice para merecer este placer?
Ella frunció el ceño cuado su mirada se desvió fuera de el. —¿Alguna vez usas camisa cuando estás en casa?
—No. Si tienes un problema, nos vemos…
Levantó la mano, parando su intento de cerrar la puerta en su nariz.
—Yo no tendría que venir aquí si contestaras el teléfono y dejaras de actuar como un idiota.
Pedro contó hasta diez. —Como dije en la última llamada telefónica, no necesito tus servicios. Has hecho tu trabajo. Felicidades y gracias.
Ahora por favor vete de mi vida.
La señorita Gore pasó junto a él y fue hacia la cocina, saltó sobre un taburete y cruzo las piernas. —Sigo siendo tu publicista hasta que los Nationals decidan que mis servicios ya no son necesarios.
—Genial —murmuró.
—Y tú me necesitas.
Pedro tomó una botella de agua y apoyó la cadera contra el
mostrador. —Eres la última persona que necesito.
—Esta bien —Ella sonrió—. Que hay de Paula.
Un agudo dolor le golpeo en el estómago. —Mi error, ella es la última persona que necesito.
—¿En serio? —respondió—. Entonces, si ella es la última persona que necesitas, ¿por qué te acostaste con ella?
Pedro juró por lo bajo. —No te voy a decir…
—Oh, tú me lo vas a decir, está bien —dijo la señorita Gore en el taburete, siguiendo sus movimientos—. ¡No deberías de haberte acostado con ella si ibas a dar la vuelta y largarte!
—¿Por qué estás enojada? ¡Tú arreglaste esta relación! —Pedro estaba estupefacto—. ¿Qué pensaste que iba a pasar?
—Oh, no lo sé. —La señorita Gore se cruzó de brazos—. ¿Qué en realidad te superarías a ti mismo? ¿Y que? Ella no quería salir contigo al principio, necesitaba un pequeño empujoncito.
Pedro estaba a punto de echar a esta mujer de su apartamento. — ¿La chantajeaste para salir conmigo?
—¡Yo no la chantaje para que durmieran juntos, gran idiota!
—Si, tú le pagaste para que lo hiciera —sonrió Pedro—. Jodida gran diferencia hay allí.
—¿Qué? —La señorita Gore se echó hacia atrás y soltó una
carcajada—. Eres un idiota.
—En primer lugar no creo que nada de esto sea gracioso, y en segundo lugar…
—Si, eres un idiota. —La señorita Gore se disparó en sus pies, plantando las manos en sus caderas—. Déjame adivinar. Paula comenzó explicando por qué hacia accedido a hacer esto, ¿pero tú escuchas lo que tus sensibles oídos masculinos quieren oír y llegaste a conclusiones?
Debido a que no le pagué ningún centavo a Paula por hacer esto.
—Eso no es…
—Me ofrecí a pagar sus préstamos estudiantiles, para ser exactos, pensé que seria un mejor incentivo —dijo la señorita Gore—. Y después de tratar contigo por menos de un mes, me di cuenta de que teníamos que pagarle a la pobre chica.
Guau. Pedro dejó la botella. —Bueno, eso era innecesario.
—Pero Paula se negó a aceptar el dinero, lo que me obligó a tomar medidas más drásticas. Confía en mí, no estoy orgullosa de lo que hice, pero Paula no ha hecho nada malo. No le he dado ninguna opción en esto.
Pedro se pasó los dedos por el pelo y se volvió, espirando
profundamente. —¿Ella rechazó el dinero?
—Si.
—¿Y la obligaron a hacer esto?
—Sí —respondió ella—. Pero lo que pasó entre ustedes no tuvo nada que ver conmigo. Eso era asunto de ustedes dos.
Pedro cerró los ojos con un torrente de emociones mixtas clavándose en su interior. No sabía que pensar. Alivio vertiéndose a través de él, pero también la ira, sobre todo hacia sí mismo. La señorita Gore tenía razón. Su ego súper inflado había tomado lo mejor de él.
—No es demasiado tarde.
Él la enfrento. —Si creo que es demasiado tarde.
—¿Por qué?
—¿Cómo algo puede surgir de una relación que empezó por que alguien la forzó?
La señorita Gore levantó las manos. —Mira, te has pasado toda tu vida sin aceptar la responsabilidad de todo lo que haces. Siempre es culpa de todos los demás. Pero esta es la única oportunidad para que puedas darte cuenta de que tenías algo que ver con esto. ¿Y tengo que recordarte que tenías una relación con ella antes de que yo entrara? Yo sólo ayudé a continuarlo.
—¿Ayudaste?
Ella asintió con la cabeza sonriendo. —¿La quieres?
La respuesta era fácil. Su corazón ya sabía lo que su boca no quería decir. Por alguna razón, pensó en el maldito patio, su vida dando vueltas y vueltas, pero nunca realmente terminando en cualquier lugar o cualquier persona. Ya era hora de bajar del carrusel.
—Si lo haces —dijo con firmeza—, encontrarás una manera de arreglar esto.
Pedro miró a su publicista/niñera/hija de Satanás. —Jesús, mujer, yo no envidio al hombre que termine contigo.
La sonrisa de la señorita Gore fue pura maldad. —Yo tampoco.
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