sábado, 4 de octubre de 2014
CAPITULO 40
Pedro estaba en una mala racha o como su hermano le había dicho, con el SPM sindrome premenstrual. No les había contado lo que había pasado entre Paula y él.
No era el asunto de ninguno.
Seis pies golpearon en la cinta. Él había estado en funcionamiento durante la última hora. El sudor brotaba de él. Todas las noches, desde que descubrió por que Paula había aceptado tan fácilmente ser su novia imaginaria, había pasado más horas en la cinta de lo que podía contar.
Los músculos quemaban como un fuego propagándose, pero era mejor que la caverna fría en su pecho. Era mejor que estar sentado enfrente del televisor y no prestarle atención a la pantalla. Y era mucho mejor que estar tumbado en su cama mirando al techo, preguntándose como demonios había juzgado a Paula tan mal.
Disminuyó la velocidad y luego golpeó el botón de parada. Se bajó de la máquina para correr y se arrancó la toalla del brazo empezando a limpiar el sudor.
Por otra parte, lo jodidamente más estúpido del asunto era que pensó que iba a estar de acuerdo con esto sólo por ser quien era. Incluso podía admitir que su ego había superado al de sus hermanos y su padre combinados.
Tal vez algún día podría entender por que lo hizo, pero nunca pudo superarlo. No cuando su padre hizo cosas así, comprarle a sus novias joyas, automóviles, el pago de una deuda y muebles para su apartamento mientras su madre se drogaba para una muerte prematura.
¿Y en qué demonios estaba pensando, por cierto? ¿Él en una relación, una que había empezado con dos personas en busca de amor?
Mierda, era peor que su padre, cuando se trataba de su trayectoria con las mujeres.
Doble Mierda.
Pero extrañaba la sonrisa de Paula. Echaba de menos la forma en la que siempre olía a jazmín, y la forma en la que se sentía sobre él.
Extrañaba el rubor que siempre aparecía en su rostro y viajaba por su cuello.
Pedro echaba de menos las respuestas ingeniosas y la forma en que estaba bien cuando las cosas estaban tranquilas. Extrañaba la pregunta acerca de su día, que odiaba a los paparazzi y la forma en que ella nunca dejaba que se saliera con la suya. Incluso extrañaba a ese gato culo-gordo de ella.
Él la echaba jodidamente de menos.
Dejó caer la toalla, y luego se pasó las manos por la cara.
Evitar las llamadas había sido bastante difícil, pero no ir hacia ella había sido un verdadero esfuerzo. Estaba a punto de saltar a la ducha cuando oyó que alguien llamaba a la puerta principal. Pensando que era alguno de sus hermanos tratando de sacarlo por Año Nuevo y haciendo caso omiso de la oleada de emoción al pensar que podría ser Paula, el abrió la puerta.
Fue peor.
—Señorita Gore. —Señaló su nombre hacia afuera, como él sabía que ella odiaba—. ¿Qué hice para merecer este placer?
Ella frunció el ceño cuado su mirada se desvió fuera de el. —¿Alguna vez usas camisa cuando estás en casa?
—No. Si tienes un problema, nos vemos…
Levantó la mano, parando su intento de cerrar la puerta en su nariz.
—Yo no tendría que venir aquí si contestaras el teléfono y dejaras de actuar como un idiota.
Pedro contó hasta diez. —Como dije en la última llamada telefónica, no necesito tus servicios. Has hecho tu trabajo. Felicidades y gracias.
Ahora por favor vete de mi vida.
La señorita Gore pasó junto a él y fue hacia la cocina, saltó sobre un taburete y cruzo las piernas. —Sigo siendo tu publicista hasta que los Nationals decidan que mis servicios ya no son necesarios.
—Genial —murmuró.
—Y tú me necesitas.
Pedro tomó una botella de agua y apoyó la cadera contra el
mostrador. —Eres la última persona que necesito.
—Esta bien —Ella sonrió—. Que hay de Paula.
Un agudo dolor le golpeo en el estómago. —Mi error, ella es la última persona que necesito.
—¿En serio? —respondió—. Entonces, si ella es la última persona que necesitas, ¿por qué te acostaste con ella?
Pedro juró por lo bajo. —No te voy a decir…
—Oh, tú me lo vas a decir, está bien —dijo la señorita Gore en el taburete, siguiendo sus movimientos—. ¡No deberías de haberte acostado con ella si ibas a dar la vuelta y largarte!
—¿Por qué estás enojada? ¡Tú arreglaste esta relación! —Pedro estaba estupefacto—. ¿Qué pensaste que iba a pasar?
—Oh, no lo sé. —La señorita Gore se cruzó de brazos—. ¿Qué en realidad te superarías a ti mismo? ¿Y que? Ella no quería salir contigo al principio, necesitaba un pequeño empujoncito.
Pedro estaba a punto de echar a esta mujer de su apartamento. — ¿La chantajeaste para salir conmigo?
—¡Yo no la chantaje para que durmieran juntos, gran idiota!
—Si, tú le pagaste para que lo hiciera —sonrió Pedro—. Jodida gran diferencia hay allí.
—¿Qué? —La señorita Gore se echó hacia atrás y soltó una
carcajada—. Eres un idiota.
—En primer lugar no creo que nada de esto sea gracioso, y en segundo lugar…
—Si, eres un idiota. —La señorita Gore se disparó en sus pies, plantando las manos en sus caderas—. Déjame adivinar. Paula comenzó explicando por qué hacia accedido a hacer esto, ¿pero tú escuchas lo que tus sensibles oídos masculinos quieren oír y llegaste a conclusiones?
Debido a que no le pagué ningún centavo a Paula por hacer esto.
—Eso no es…
—Me ofrecí a pagar sus préstamos estudiantiles, para ser exactos, pensé que seria un mejor incentivo —dijo la señorita Gore—. Y después de tratar contigo por menos de un mes, me di cuenta de que teníamos que pagarle a la pobre chica.
Guau. Pedro dejó la botella. —Bueno, eso era innecesario.
—Pero Paula se negó a aceptar el dinero, lo que me obligó a tomar medidas más drásticas. Confía en mí, no estoy orgullosa de lo que hice, pero Paula no ha hecho nada malo. No le he dado ninguna opción en esto.
Pedro se pasó los dedos por el pelo y se volvió, espirando
profundamente. —¿Ella rechazó el dinero?
—Si.
—¿Y la obligaron a hacer esto?
—Sí —respondió ella—. Pero lo que pasó entre ustedes no tuvo nada que ver conmigo. Eso era asunto de ustedes dos.
Pedro cerró los ojos con un torrente de emociones mixtas clavándose en su interior. No sabía que pensar. Alivio vertiéndose a través de él, pero también la ira, sobre todo hacia sí mismo. La señorita Gore tenía razón. Su ego súper inflado había tomado lo mejor de él.
—No es demasiado tarde.
Él la enfrento. —Si creo que es demasiado tarde.
—¿Por qué?
—¿Cómo algo puede surgir de una relación que empezó por que alguien la forzó?
La señorita Gore levantó las manos. —Mira, te has pasado toda tu vida sin aceptar la responsabilidad de todo lo que haces. Siempre es culpa de todos los demás. Pero esta es la única oportunidad para que puedas darte cuenta de que tenías algo que ver con esto. ¿Y tengo que recordarte que tenías una relación con ella antes de que yo entrara? Yo sólo ayudé a continuarlo.
—¿Ayudaste?
Ella asintió con la cabeza sonriendo. —¿La quieres?
La respuesta era fácil. Su corazón ya sabía lo que su boca no quería decir. Por alguna razón, pensó en el maldito patio, su vida dando vueltas y vueltas, pero nunca realmente terminando en cualquier lugar o cualquier persona. Ya era hora de bajar del carrusel.
—Si lo haces —dijo con firmeza—, encontrarás una manera de arreglar esto.
Pedro miró a su publicista/niñera/hija de Satanás. —Jesús, mujer, yo no envidio al hombre que termine contigo.
La sonrisa de la señorita Gore fue pura maldad. —Yo tampoco.
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Qué buenos caps!!!!
ResponderEliminarJajajajjaja ya la quiero a la señorita Gore
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