lunes, 22 de septiembre de 2014

CAPITULO 11




Cada vez que Pablo Alfonso visitaba a Mariana en el trabajo, que era, como, cada maldito día desde que los dos decidieron admitir su amor eterno el uno al otro el Mayo pasado, Paula quería poner en marcha sus tacones tecno-coloreados y escurrirse bajo su escritorio. Por supuesto, ella dudaba que su trasero pudiera caber en el espacio bajo el escritorio. No es que ella fuera así de grande, pero su escritorio era tan pequeño. Después de todo, ella era la asistente de Mariana, lo que significaba que obtenía el sobrante, esos escritorios que nadie había usado en mucho tiempo. Ella probablemente necesitaba parar de refunfuñar porque tenía suerte de que la cosa tuviera cuatro patas y no se había colapsado en ella aún.


Había divisado al alto, de cabello oscuro, dueño del club navegando su camino a través de la granja de cubículos fuera de su oficina antes de que Mariana lo hiciera. Una rápida mirada a la izquierda y Paula vio que la nariz de Mariana estaba enterrada profundamente en las cotizaciones para la gala de recaudación de fondos de invierno.


La gala de recaudación de fondos de invierno.


Suspiró.


Todavía había tiempo para tratar de exprimirse debajo de su
escritorio o al menos pretender que estaba en el teléfono, pero antes de que pudiera agarrar el receptor, las puertas se abrieron y los enormes hombros de Pablo llenaron el vacío. Grandes hombros rompe-puertas, hombros que le recordaban a alguien más, alguien con una lengua y dedos para morirse.


Realmente no necesitaba pensar acerca de eso ahora.


Paula fijó una brillante sonrisa en su rostro. —Hola, Pablo.


Echó un vistazo a su escritorio, la cabeza de su jefa se sacudió y sus labios se separaron en una amplia sonrisa cuando vio a su invitado. — Hola —dijo ella, levantándose rápidamente—. ¿Es hora del almuerzo ya?


Pablo envió a Paula una rápida inclinación volviendo toda su atención a Mariana —Sí. ¿Estas lista?


Fingiendo reorganizar los bolígrafos en su escritorio, Paula trató desesperadamente de ignorar la pesada y extremadamente duradera muestra pública de afecto, la socialización era a no más que un metro y medio en frente de ella.


Pero Paula miro hacia arriba.


Ella siempre lo hacía, más aún ahora, porque en lugar de ver a Pablo y Mariana, veía a Pedro… y a ella. Era patética.


Un agudo pinchazo cortó su pecho, desgarrando una herida fresca que no debería estar allí. Ella aspiro en una silenciosa respiración mientras veía a Pablo besar a Mariana como si ella fuera el aire que él necesitaba respirar —y ahí fue cuando ella apartó la mirada, parpadeandolos ojos secos.


No era Pablo—Dios, no. No era Mariana. A pesar de que Paula no había sido una gran admiradora de Pablo en el principio, ella estaba feliz por ellos. No había dos personas que estuvieran más enamoradas la una de la otra, y ellos merecían la felicidad. Estar enamorado era la clave, Pablo lo creía con cada onza de su ser. Era diferente de amar alguien— muy, muy diferente.


Pero el problema ahora era a quién Pablo le recordaría siempre.


Pablo recogió un bolígrafo rojo que hacía juego con su cárdigan y lo colocó en el recipiente que contenía los bolígrafos de colores, y puso un bolígrafo negro con los bolígrafos que no eran de color. Ella podía ser un poco obsesiva sobre dónde sus bolígrafos eran colocados.


—Paula —Mariana rió suavemente—. Deja los malditos bolígrafos solos y únete a nosotros para el almuerzo.


Mirando hacia arriba, ella metió un mechón rebelde de su cabello detrás de su oreja. No importaba cuan fuerte se recogía el cabello, las malditas piezas siempre se las arreglaban para deslizarse. —Oh, no, ustedes dos tortolitos disfruten su tiempo a solas.


Mariana hizo una mueca cuando ella giró y agarró su chaqueta y bolso. —No quiero más tiempo a solas con él. Es por eso que te estoy invitando.


—Gracias. —Pablo se giró a ella lentamente—. Mi autoestima se acaba de ir por las nubes.


Paula esbozó una sonrisa ante eso.


—Pero en serio, ven con nosotros. —Pablo pasó un brazo alrededor de los delgados hombros de Mariana—. Vamos a ir al nuevo restaurante abajo en la calle.


—¿The Cove? —Preguntó Paula. Su estómago estaba tan adentro.


—Si —sonrió Mariana—. Ese al que has estado queriéndole echar un vistazo. Ese que se jacta de las mejores hamburguesas del DC.


Pablo tiró a Mariana contra él. Más cerca, y los dos podrían sellarse ente sí. —He comido ahí y sus hamburguesas son la mierda.


Malditos ellos y su conocimiento de cuánto las hamburguesas influían sobre ella. Parándose de su silla, Paula tomo su bolso del pequeño carro al lado de su escritorio. —Bien, ¿Cómo puedo dejar pasar una brillante recomendación como esa?


Pablo sonrió mientras giró a su alrededor. Mirando sobre su
hombro, él dijo—: ¿Sin chaqueta?


Paula enderezo su cárdigan así la flor bordada no terminaba
posada sobre su pecho izquierdo como una especie de pezón raro. —No me gustan las chaquetas.


—Ella piensa que son demasiado voluminosas —intervino Mariana mientras sostenía la puerta abierta para ellos—. Puede estar nevando afuera y ella no llevará una chaqueta, pero sí una bufanda.


Verdad.


Pablo se coló entre ellas. —¿Una bufanda pero no una chaqueta?


Paula se encogió de hombros. —Mantiene mi cuello caliente y además, a diferencia de Marianita, yo tengo un par de capas adicionales que sirven de protección.


Su amiga resopló mientras se encogía de hombros en un chaquetón negro. —Tú no tienes capas extras de protección, Paula.


La confusión se cruzó en los rasgos de Pablo, y Paula reprimió una sonrisita.


—No tengo idea de lo que ustedes dos están hablando —dijo él.


—Créeme —Paula replicó, sonriéndole a Mariana—. Sigue siendo así.


Encabezando el grupo principal de cubículos, ella vanamente ignoró como su amiga suavemente bajó en un rastreo de hormiga cuando ellos pasaron el escritorio de Roberto McDowell. Era de común conocimiento que el chico de los números tenía una cosa por Paula. Él era agradable y bien parecido, pero Paula estaba más excitada por su vibrador de lunares que por Roberto.


Y por Pedro. Ella había estado realmente excitada por él, lo que demostraba que no tenía sentido común, pero al menos su vagina seguía en pleno funcionamiento.


A Roberto le faltaba cierto elemento. Un elemento que aún a Paula le costaba nombrar, pero sabía que podría expresarlo cuando ella lo viera.


Fue una cosa triste que cuando ella conoció a Pedro en ese maldito club hacía un mes atrás, eso realmente le había hablado con un megáfono.


Había dado dos pasos y la cabeza de Roberto salió detrás de las apagadas paredes grises. Su cabello rubio estaba un poco desgreñado, enmarcando un rostro infantil. —Hola, Señorita Chaves…—Su mirada cayo— ¿Zapatos nuevos?


Si sólo ella estuviera atraída hacia él, Roberto sería perfecto. 


Él notaba cosas como los zapatos. —Si, los tengo hace una semana.


—Muy lindos —dijo él, sentándose—. ¿Camino a almorzar?


Ella se dio cuenta que él podría estar sobreactuando por una invitación y así lo hizo Mariana, quien ya estaba abriendo su gran bocota.


—Gracias —interrumpió ella rápidamente—. Te veré cuando vuelva.


Ella se apresuró más, sintiéndose como una perra gigante por dejarlo así, pero prefería sentirse de esa manera que llevar al tipo o terminar en un momento incomodo donde él inevitablemente le pediría salir, y ella le daría alguna excusa poco convincente como que tenía que lavar el pelo de su gato esa noche.


En el ascensor, Mariana volvió los ojos entrecerrados a Paula — Podrías haberlo invitado, ya sabes


—Lo sé. —Ella cruzo sus brazos.


Pablo se apoyó contra la pared, inclinando su cabeza hacia atrás. — ¿Por qué no lo hiciste?


—Porque…


—Porque a Roberto le gusta Paula—explico Mariana, terminado de abotonarse la chaqueta—. Y a Paula le gustan los bolígrafos.


—¿Bolígrafos? —hizo eco Pablo.


Paula puso sus ojos en blanco. —Los bolígrafos son mucho más estimulantes que la mayoría de la gente.


—Como que me estoy preguntando lo que haces con esos bolígrafos —dijo Pablo.


Mariana arrugó la nariz. —Deja de ser malpensado.


—Mi mente es siempre malpensada a tu alrededor.


Y ellos volvieron a empezar, moviéndose poco a poco cada vez más cerca, con los brazos rodeándose el uno al otro, sonidos de besos y todo. 


Paula cerró sus ojos y dejó escapar un suspiro. Estar alrededor de ellos era como estar cerca de dos adolescentes cachondos.


Maldición, estaba celosa.


El ascensor no podía moverse lo suficientemente rápido, y ella estaba sorprendida de que Pablo y Mariana no terminaran teniendo sexo en la cosa. Las paredes de cristal se empañaron un poco.


El frío viento de Noviembre enfrió las mejillas de Paula mientras ellos esquivaban empresarios llevando maletines y turistas con riñoneras.


A lo lejos, el Monumento a Washington se levantaba como un gigante… símbolo fálico.


Hombres y sus juguetes arquitectónicos…


Miradas curiosas eran enviadas en su camino, Mariana y Pablo las ignoraban o no las veían, pero Paula vio cada una de ella. Un cárdigan rojo por lo general no iba bien con una falda de rayas rosas y blancas y coloridos tacones con medias blancas, pero el excéntrico sentido de la moda de Paula no era nada nuevo. Más como un flechazo de los ochentas para ser exactos, pero ella siempre había sido de esa manera, amontonando ropa, mezclando y combinando diseños como un diseñador Euro Trash.


Su madre creía que era una especie de desorientación psicológica, que le permitía a Paula protegerse de ser herida. Puso los ojos en blanco.


A ella sólo le gustaban los colores y realmente deseaba que su madre estuviera en otra profesión, incluso baile exótico, en vez de en psicología.


No había nada como ser diagnosticado durante la cena de Acción de Gracias.


A mitad de camino, Pablo sacó su celular y se rió entre dientes, sacándolas a ambas de sus atenciones. Él escribió algo de vuelta y luego se inclinó, rozando sus labios en la frente de Mariana.


Dos cuadras abajo del Mall, ellos echaron un vistazo al nuevo restaurante a la moda. El aire caliente les dio la bienvenida, al igual que un ligero olor a grasa y a comida costosa. El lugar estaba lleno, lo cual hacía que estrujarse entre las mesas redondas fuera algo complicado.


—¿Vamos a conseguir un asiento? —preguntó Paula, esperando que la ampolla que estaba obteniendo en la parte posterior de su pie no fuera en vano.


Pablo asintió. —Llamé con anticipación. Nos dieron una cabina de atrás.


Mariana frunció el ceño. —Yo pensaba que en este lugar no hacían reservaciones


Él sonrió.


Por supuesto, se dio cuenta Paula, ningún establecimiento en la ciudad se negaría a Pablo o alguno de los hermanos Alfonso. Además de los políticos y los traficantes de drogas, los hermanos Alfonso manejaban esta ciudad.


La amplia cabina en la parte de atrás, en diagonal a un no tan sorprendentemente ocupado bar, era lo suficientemente grande como para sentar confortablemente a seis personas. Mariana y Pablo tomaron un lado mientras Paula se deslizaba en el asiento contrario, agradecida por odiar las chaquetas mientras ella miraba a Mariana murmurar en voz baja, parándose de nuevo, y luego quitándose la chaqueta. 


Una mesera llegó a su mesa, entregando el menú cubierto de plástico y tomando sus pedidos de bebida.


—¿Puedo pedir otra botella de agua? —preguntó Pablo, extendiendo un brazo a lo largo de la parte posterior de la cabina—. Tenemos una persona más uniéndosenos.


—Claro —respondió la mesera, sonriendo.


—¿La tenemos? —preguntó Mariana una vez que la mesera salió corriendo para cubrir la orden.


La más extraña sensación se apoderó de Paula. Una especie de sentimiento que se parecía a como si alguien le hubiera pinchado el estómago un par de veces mientras miraba fijamente a Pablo, rogando a cada Dios que ella conocía para que él no fuera a decir lo que ella estaba temiendo.


Pablo le dio la vuelta al menú. —Sí, esa es una buena cosa que Ricardo…


—Roberto —corrigió Mariana.


—… No obtuviera invitación, porque Pedro me envió un mensaje camino acá. Él está sólo a una manzana, y va a tomar algo de comer con nosotros.


Paula dejó de respirar. Y luego perdió su apetito, así de sencillo.


Desapareció, reemplazado por nudos retorcidos más veces que un bucle celta.


Oh no, no no no… eso no podía estar pasando.

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