martes, 23 de septiembre de 2014

CAPITULO 13



Santa mierda, era ella.


Aquí, con su hermano y Mariana. El casi no podía creerlo. 


Estaba todavía bastante enojado con ella por haberse escapado ese fin de semana, pero finalmente había aceptado que era muy poco probable que la volviera a ver. Pero aquí estaba, un mes después, apareciéndose en un restaurante en medio del día con su hermano, lo que significaba que no había manera en el infierno que Paula no hubiera sabido a quien estaba relacionado cuando se encontraron esa noche. En primer lugar, él se veía como su hermano y en segundo lugar, todos conocían a los hermanos Alfonso.


Todos.


Pedro fue tomado por estúpido.


Hoy había empezado como cualquier otro día fuera de temporada.


Cuatro horas de entrenamiento por la mañana—era cierto. Los jugadores realmente se hicieron fuera de la temporada—la capacitación, los entrenamientos. Se las arregló para evadir a su niñera el resto de la mañana. El palo fue aún más lejos en su culo de lo normal, ya que había sido atrapado saliendo del bar de su hermano con Antonio. Sí, había estado un poco ebrio, pero maldita sea, no había estado con una mujer y se había comportado. Mayormente. 


De acuerdo con la señorita Gore, tomar un par de tragos equivalía a darle un puntapié a un bebé.


Había mantenido un bajo perfil durante el último mes, pero la señorita Gore no estaba impresionada, y cada vez que salía de su casa, ella estaba a la derecha de su culo. Así que cuando Pablo le mandó un mensaje de texto para almorzar, Pedro saltó a la chance de salir y alejarse de la señorita Gore al mismo tiempo. Pero la última cosa que esperaba era verla otra vez.


Dios. Maldita sea.


Se veía justo como la recordaba pero mejor. Hermoso pelo castaño recogido en un moño bajo, pero sabía que era largo y lleno de olas suaves que caían alrededor de su cara en forma de corazón. Su tez normalmente de porcelana estaba inundada y llena, labios carnosos entreabiertos.


Pablo se aclaró la garganta. —Uh, ¿ustedes dos se conocen?


No podía evitar seguir mirando fijamente a Paula.


Sus claros ojos verdes estaban muy abiertos mientras le devolvía la mirada, sin duda recordando lo bien que se conocían entre sí. No tan bien como Pedro hubiera querido pero malditamente cerca. Como ella estaba sentada no podía obtener una vista completa de sus exuberantes curvas.


Quería desprenderse de ese maldito cárdigan porque la ocultaba demasiado. Paula tragó y su mirada se volvió hacia su hermano y Marianita. —Um, nos conocimos brevemente —dijo ella.


¿Conocido brevemente?


La boca de Marianita calló abierta. —¿Cómo es que nunca mencionaste que conocías a Pedro?


Sí, ¿Cómo es que nunca lo dijo? Estaba muy, muy curioso y un poco ofendido. ¿Por qué no mencionaría que lo conocía? 


Luego, considerando donde se conocieron, la mayoría de la gente no hubiera mencionado ese club en una conversación común y corriente.


Sentándose a su lado, se echó hacia atrás y se cruzó de brazos. Y esperó.


Paula lo miró nerviosamente. —No fue gran cosa.


Él estaba bastante seguro de que sí fue gran cosa.


—Y realmente me olvidé de eso —rió, jugando con el papel en el que había estado envuelto su sorbete.


¿Se olvidó de él tan rápido? Mentirosa. Su ego estaba un poco más que magullado, estaba a dos segundos de explicar que tan bien se conocían pero se detuvo. Ella no quería que nadie supiera que pasó y podía respetar eso, pero ella definitivamente iba a tener q reevaluar su declaración de ―no gran cosa luego.


Pasando de eso, Pedro sonrió y decidió que dos pueden jugar ese juego. —Fue hace un tiempo, ¿en un juego o algo así? Tú me pediste mi autógrafo, creo.


Las delicadas cejas de Paula se fruncieron. —No, no era un juego, y no te pedí un autógrafo.


—¿Estás segura? —Miró a su hermano, quien los miraba con las cejas alzadas—. Infiernos, recuerdo tu cara, pero vas a tener que refrescar mi memoria sobre el resto.


—No veo la razón para eso. Como dije, sólo nos conocimos
brevemente. —Ella se retorció un poco y dirigió su atención hacia abajo. La curva de sus caderas y el muslo hizo que su pene se hinchara—. Estoy segura de que hay muchas caras que no recuerdas —agregó.


Él inclinó su cabeza hacia un lado, no pasando por alto la maliciosa punzada. —Imagino que se podría decir lo mismo acerca de ti.


Su cabeza se sacudió hacia él, con los ojos más vibrantes de color verde botella. Estaba enojada. Bien. Él no se sentía demasiado tierno tampoco.


Del otro lado de la mesa, Mariana miraba con furiosa fascinación. — De acuerdo, entonces ¿dónde se conocieron si no fue en un juego?


—Buena pregunta —murmuró Pedro, esperando con entusiasmo la respuesta de Paula.


Ella se retorció un poco más, tanto que su muslo rozó el suyo.


—Estás inquieta —señaló—. Y nosotros estamos esperando.


—No estoy inquieta.


Puso una mano sobre su muslo, justo por encima de la rodilla, y ella casi saltó fuera de la cabina. —Sí estás inquieta.


Ella bajó la mirada a su mano y su rubor se profundizó. 


Sintió su escalofrío, y un deseo salvaje se apoderó de él. El instinto le pidió que mantuviera su mano donde estaba o un par de centímetros más abajo y luego se deslizara bajo su falda. Hablando de la falda, le recordaba a un bastón de caramelo. Quería lamer esas rayas, pero dudaba que su hermano y Mariana estuvieran interesados en ese tipo de show.


Sonriéndole, lentamente levantó su mano, un dedo a la vez.


Su hermano y Mariana intercambiaron largas miradas. Por suerte para Paula, la camarera llegó para tomar sus órdenes. Todos pidieron hamburguesas y la camarera se quedó más de lo necesario, lo que normalmente hubiera molestado a Pedro, pero su atención estaba en otro lado, en este momento sobre la pequeña mentirosa sentada a su lado.


—Entonces, ¿dónde nos conocimos? —preguntó, sonriendo cuando ella se puso rígida. Si pensó que iba a estar fuera del gancho tan fácilmente, se equivocó. Después de un mes preguntándose qué demonios le había pasado, no la dejaría escapar esta vez.


Paula levantó su mirada, su mentón sobresaliendo
obstinadamente. —Fue en un bar. Te encontrabas con una amiga.


—Mmm, no puedo recordar ese bar.


Ella le lanzó una mirada, y la sonrisa de Pedro se expandió.


Entendimiento rápidamente estalló en sus ojos, luego apartó la mirada. — Como sea, Mariana casi tiene terminados los números para la gala de invierno.


Mariana pestañeó. —Oh sí, con todas las donaciones, esperamos elevar un poco más el dinero este año para el programa de aprendizaje extendido en el Smithsoniano.


—Esa es mi chica. —Pablo inclinó su cabeza, besando su mejilla.


Maldita sea, su hermano fue derrotado.


Algunas veces era raro verlos de esa forma, especialmente a Pablo.


Eran perfectos juntos, pero Pedro nunca pudo imaginarse en los zapatos de su hermano pequeño, amando a alguien tanto como para dejar ir tu pasado y poner tu mundo al revés por ella.


—Sólo tenemos un mes para tener todo listo —parloteó Paula—, pero ya hemos vendido todas las entradas.


—Esas son buenas noticias —dijo Pedro—. ¿Van a tener todo listo para entonces?


Mariana asintió. —Sí, la única cosa de último minuto será Paula.


El interés de Pedro se despertó. —¿Y por qué es eso?


Aparte de él, Paula se quedó completamente inmóvil mientras miraba a Mariana, siendo ignorada descaradamente. —Paula siempre espera hasta último momento para traer una cita.


—¿Ah sí? —Extendiendo un brazo a lo largo de la parte posterior de su asiento, estiró sus piernas, ocupando la mayor cantidad de espacio humanamente posible.


Ella se deslizó un poco más, lo que la plantó contra la decorada pared. —Me gusta mantener mis opciones abiertas.


Por alguna razón, escuchar eso se metió bajo su piel. ¿Por eso había desaparecido? ¿Encontró a alguien en el club que era una mejor opción?


Dudoso.


—Como sea —dijo Pablo—. Volviendo a ustedes dos. ¿Se conocieron en un bar y…?


Los hombros de Paula se hundieron.


Compadeciéndose de ella, aunque no se lo merecía, Pedro dijo—: Sabes, creo que ya me acuerdo. Hablamos sobre béisbol.


—Ajá —dijo Pablo, sonando dudoso.


Mariana parecía incrédula. —¿Tú hablaste sobre béisbol, Paula?


Pero si no sabes nada sobre eso.


—Sí, sé —resopló Paula.


—¿Cómo qué? —desafió Mariana.


Aquellos labios exuberantes para los cuales había tenido tantos planes esa noche se juntaron en una línea. —La gente tira bolas y trata de golpearla con un bate y conseguir que alguien les pague demasiado dinero para hacerlo. ¿Qué más necesitas saber aparte de eso?


Pedro echó la cabeza hacia atrás y rió. Se había olvidado lo guerrera que era su boca. No había sido la primera cosa que le había atraído de ella —había sido su culo redondo—, pero definitivamente lo había enganchado, lo que provocó su necesidad de controlar y dominar.


—Suena bastante bien —coincidió Pedro. Miró a su hermano—. Creo que Chase ha dicho eso una o dos veces.


Su hermano asintió.


La comida llegó y por un tiempo el tema fue olvidado. Todos
excavando… todos excepto Paula, quien pasó más tiempo cortando su hamburguesa en pequeños pedacitos que comiéndoselos.


Se inclinó, lo suficientemente cerca como para sentir el olor a su champú. Jazmín. Justo como lo recordaba. Nada de perfumes fuertes, sólo el olor suave y almizclado del jazmín. 


Maldita sea, no había sido capaz de sacar a esta mujer de su cabeza. —¿Siempre juegas con tu comida?


Paula giró la cabeza en su dirección y como estaba tan cerca, su mejilla rozó la de él. Ella abrió la boca y luego se echó hacia atrás. —No estoy jugando con mi comida.


Pedro sabía que debería moverse hacia atrás, porque se hallaba mucho más allá de los límites del espacio personal, pero no lo hizo.


Algunos dirían que estaba siendo un bastardo por ello, pero para él, era gracioso y le gustaba bromear.


En todas las diferentes maneras.


—En realidad estoy esperando por ti para empezar a hacer una carita feliz fuera de la cuenta —dijo.


—Podría hacer una en tu cara si quieres —replicó ella dulcemente.


Se echó hacia atrás, riendo. —No creo que pueda dejarte. Me han dicho que tengo una cara de millón de dólares.


Su hermano se quejó. —Nunca vas a dejar ir toda esa mierda del Hombre Más Sexy, ¿verdad?


—Nunca —replicó Pedro valientemente.


—¿No fue el año pasado, de todos modos? —lanzó Paula.


Mariana soltó una risita. —Sí, lo fue.


—Pero este año no ha sido anunciado todavía, así que siempre hay tiempo. —Pedro le dio un guiño a Paula.


Ella rodó sus ojos.


Pedro la codeó tan fuerte que ella dejó caer su tenedor en el plato. — Te apuesto a que compraras una copia. Probablemente más de una, también.


Ella lo miró fijamente. —Tu ego es asombroso.


Acortando la distancia entre ellos, susurró para que sólo ella pudiera oírlo. —No es lo único asombroso, pero ya sabes eso.


—Bien. —Mariana arrastró la palabra mirando a Pablo como
esperando alguna clase de explicación, pero su hermano sólo se encogió de hombros.


Un cliente del restaurante se detuvo en su mesa, arrastrando a un joven que llevaba una gorra de béisbol de los National. Pedro se sorprendió al ver al chico, ya que estaba en la edad en la que debería estar en la escuela.


—Lamento interrumpir. Pero somos grandes admiradores. —El padre puso una mano en el delgado hombro de su hijo—. Steven amaría que firmaras su gorra.


Algunos de los jugadores se hubieran molestado por este tipo de cosas o puesto algún precio, pero Pedro pensaba que eran grandes cretinos. Sonriendo, asintió. —Claro. Aunque no tengo nada con que firmar.


La camarera apareció de la nada, mostrando un marcador
permanente. —Soy una gran admiradora también —susurró, guiñándole un ojo.


Él apostó que ella era un diferente tipo de admiradora.


Tomando el marcador, esperó a que el chico se sacara la gorra. El joven vaciló y cuando finalmente lo hizo, Pedro vio porque el chico no estaba en la escuela. Silencio cubrió la mesa. La bonita camarera miró el piso mientras Steven se acercaba un poco más. Su cabeza estaba completamente calva y blanca pálida, obviamente un efecto secundario de la quimioterapia.


Mierda.


Firmar la gorra no era suficiente, pero pasó la tapa y garabateó su nombre a lo largo de la parte posterior. 


Mientras trataba de escribir una firma decente, sintió como Paula se inclinaba hacia delante y miraba hacia arriba.


—¿Eres fan de Batman? —preguntó ella gesticulando con su mano hacia su remera. Steven asintió tentativamente.


Paula sonrió, y Oh, infiernos, había algo en esa sonrisa, algo que se había olvidado, o había estado demasiado caliente cuando se conocieron en el club como para notarlo, pero era impresionante. Encendía sus ojos color jade y colocaba dos hoyuelos en sus mejillas.


Era hermosa.


—Batman es mi favorito también —dijo—, es mucho mejor que Superman.


El pequeño se entusiasmó, sonriendo un poco. —Batman no puede volar, pero tiene mejores armas.


—¡Oh sí! —exclamó ella, con sus ojos danzando—. ¿Cómics? ¿Película?


—Película —respondió el niño.


—Oh, no lo creo. —Paula se veía sombría—. El cómic es mucho mejor.


—¡No es cierto!


Durante el intercambio, Pedro la miró con admiración. Nadie en la mesa, incluyéndolo, había sabido qué decir o hacer. 


Mierda, la camarera todavía miraba fijamente el suelo como si en él se encontrara la cura para el cáncer, pero Paula había saltado a ello, haciendo que el chico se sintiera cómodo con facilidad. También se preguntaba si ella realmente leía cómics. Interesante. Un momento. Ahí estaba esa maldita palabra otra vez. Deteniéndose a sí mismo allí, no lo encontró interesante. Sí, se sentía atraído por ella en un nivel casi animal. Fue cuando la vio por primera vez
y quiso tenerla —todavía lo hacía— pero eso era lo más lejano a lo que había llegado con las mujeres. Establecerse o estar intrigado era lo que su equipo quería para él, no lo que Pedro quería.


Tendiendo la gorra nuevamente hacia el chico, Pedro sonrió. —Aquí tienes, pequeño.


—Gr-Gracias, señor Alfonso —Steven se puso su gorra, bajándola un poco.


—No hay problema. Espero verte en el juego de primavera.


—Puedes apostarlo —dijo Steven, tirando de la mano de su padre—. ¿Podemos? ¿Por favor?


—Primer juego de la temporada —respondió, lanzando a Pedro una sonrisa de agradecimiento antes de guiar al niño de nuevo a su mesa.


En su ausencia, la camarera colocó las cuentas sobre la mesa.


Cuando los recibos llegaron, como se esperaba, había un número telefónico en el talón de Pedro.

Paula lo vio y sonrió.


Chad entrecerró sus ojos.


Mientras los cuatro se dirigían fuera del restaurante, Pedro
discretamente tiró su recibo a la basura.


Nubes pesadas y gruesas se habían instalado en el cielo, sin dudas iban a traer fría y penetrante lluvia. Maldición, odiaba noviembre. Denle nieve o denle sol.


—¿Siguen en pie los planes para esta noche? —preguntó Pablo, poniendo un brazo alrededor de Mariana.


Miércoles, era noche de póquer. Pedro mantuvo su mirada en Paula, quién trataba, sin éxito, de desaparecer detrás de la pareja. — Estaré ahí a las siete.


Mariana se liberó y le dio a Pedro un rápido abrazo. —No te conviertas en un extraño, estrella de rock.


Le apretó la espalda y le dio unas palmaditas en la cabeza, sabiendo lo mucho que ella odiaba eso. —Te veo luego, enana.


Durante las despedidas, no había despegado su mirada de Paula.


Ella se mantuvo a distancia, con una sonrisa brillante y falsa en el rostro mientras sostenía su bolso frente a ella como si fuera una especie de escudo.


Cuando Pablo y Mariana se volvieron para dirigirse al centro
comercial, Pedro se deslizó detrás de Paula, envolviendo la mano alrededor de su brazo en un apretón suave pero firme. 


Se detuvo, sus ojos muy abiertos. Antes que ella pudiera abrir la boca, Pedro habló—: Oye Mariana, voy a retener a tu amiga por unos minutos, ¿está bien?


Mariana miró sobre su hombro, arqueando las cejas. —No sé si quiero dejarla sola contigo.


Tomando ese buen humor, sonrió. —Prometo devolverla tal y como está.


Ella miró a Paula, quién soltó un suspiro de resignación y asintió.


Mariana sonrió—el tipo de sonrisa que Pedro tanto conocía. Pobre Paula iba a tener un día complicado cuando regresara a la oficina.


—Toma tu tiempo —dijo Mariana, y luego se volvió, enroscando su brazo en Pablo.


Pedro los vio cruzar la siempre ocupada avenida Constitution. — Forman una pareja adorable, ¿no lo crees?


Paula dio un paso atrás bajo el toldo de una tienda cerrada de distribuidor de artes, él la siguió, manteniendo la mano en su hombro.


Ella parpadeó varias veces, esas locas y largas pestañas abanicando sus mejillas sonrojadas. Maldita sea. Se acordaba porque no podía olvidarla, pero sus recuerdos no le habían hecho justicia.


Ella tomó una respiración profunda. —Mira, realmente necesito conseguir…


Bajando la cabeza para que sus rostros estuvieran sólo a escasos centímetros, disfrutó la suave inspiración de su aliento. —¿De verdad creíste que te me ibas a escapar dos veces,Paula?

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