lunes, 29 de septiembre de 2014

CAPITULO 28




Paula apenas se reconocía en el vestido verde. El profundo matiz puso de manifiesto la coincidencia de color con sus ojos y halagaba su tez pálida y cabello rojo. El material era pesado, ocultando cualquier tipo de bulto antiestético pero no se sentía como si estuviera usando una cortina.


—Te ves hermosa —dijo Silvina, poniendo el toque final en Paula, un clip de plata que sostenía sus rizos hacia arriba—. El vestido es fantástico.


El vestido era fantástico. —No puedo creer que compró esto. Tal des…


—Si dices desperdicio de dinero, renegaré de ti. —Silvina la hizo girar y la miró fijamente—. Es maravilloso que él haga algo como esto, es romántico. Vas a tener un momento maravilloso pasando el rato con los jugadores y la gente glamorosa.


Paula tragó, pero su garganta estaba seca. Las mariposas estaban rebotando alrededor de su estómago como si estuvieran tratando de encontrar una salida. Había conocido a Antonio y algunos de los otros chicos, pero la idea de codearse con todos ellos le daba ganas de vomitar.


—¿Pedro va a recogerte aquí? —preguntó Silvina.


Asintió. —Sí, es en realidad es más cerca para él y de hecho tiene sentido, ya que estabas arreglando mi cabello.


Silvina le sonrió. —Asombroso chica, eres tan condenadamente afortunada. Espero que te des cuenta de eso. Pedro es un infierno de buen partido. Estoy celosa.


Un dolor le atravesó el pecho, y se volvió hacia el espejo,
parpadeando con rapidez y esperando no arruinar su máscara. Todo esto estaba casi terminado. Tres días después de Navidad y mañana era su último día de trabajo antes de las vacaciones. Luego estaba Año Nuevo y la Gala.


Pedro probablemente ni siquiera estaría alrededor para el evento del Smithsoniano.


Según la señorita Gore, los Nationals estaban encantados con la mejoría de Pedro. No se hablaba más sobre la cancelación del contrato, y la publicista creía plenamente que después de esta noche, su imagen estaría reparada. ¿Y qué tenía eso de malo según dijo la mujer la última vez que la había visto?


Pedro probablemente tendrá la simpatía del público cuando ustedes se separen. —La señorita Gore había dicho—. Así que esto va a funcionar de maravilla.


Dios, odiaba a esa mujer con pasión.


—¿Paula? —la voz de Silvina se entrometió—. ¿Estás bien?


Su boca se abrió, y quería tanto contarle la verdad a Silvina, pero ¿cómo podría? No era como si Silvina no supiera que se había metido en problemas con los préstamos estudiantiles, pero ¿cómo iba a decirle a alguien que todo lo que había entre ella y Pedro había sido completamente falso?


Excepto por la pasión, estaba segura de que eso era real.


Forzó una sonrisa. —¿No crees que este vestido es demasiado?


Silvina soltó una breve carcajada. —Está bien. 
Definitivamente, algo está mal contigo si estás preguntando si alguna pieza de ropa es demasiado. Esto es en realidad bastante normal para ti.


Eso era. Con pedrería negra sobre el corpiño en forma de corazón, no era nada como el estilo extravagante que normalmente usaba.


—Te ves genial, Paula.


—Gracias. —Paula salió del baño y tomó una profunda
respiración—. Supongo que me estoy sintiendo cansada.


Silvina asintió. —Bueno, será mejor que te animes porque debes disfrutar. En serio. Tú y Pedro son como un cuento de Cenicienta.


Paula se rió de eso. —Yo no iría tan lejos.


—Lo que sea. Es totalmente… —Un golpe en la puerta principal cortó sus palabras. Dejó escapar un grito bajo y giró hacia la entrada antes de Paula pudiera parpadear.


Su amiga abrió la puerta. —Holllaaaa...


Paula se asomó por la esquina, y su corazón se aceleró. Su boca se abrió también. Podría haber babeado un poco.


Pedro en un esmoquin era, bueno, todo lo que cualquier mujer en el planeta podría imaginar.


Sus anchos hombros realmente rellenaban la chaqueta en una forma que la mayoría de los hombres no podían. Era de un ajuste perfecto, cortada a su cuerpo y sólo a su cuerpo. 


Con su pelo artísticamente desordenado y sus labios inclinados en una media sonrisa, parecía haber salido directamente de una película o algo, justo como salido de un cuento de hadas.


Pedro le tendió la mano a Silvina —Encantado de por fin conocerte.


Ella murmuró algo ininteligible y se dio la vuelta, pronunciando las palabras Príncipe Encantador antes de girar de nuevo a Pedro. —Eres mucho mejor visto de cerca. La mayoría de las personas no lo son, pero guau, tú sin duda das la talla.


Paula sonrió.


Tomando el arrebato de buen humor de su amiga, Pedro rió. — Bueno, me alegro de escuchar que ―doy la talla.


A medida que pasó a su lado, Silvina lo reviso por detrás. —Sí, definitivamente das la talla.


Bien. Eso era probablemente suficiente. Si Paula no intervenía, había una buena probabilidad de que Silvina comenzara a tocarlo. Al salir al pasillo, ella le dio un saludo con la mano breve y torpe.


Pedro tropezó un poco, y Paula nunca lo había visto tropezar. Se detuvo en seco y tragó mientras su mirada se desviaba hacia ella. —Te ves... absolutamente hermosa.


Sintió el rubor subir por su cara. —Gracias.


—Ustedes dos lucen grandiosos. —Silvina reapareció, sosteniendo su teléfono—. Quiero una foto.


—Esto no es el baile de graduación, Silvina

Pedro se rió entre dientes mientras sostenía su brazo para Paula — Ven aquí. Vamos a conseguir nuestra foto.


Disparando a su amiga una mirada, que fue ignorada
posteriormente, Paula se deslizó al lado de Pedro. Su brazo rodeó su cintura y la atrajo más cerca, metiéndola contra su cuerpo.


Silvina chilló mientras sostenía el teléfono. —¡Sonrían!


Después de un par de fotos que Silvina juró no terminaría en su Facebook o en cualquier otro sitio, Paula y Pedro dijeron sus adioses. A la salida, Paula tomó el chal de encaje negro, y él la ayudó a envolverlo sobre los hombros.


—Está bastante frío afuera —dijo fuera del apartamento de Silvina— ¿Estás segura de que esto es suficiente?


Paula asintió.


Él sonrió ligeramente. —Es cierto. Odias las chaquetas.


—Son tan abultadas. —Ya que Silvina tenía un apartamento en el primer piso, no pasó mucho tiempo para que ella descubriera lo frío que se había puesto desde que había llegado a la casa de su amiga.


En el exterior, agarró los extremos del chal juntos y respiró hondo.


—Huele a…


—¿Nieve? —Interrumpió él, sonriéndole.


Paula lo miró y sintió que su corazón daba ese maldito saltito otra vez. —Sí. Huele como la nieve.


—He oído que está pronosticado nieve en Navidad. No puedo recordar la última vez que tuvimos una blanca Navidad.


Tampoco podía. Nieve en cualquier cantidad real no suele caer hasta febrero, y si era más de una pulgada, todo el pueblo cerraba.


Pedro le abrió la puerta, pero la agarró del brazo antes de que pudiera subir. Se inclinó, sus labios rozando su sien. —Estoy destrozado —dijo.


—¿Sobre qué?


Sus labios se curvaron sobre su piel. —No puedo decidir si te ves mejor en ese vestido o con él agrupado alrededor de tus tobillos.


Paula estaba repentinamente caliente en las temperaturas
congelantes. Maldita sea. Había estado tratando desesperadamente de olvidar esos minutos en el probador y él tuvo que tocar el tema. Fuego líquido la recorrió, cuando le puso una mano en la cadera.


—Mmmm —murmuró—. Lo prefiero tendido en el suelo de mi dormitorio.


Su aliento salió en una ráfaga inestable. —No has visto eso.


Pedro se apartó y había una sonrisa arrogante en su cara. —Aún no.

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