sábado, 20 de septiembre de 2014

CAPITULO 7



El agua salió en el baño y el sonido llegó ahogado bajo un súbito zumbido. Miró hacia abajo y vio encendida la pantalla del teléfono móvil de Pedro. Su aliento se atoró y su corazón se saltó un latido.


El nombre Stella destelló en la pantalla junto a una foto pequeña de una mujer que todo el que comprara en Victoria’s Secret reconocía.


El estómago de Paula se hundió.


Sabía que no debía mirar al texto que aparecía en la pantalla de vista previa. No era lo correcto, una violación a la privacidad y bla, bla, bla, pero ella miró porque era una chica e inmediatamente deseó no haberlo hecho.


N la ciudad sta noche & kiero vert & reptir el pasado finde.


No requería dos neuronas el saber lo que había pasado el fin de semana anterior, aun cuando la muchachita enviara mensajes de texto como una adolescente de dieciséis años con ADHD5. De todos modos ¿qué edad tenía Stella? Si a Paula no le fallaba la memoria, pasaba por uno veintidós y había modelado desde los quince. Su carrera despegó con el sostén de rubia o algo así.


Antes de que el texto parpadeara por última vez siendo remplazado por la pantalla negra, Paula le echó un buen vistazo a la pequeña foto de la modelo. Cabello muy rubio y tan alta como Paula, probablemente pesaba varios kilos más. Era hermosa, con esos haraganes y humeantes ojos que rezumaban sex appeal.


Pedro había estado con ella el fin de semana pasado.


Dándose cuenta de esto, realmente comprendiendo con quien había estado él apenas siete días atrás, era como un balde de agua helada. Las pantis de Pedro, dondequiera que estuvieran, probablemente servirían de vestido para la modelo nacida en Rusia.


Miró fijamente sobre su hombro a la cama bien hecha y al edredón negro. Ahora no podía imaginarse ahí, tendida desnuda ante Pedro —ante un hombre que traía a casa supermodelos. Súper. Modelos.


¿Qué hacía ella ahí? Además de tener los mejores dos orgasmos de su vida —verdad—, estaba tan fuera de su elemento que era embarazoso.


Apenas podía rozar dos monedas de cinco centavos, pero sus muslos definitivamente no tenían problema para eso.


Apostaba que los muslos de Stella eran del grueso de su brazo.


Paula se levantó y se abrazó el cuerpo mientras su vista se
enfocaba en la puerta cerrada del baño, y por alguna universalmente jodida razón, su autoestima se fue por el tragante y siguió bajando.


Congelada a los pies de la cama, se preguntó si Pedro se arrepentiría a la mañana siguiente. Entonces le contaría a sus hermanos sobre la chica que había traído a casa accidentalmente. Oh Dios, Pablo reconocería su
nombre y ella se moriría de la pena.


Una pelota de emociones horribles se formó en su vientre. 


No se había sentido de ese modo desde que había intentado entrar en el vestido de graduación para el su mamá había ahorrado, y había fastidiado la cremallera después de fallar en una dieta relámpago. O cuando su novio — una relación que había terminado hacía más de dos años— había mencionado la nueva dieta de moda de la que todo el mundo hablaba.Había sido su manera de decirle que necesitaba perder unos kilos. Qué bastardo.


Dios, ¿por qué debía pensar en esto en ese preciso momento? Había comenzado a amar su cuerpo, el poder de una mujer con curvas.


La única explicación lógica, además del hecho de que él había sido capaz de conducir a casa y aparentar sobriedad, era que estaba realmente borracho.


Girando sobre sus talones, su vista aterrizó donde había caído su bolso cerca del closet. Su respuesta de lucha o huye la rondó en el momento que escuchó cerrarse el agua, y su pecho tuvo un espasmo.


En su cabeza, ella ya lo había dejado. Ahora solo necesitaba la acción y no dejar que la puerta le golpeara el trasero mientras salía.

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