viernes, 19 de septiembre de 2014

CAPITULO 6



Sus ojos se abrieron de pronto, las protestas formándose en su lengua, pero las manos de él encontraron sus pesados y adoloridos pechos; esos dedos tan capaces se deslizaron sobre el material de su vestido, frotando los picos hinchados. Ella gimió su nombre, más allá de la razón, y la boca de él se cerró sobre su seno, caliente y exigente a través de la ropa y el delgado encaje de su sostén. Un agudo hormigueo se disparó en su interior.


Pedro levantó la cabeza, cubriendo de nuevo sus hinchados labios con los suyos mientras masajeaba el pecho en una mano y finalmente — finalmente— deslizaba la otra bajo el vestido. Usando uno de sus poderosos muslos, separó los femeninos y deslizó su mano hacia el interior de ellos. Ella jadeó mientras sentía sus nudillos rozar su centro.


—Maldición —gimió él—. Estás tan mojada.


Lo estaba. Se ahogaba por él.


Un dedo se movió en su centro, acariciándola suavemente.


—¿Alguna vez te has excitado tanto?


Poniendo sus manos sobre los anchos hombros, sus dedos se clavaron en el suave material del suéter. Perdida en las crecientes sensaciones, su cuerpo se arqueó contra los atormentadores movimientos de él.


—Dime —gruñó.


¿Qué era lo que preguntaba? Cuando la pregunta resurgió, no podía considerar siquiera el responder, pero sus dedos se detuvieron. Bastardo.


—Apuesto a que no —Sus labios recorrieron el calor de sus mejillas,y luego por su garganta mientras sus dedos resumieron su movimiento holgazán—. No si no has estado con hombres que no saben dónde meter sus dedos, ya no hablemos de sus penes.


El hecho de que el modo en que le hablaba la excitara era un poco desconcertante. No era como que estuviera acostumbrada a la charla sucia. —Te sientes tan bien —Era la extensión de la conversación de cama con la que tenía experiencia, pero esas palabras groseras saliendo de su boca la hacían pensar y desear en cosas locas y deliciosas.


—¿Qué hay de ti? —le preguntó.


Pedro rió contra su garganta.


—Sé exactamente dónde meter mis dedos y mi pene.


—Me alegra escuchar eso.


La risa que obtuvo por respuesta envió un estremecimiento por su cuerpo. Su voz se afiló.


—¿Entonces? ¿Esos otros hombres sabían cómo usar sus dedos y sus penes?


Por todos los cielos, no podía creer que le estuviera preguntando eso y que le iba a responder. Las palabras salieron de sus labios a trompicones, cayendo como gotas de lluvia entre ellos.


—Estaban bien.


—Bien. —El disgusto colgó de esa simple palabra—. ¿Te hicieron correrte?


Oh, por Dios. Sus ojos se abrieron y la arrogante sonrisa burlona que él tenía en el rostro la enfureció.


—¿Lo harás tú? —La pregunta flotó en el aire antes de que pudiera detenerla.


Los ojos azules masculinos se calentaron.


—Eres un poco exigente ¿eh?


Paula no respondió. En realidad no podía, porque los ágiles dedos se deslizaron bajo el satín de sus pantis. Su cuerpo se sacudió y la sonrisa burlona lo supo. El reto brilló en los ojos de Pedro, y era obvio que este hombre no se retractaba de uno. La excitación pulsó en su sangre como una canción de techno.


—¿Por qué no respondes la pregunta? —preguntó él, frotando sus dedos contra ella de manera que envió otra descarga por su cuerpo.


Porque comenzaba a tener problemas para respirar.


—Es una pregunta personal.


—¿Una pregunta personal? ¿No nos estamos poniendo personales ahora?


Buen punto. Cuando no respondió, apretó el pulgar en el manojo de nervios y ella gritó, sus caderas se arquearon contra su mano.


—Te he besado. Aquí —dijo, capturando sus labios en un rápido y ardiente beso—. Y te he besado aquí —Sus labios se movieron por su garganta y su otra mano jugueteó con el adolorido pico de su seno—. Y te he tocado aquí… y te estoy tocando más abajo ahora.


Para probar su punto, uno de sus dedos se deslizo dentro de ella, haciéndola sujetarse a sus hombros.


Pedro


—¿Pero nada de esto es tan personal? —preguntó, sonriendo mientras movía su dedo dentro y fuera, una y otra vez hasta que Paula estuvo sin aliento—. ¿Paula?


La facilidad con la que se apoderó de su cuerpo la sorprendió, y cuando la abrazó íntimamente, todavía empujando su dedo dentro y fuera, sintió la estrecha emoción de la liberación en su vientre.


Pedro pareció saberlo, porque aumento el ritmo mientras bajaba la cabeza. Los suaves bordes de su cabello rozaron su mejilla mientras le hablaba al oído.


—Está bien. No necesitas responder, porque lo que sea que ellos te hicieron sentir no se compara en nada con lo que yo te voy a hacer sentir, y te prometo que será más que bien.


Su corazón se disparó mientras la promesa pecaminosa ondeaba su alrededor. Oh, sí, Paula estaba segura de que todo esto sería más que ―bien.


Pedro no dijo nada más mientras deslizaba otro dentro en su interior, pero la miró; sus ojos estaban fijos en los de ella todo el tiempo que la trabajó, rehusándose a permitirle mirar hacia otro lado, a escapar la corriente enloquecedora de sentimientos que estaba creando.


Una sonrisa de autosatisfacción cruzó en los labios masculinos mientras rozaba su pulgar sobre su parte sensible, sus ojos ardiendo mientras ella aspiraba un agudo aliento. Comenzó a trazar perezosos círculos alrededor del capullo tenso, acercándose a tocarlo, pero siempre desviándose en el último momento. Después de un par de círculos, ella estaba jadeando —absoluta y malditamente jadeando.


Y Pedro disfrutó esto.


—Adoro como luces ahora mismo.


—¿En serio? —Sus caderas se movieron hacia adelante, pero Pedro presionó, deteniendo sus movimientos.


—Tranquila —Le ordenó ronco. Su pulgar comenzó otro círculo seductor—. Tus mejillas resplandecen y tus labios están abiertos e hinchados. Hermosa.


Paula sintió que ardía en su interior, volviéndose un charco de agua caliente. Sus manos se deslizaron por su pecho y se encontró sorprendida al escuchar el corazón de él golpeando contra su palma.


Quería moverse contra el travieso toque, pero estaba prisionera entre él y la pared. La evidencia de su excitación presionando en su cadera aumentó la añoranza que la consumía.


Y cuando él hizo algo realmente tortuoso con sus dedos, ella gritó.


Sus suaves lloriqueos, el lento y sensual asalto, la estaban llevando al límite. Arqueó la espalda tanto como él se lo permitió. Lo sintió sonreír contra su piel arrebolada.


Con sus labios dentro de la distancia de un beso, le dijo:
—Te voy a hacer correrte en menos de un minuto.


La tomó por sorpresa.


—¿Menos de un minuto?


—Menos de un maldito minuto —replicó Pedro sonriendo, realmente sonriendo. No una sonrisa presumida sino una juguetona, y su corazón tartamudeó cuando no debería, no podría, porque esto no tenía nada que ver con el corazón y ella realmente no lo conocía—. Sí. Será así de impresionante —agregó.


Maldito creído hijo de puta —realmente tenía manos mágicas. La hora de jugar se había terminado. Movió los dedos dentro y fuera, rápido y luego más rápido aún. En cuestión de segundos ella se retorcía, y el aliento se le atascaba en la garganta.


Él abrió la boca.


—Cuarenta segundos…


El siguiente roce de su pulgar creó una fricción espantosa.


 Ella lo empujó para atraerlo más cerca, más profundo.


Pedro gruñó.


—Me gusta… me gusta como tu cuerpo responde a mí. Perfecto.


La dulce agonía martilló a Paula, sus piernas se entumecieron.


Oh, oh Dios…


—Treinta segundos… —dijo, bajando su boca a la de ella. La sorbió, imitando lo que estaba haciendo abajo con sus dedos. Se echó hacia atrás y murmuró—: Veinte segundos…


Mi Dios, ¿iba en serio con esa cuenta regresiva? Estaba
absolutamente loco.


Entonces mordisqueó y tiró de sus labios mientras sus dedos empujaban, dando vueltas. Al parecer su cuerpo estaba fuera de control: girando contra su mano, buscando más. Los músculos se tensaron. Un relámpago recorrió su columna, disparando a cada vértebra. Los dedos de sus pies se enroscaron dentro de las botas y sus caderas se alzaron, despegándose de la pared. Boqueó por aire. Cada una de sus terminaciones nerviosas ardía.


—Córrete para mí —le ordenó él.


Su mano se movió, agitando el bulto de nervios entre sus dedos mientras lo pellizcaba.


La liberación recorrió a Paula, rápida y poderosa, sacudiéndola, haciéndola dar volteretas en las dulces y suaves ondas de placer que atormentaron su cuerpo. Los pensamientos se diseminaron mientras se partía en pedazos y poco a poco, deliciosamente, se armaba de nuevo.


Sin fuerzas, saciada y alucinada, se recostó contra él, buscando aire mientras las réplicas continuaban y la impactaban un poco más. Abrió los ojos y encontró a los azules devolviéndole la mirada.


—Todavía me quedaban cinco segundos —murmuró él, su mano todavía acariciándola íntimamente.


Mierda…


Sus labios se alzaron en una esquina. —Y aún necesito probarte.


Paula se dejó caer contra la pared, su corazón intentaba salirse del pecho. Aturdida maravillosamente, lo observó a través de sus gruesos párpados.


Lentamente, liberó su mano y retrocedió. Con los ojos fijos en los de ella, se llevó un dedo a la boca y lo chupó.


Paula nunca había visto a nadie hacer eso. En los libros, sí, pero no en la vida real. Estaba conmocionada —excitada— y completamente envuelta en la sensual travesura de la acción.


Pedro sonrió burlonamente.


—Quiero más.


Su corazón tartamudeó.


Él puso las manos en sus caderas y dobló la cabeza, besándola con intensidad, y entonces las deslizó bajo la falda del vestido. Una vez más sus dedos pasaron bajo la banda de sus pantis. Hubo una pausa mientras él se retiraba y sus labios capturaban su labio inferior. Se movió hacia abajo y se llevó las pantis con él.


Confundida, puso las manos sobre los anchos hombros mientras salía de las pantis. Pensó que le quitaría el vestido a continuación o al menos las botas, pero él se quedó de rodilla, mirándola a través de sus gruesas pestañas. De ese modo, inclinado ante ella, parecía un Dios.


Era hermoso.


Pedro levantó un poco el vestido. Sus ojos solo se encontraron cuando el material estaba por sus caderas. 


Estaba expuesta a él, sus partes más íntimas. Por un momento breve, se preguntó si debería sentirse cohibida, pero la cercana promesa salvaje en sus lánguidos ojos la puso más caliente y temblorosa.


Tan imposible como se sentía, más calor la inundó y una necesidad se apoderó de ella. Lo observó, incapaz de desviar la mirada mientras él besaba el interior de sus muslos. La incipiente barba en sus mejillas pinchó su piel, enviando una ráfaga a través de ella.


Paula nunca había estado más cautivada por nadie en su vida. En ese momento, era poseída y marcada. No comprendía el sentimiento, estaba demasiado perdida para cuestionarlo, pero un dolor agudo floreció en su pecho. Un hombre como Pedro sería difícil de olvidar, mucho menos
de seguir adelante.


La respiración masculina le abrasó la piel, y su boca estaba en su intimidad, deteniendo los pensamientos de Paula, capaz de sentir solamente.


Y él se alimentó de ella.


La devoró con la lengua y los labios hasta que ella arqueó la espalda y sus dedos se hundieron en el revuelto cabello de él.


Siseó y su cuerpo se meció sin vergüenza contra él. La trabajó, lamiendo y provocándola hasta que su cabeza dio vueltas y estaba segura de que sus piernas no la sujetarían. 


La tensión se enroscó en lo profundo, fuertemente y tan rápido que gimió.


—No puedo soportarlo —le dijo, tirando de su cabello.


Pedro le sujetó las muñecas contra la pared. Del modo en que estaba, él entre sus piernas y con las manos inmóviles, no podía detenerlo.


—Puedes aguantarlo —dijo contra su piel caliente.


Sin darle otra opción, Pedro se lo probó. Se mantuvo trabajándola hasta que se corrió, gritando su nombre mientras era desgarrada por la liberación, mucho más poderosa que la primera. No podía respirar por la intensidad del placer, ni siquiera podía formar un pensamiento coherente.


Cuando el shock se calmó, estaba sorprendida de haber sobrevivido.


—Eso… eso fue increíble —respiró ella vacilante—. No, fue más que increíble. No hay palabras.


Pedro se levantó despacio, acunando sus mejillas. La besó
profundamente y ella gimió ante el sabor combinado de ambos. Cuando él se retiró, la lujuria concentrada en su mirada le robó el aliento.


—Fue increíble. —La besó otra vez—. Tú estuviste increíble.


¿De veras? No había hecho nada más que convertirse en masilla en sus manos… y boca. Oye, al menos se había mantenido de pie. Eso era increíble.


Besándola una vez más, la dejó ir y se alejó con rígido movimiento.


—Necesito… un minuto.


Paula se mordió el labio, deteniendo la risita que amenazaba con escapársele. Necesitaba una siesta y más de él —mucho más.


—Aquí estaré.


—Un minuto.


En su camino al baño, lo vio quitarse el suéter y la camisa blanca que llevaba debajo. Los gruesos músculos se movieron bajo la tirante piel de su espalda, atrayendo su atención completamente. En la puerta, se giró y la miró.


Olvida el paquete de seis. Este hombre tenía todo un paquete de ocho. Buen Dios…


—No vayas a ningún sitio —le dijo.


Paula no se movió, probablemente era incapaz de hacerlo hasta que él cerró la puerta tras de sí. Entonces ella se mudó hacia la cama y se sentó en el borde, sus rodillas estaban débiles y temblorosas. Pedro había tenido razón. Ni siquiera habían tenido sexo y ella se sentía como nunca antes. Una parte de sí estaba escandalosamente mareada y la otra parte…


Seh, sabía que al final de la noche querría conservarlo.


Nada bueno.

4 comentarios:

  1. Guauuu ¡ ... y todavía falta ;) jajajajajaj estos sivq empezaron a los bifes sin tiempo q perder ¡¡ muy buena

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  2. Muy buenos capítulos!!! Y esto recién comienza! ;)

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