domingo, 21 de septiembre de 2014

CAPITULO 9



Paula siempre había sido una gran fan de los domingos. Un día de descanso donde ella principalmente permanecía en sus pijamas, pedía comida a domicilio, y actuaba como un perezoso.


Y los cobradores no llamaban los domingos.


Recogió su pelo en una cola de caballo floja y se arrastró al angosto y corto pasillo. Frotando el sueño fuera de sus ojos, tropezó con la mesa al lado del sofá que estaba tan necesitado de ser retapizado. Un dolor agudo se disparó por su pierna.


—¡Cristo en muletas! —Cojeó hacia un lado y chocó contra el estante para libros sobre apilado, derribando varios de ellos. Estos golpearon el suelo, cada uno causando que se estremeciera.


Pepsi, quien había estado tendido en el respaldo del sofá, se sobresaltó con el sonido de su voz. El pelo naranja de su espalda se hizo rosa cuando se deslizó fuera del sofá, y golpeó la lámpara de la mesa, mientras el felino se disparó hacia el sillón reclinable cercano que había pertenecido a sus padres. La lámpara, la cual era lo suficientemente pesada para deformar el piso, se volcó.


Paula maldijo y se lanzó hacia adelante, atrapando la pantalla de la lámpara. Polvo voló en el aire y se arrastró hasta su nariz.


Ella estornudó.


Y sus estornudos no eran del tipo delicado que apenas eran un jadeo. Pobre Pepsi se volvió loco con la explosión nasal y se lanzó debajo de la mesa del centro. Desde ahí, dos ojos dorado-verdosos se asomaron.


Una vez que Paula tuvo la lámpara derecha, retrocedió
lentamente, antes de que algún otro mueble la atacara. 


Mientras estuvo ahí no pudo evitar mirar alrededor a su estrecha sala de estar y pensar en todo el espacio en la sala de Pedro.


Maldijo de nuevo.


No voy a pensar en él o en su magnífico apartamento donde en realidad había espacio para caminar. Y definitivamente no pensaré en su mágica boca y lengua. El mantra no había estado funcionando desde el viernes. Todo el día de ayer había evitado las llamadas de Silvina sólo para no verse tentada de contarle lo que había pasado entre ella y el amado mujeriego de la ciudad.


Pero una vez que su cerebro fue allí, realmente fue allí. 


Recuerdos de cómo él la miró, la sensación de sus labios contra su piel, y esos dedos la atormentaron con cada paso.


Deteniéndose en frente de la puerta, ella apretó sus ojos cerrados y sus manos en puños. ¿Estaban sus piernas temblando? Dios. Sí. Lo estaban. Por lo que probablemente fue la enésima vez en las ultimas treinta horas y algo, se dijo a sí misma que había tomado la decisión correcta al abandonar a Pedro. Llegada la mañana él seguramente se habría arrepentido de llevarla a casa y honestamente, en esas pocas horas, ella ya había empezado a sentirse demasiado para él.


Demasiado.


El amor a primera vista no existía pero la lujuria a primera vista sí, y una poderosa lujuria podría rápidamente convertirse en algo más. La última cosa que Paula necesitaba era un corazón roto junto a su billetera rota.


Abrió la puerta y rápidamente estiró su pierna hacia afuera. Pepsi, como era de esperarse, se disparó hacia la puerta. 


Cuando se encontró con el obstáculo de color rosa y azul a cuadros, se sentó y puso sus orejas hacia atrás.


—Lo siento, amigo, es lo mejor —Inclinándose, recogió el periódico del domingo justo cuando la puerta frente a ella se abrió.


Todd Newton estaba haciendo lo mismo, excepto que Paula tenía un infierno de ropa más que él. Vestido solo en sus boxers a rayas rojas y azules, por supuesto, él tenía un cuerpo hecho para caminar en casi nada.


Normalmente Paula trataba de atrapar un vistazo de él, pero después de ver el abdomen de locura de Pedro, ella apenas levantó una ceja o sintió alguna clase de agitación o interés.


Mirando hacia arriba mientras se enderezaba, le envió a Paula una cálida sonrisa. —Hola, señorita Chaves.


Paula sonrió. —Buenos días, Todd.


Su mirada cayó hacia donde Pepsi fulminaba la pierna de Paula.


Ella le envió otra sonrisa mientras movió su pierna precariamente fuera del camino y cerró la puerta justo cuando Pepsi se abalanzó. El bendito gato chocó la puerta con un audible golpe sordo.



Suspirando, sacudió su cabeza mientras se agachó y lo recogió. — Vas a tener daño cerebral junto con un problema de peso si no eres cuidadoso.


El gato soltó un maullido lastimoso.


Pepsi era lo que a Paula le gustaba llamar rechoncho. En realidad, el gato era cerca del tamaño de un perro salchicha y probablemente lo superaba. Uno pensaría que el gato no sería tan malditamente rápido, pero la cosa era un ninja a la hora de tratar de escapar.


Acunando a Pepsi en un brazo y el periódico en el otro, se dirigió a su pequeña cocina. Colocándolos a ambos en la mesa, golpeó la máquina de café prendiéndola y abrió una lata de comida para gatos.


La mamá de Paula estaría furiosa si sabía que dejaba a Pepsi en la mesa de la cocina, pero no era como si alguien más además de Paula comiera ahí. Su último novio serio tenía un gran problema con eso, también.


Su ex tenía problemas con muchas cosas.


Tomando su taza de café, la cual era más azúcar que nada, y el tazón de comida de vuelta a la pequeña mesa redonda, se sentó y ojeó al gato. —¿Hambriento?


Pepsi se sentó sobre sus patas traseras y muy lentamente levantó una pata, como si dijera: Entrégalo, mujer, estás trabajando para mí.


Ella suspiró y se inclinó hacia adelante, dejando el plato en frente del felino. Sorbiendo su café, abrió el periódico y escaneó los titulares. Era lo mismo de todos los días, economía en el retrete, candidatos presidenciales prometiendo al mundo, y una pobre alma asesinada la noche anterior. ¿Era de extrañar que saltara a los chismes?


Realmente no debería verlo, especialmente después del viernes, pero sus dedos tenían mente propia, pasando más allá de las secciones de finanzas y deportes.


Paula jadeó y casi dejó caer su taza. Con una mano temblorosa puso la taza sobre la mesa.


¡Alfonso, Pitcher Estrella va por un Triple Play y lo logra!


El titular por sí solo era suficientemente malo, pero la foto—querido Dios, ¿había una foto?—causo una oleada irracional de celos.


En una verdadera blanca-y-negra gloria granulada, en medio de tres mujeres con muy poca ropa tendidas en la cama, estaba un Pedro Alfonsosonriendo como si acabara de ganar la lotería de chicas semi-desnudas.


—Santa mierda. —Paula agarró el papel y lo levantó más cerca de su rostro. Ninguna de las mujeres era Stella, la modelo que al parecer quería una repetición del pasado fin de semana, pero cualquiera de ellas podría fácilmente posar en lencería, en lo cual estaban frente a todo el mundo en una cama con Pedro.


Una rubia tenía una mano en su pecho. Otra tenía su pierna tirada sobre las de él. La tercera tenía sus manos en su fabulosamente desordenado cabello.


El artículo en realidad no decía mucho además de ―mujeriego desenfrenado de los National ataca de nuevo. 


La foto fue tomada en un Hyatt en la ciudad de Nueva York dentro de la semana pasada.


Paula no tenía idea de cuánto tiempo se quedó mirando la foto, pero los rostros eufóricos de las mujeres se hicieron borrosos. Pedrobueno, él también lucia malditamente feliz sonriendo de oreja a oreja.


¿Qué hombre no lo estaría?


Ella cerró los ojos y sus ojos azul cerúleo aparecieron, calientes y consumidores. ¿Había él mirado a esas mujeres de esa manera? Por supuesto que lo había hecho. Si ella pensaba de manera diferente, entonces realmente era una idiota. ¿Y por qué le importaba de todas formas? Ella apenas lo conocía, y no era como si no supiera de su reputación.


Pero demonios… ese feo sentimiento dentro de ella era más que solo celos. Posiblemente incluso un poco de decepción, porque a pesar de que sabía que lo que sea que había ocurrido entre ellos era cosa de una sola vez, hubieron momentos en los que su imaginación tomó lo mejor de ella.


Cuando ella fantaseaba con que él aparecería en su puerta
inesperadamente, habiéndola buscado porque no podía seguir adelante sin ella.


Idiota.


Gracias a Dios que no tuvo sexo con él ni terminó siendo otra marca en un cinturón del tamaño de Texas.


Paula se puso de pie y corrió hacia la cocina. Con un suspiro de disgusto tiró el periódico en la basura.


Dios, ella odiaba los domingos.

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