viernes, 19 de septiembre de 2014
CAPITULO 5
Paula no recordaba la mayor parte de la caminata. Lo único que sabía era que él la condujo alrededor de la barra y por un pasillo estrecho que no había notado antes. Se sorprendió de que no la llevara hasta una de las alcobas oscuras que había visto en la parte delantera del bar, por lo que estaba agradecida. Sólo Dios sabía el tipo de acción que esos lugares veían en las noches. Terminaron en el estacionamiento. Esperaba que condujera algo así como un Porsche o un Benz, pero tenía un Jeep Liberty nuevo.
Mostrando modales básicos, mantuvo la puerta abierta para ella.
Algo que no podía recordar a ningún hombre haciendo recientemente.
Justo cuando ella estuvo a punto de entrar, gruñó bajo en su garganta y la giró, la atrajo hacia su pecho, y la devoró con la boca y los labios y ¡oh dulce niño Jesús! su deliciosa lengua. Sin embargo, tan pronto como comenzó se apartó y guio a entrar en el auto. Si hubiera tenido dudas, ese beso habría cambiado totalmente su opinión.
Una vez dentro, envió un mensaje Silvina y le dijo que se iba, ocultando el hecho de que no estaba sola. Silvina respondió como esperaba.
Su amiga ya estaba a punto de irse con el chico con el que había estado hablando.
Charlaron en el camino a su casa, pero la conversación fue tensa por la anticipación. Su corazón estaba volviéndose loco, y él mantuvo una mano sobre su rodilla, su pulgar continuamente haciendo suaves círculos a lo largo de la parte carnosa.
Algunas veces, la lógica se deslizaba en sus pensamientos.
En realidad, no era el tipo de chica para tenía aventuras de una sola noche. Al menos, sabía que él no era un asesino en serie, pero ese era Pedro Alfonso... y ella era Paula Chaves, una curvilínea con varios kilos de más que una supermodelo y apenas capaz de mantener la cabeza a flote en el departamento de finanzas, y él era el mujeriego más hablado por la ciudad, con el dinero desbordándose de sus bolsillos.
Ella estaba fuera de su liga.
Y querido Dios, ¿qué tipo de ropa interior llevaba puesta esta noche?
¿Las de satén negro o las bragas de abuela? Ya que no había considerado seriamente irse a casa con alguien, si se trataba de las bragas de la abuelita, moriría.
Pero luego su pulgar hizo otro círculo y sus hormonas vencieron su lógica. Dejando a un lado todas las cosas por las que ellos no encajaban juntos, se concentró en la forma en que su cuerpo se derretía bajo su ligero toque.
No más de veinte minutos más tarde, Pedro se detuvo en otro estacionamiento. El corazón de Paula dio un vuelco.
Apagando el motor, Pedro la miró y le dio una pequeña sonrisa secreta.
—¿Lista?
Confundida entre estar más lista de lo que nunca había estado y con ganas de huir, asintió con la cabeza.
—Quédate allí —Ordenó, y luego salió del jeep con una agilidad que le causo envidia. Lo vio trotar alrededor de la parte delantera del coche y luego llegar a su lado, abriendo la puerta. Extendiendo un brazo, movió los dedos juguetonamente.
Tomando su mano, ella dejó que la sacara del Jeep. Pedro le pasó un brazo alrededor de su cintura mientras la volvía hacia la puerta. Con su tamaño y altura, en realidad se sentía pequeña y menuda, por primera vez en su vida, mientras se escondía a su lado.
Entraron en un pasillo amplio y con pisos de madera. Las puertas con números plateados. Olía como manzanas y especias en el pasillo, todo lo contrario del olor misterioso que se aferraba a los pisos de cemento y paredes en lo que Paula solía pensar era un edificio de apartamento decente en el que vivía.
Cuando se detuvieron afuera del 3307, Pedro sacó sus llaves y abrió la puerta.
Al entrar en la oscuridad, se encendió una luz del vestíbulo y rápidamente se desactivo la alarma.
Paula se quedó atrás, apretando los dedos.
Entre más lejos se movía Pedro, más luces se encendían.
Opulencia ni siquiera era una palabra que usaría para describir su apartamento.
Para empezar, la cosa era más grande que la mayoría de las casas de la ciudad. Más de tres mil pies cuadrados, y el apartamento tipo loft era propiedad de primera.
El vestíbulo conducía a una espaciosa cocina, que era de granito pulido y acero inoxidable, hornos dobles y armarios numerosos. ¿Sabía él cocinar? Paula le lanzó rápido una mirada a Pedro mientras él dejaba caer las llaves en la isla de la cocina debajo de un estante para cacerolas y se lo imaginó en un delantal... y nada más.
Él pilló su mirada y sus labios se extendieron en una sonrisa.
—¿Te gustaría un tour?
—Creo que si veo algo más me pondré celosa —admitió.
Él se rió entre dientes.
—Pero quiero que veas más.
Había más en sus palabras, un mensaje no dicho que tenía los músculos de su vientre endureciéndose. Dio un paso adelante y le siguió fuera de la cocina al comedor formal.
La mesa larga y estrecha rodeada de sillas de respaldo alto era minimalista y preciosa. Situado en el centro de la mesa había un jarrón negro lleno de flores blancas.
—Ni siquiera como aquí —Pedro hizo una pausa—. Bueno, eso es una mentira. Lo hice una vez cuando convencí a mis hermanos a unírseme para la cena de Navidad.
Ella casi mencionó los nombres de sus hermanos, pero se detuvo. La imagen de él desnudo en la plataforma ayudaba.
—¿Has cocinado para ellos?
Él arqueó una ceja.
—Suena como si te sorprendería si dijera que sí.
—No pareces el tipo que cocina.
Pedro se dirigió a un arco que conducía fuera de la zona de comedor.
—¿Y qué clase de hombre parezco, Paula?
El tipo de hombre que sería difícil si no imposible de olvidar después de pasar una noche con él, pero no dijo eso.
Paula se encogió de hombros, ignorando la mirada de complicidad que se estableció a través de sus llamativos rasgos.
La televisión en la sala de estar era extremadamente grande, ocupando casi toda una pared. Un sofá de cuero seccionado y reclinables formaban un círculo alrededor de una mesa de café de cristal cubierta de revistas deportivas.
Pedro empujó una puerta debajo de una escalera de caracol de madera conduciéndola arriba.
—Aquí está mi biblioteca, donde no hago mucha lectura, pero sobre todo juego Angry Birds en el ordenador.
Paula rió, sosteniendo su bolso con fuerza mientras miraba a su alrededor. Había estanterías llenas de libros, por lo que dudaba de la parte de no-lectura a menos que estuviesen allí por pura apariencia. También había varias pelotas firmadas y manoplas en vitrinas enganchadas a las paredes, mezcladas entre revestidas fotos autografiadas. Era como un Salón de la Fama por aquí.
La puerta se cerró fácilmente, Pedro asintió con la cabeza hacia dos puertas más allá de la escalera.
—Esa lleva a un dormitorio de invitados y un baño. ¿Subes?
Su estómago cayó como si tuviera dieciséis años otra vez mientras asentía con la cabeza, e iba arriba. Había otra habitación utilizada para los huéspedes, una sala de pronto apodada la "sala blanca" debido a que las paredes, el techo, cama, alfombra y todo era blanco. Estaba un poco asustada de entrar en esa habitación.
Pero luego él pasó junto a ella, deslizando una mano por su espalda mientras se dirigía por el pasillo, dejando un rastro de escalofríos calientes a su paso. Podía ver hacia abajo en la sala de estar, pero debido a un miedo horrible a las alturas, retrocedió alrededor de la barandilla.
Tocadores que coincidían con la cabecera estaban contra la pared opuesta, idénticas a las mesas de noche que se encontraban en cada lado de la cama. Un televisor colgado de la pared frente a la cama y una puerta abierta a un closet que casi provocó que Paula cayera hasta las rodillas.
—Tu armario —dijo, haciendo su camino hacia él—. Creo que es del tamaño de mi habitación.
—Al principio, todo esto era una habitación grande, pero el
diseñador de interiores construyó este armario y el baño.
¿La habitación era más grande? Jesús. Su mirada recorrió los brazos de trajes oscuros y camisas de polo y luego todos los colores coordinados. En los estantes superiores, pilas de pantalones vaqueros —de diseñador, sin duda— descansado. Su armario en casa era un dormitorio adicional y un montón de bastidores de ropa barata. Podía vivir en el de Pedro.
A sabiendas de que cuanto más tiempo se quedara en el armario, más envidiosa se pondría, se volvió mientras Pedro se colocaba detrás de ella, deslizando un brazo alrededor de su cintura.
—Me alegro de que dijeras sí —dijo él, su aliento caliente bailando a lo largo de su mejilla—. En realidad, estoy encantado de que dijeras que sí.
Paula se tensó mientras una forma de calor se envolvía por su espalda. Giró la mejilla hacia él, mordiéndose el labio inferior mientras su mejilla rozaba la de ella. La pregunta escapó de su boca antes de que pudiera detenerla.
—¿Por qué yo?
—¿Por qué? —Pedro se echó hacia atrás un poco y la giró para que ella se enfrentara a él. Frunció el ceño—. No estoy seguro de entender la pregunta.
Sus mejillas se sonrojaron mientras trataba de apartar la mirada, pero él cogió el borde de su barbilla con una comprensión gentil. Maldita sea su boca. Se aclaró la garganta.
—¿Por qué querías que fuera a tu casa?
Pedro inclinó la cabeza hacia un lado.
—Creo que es bastante obvio. —Deslizó la otra mano a la curva de su cadera, y tiró de ella hacia adelante. Podía sentirlo contra su vientre, caliente y duro—. Puedo entrar en más detalles, si quieres.
—Yo... lo sé, pero podrías tener a cualquier chica del club. Algunas de ellas…
—Sé que puedo tener a cualquier mujer allí.
Bueno, definitivamente no tenía problemas de autoestima.
—Lo que estoy tratando de decir es que de todos los presentes, podrías haberte llevado a casa a una de las chicas que se viera como si hubiese caminado fuera de una pasarela.
Pedro frunció el ceño.
—Me llevé a casa la que quería.
—Pero…
—No hay un "pero" en esto —Él ahuecó su mejilla, inclinando la cabeza hacia atrás. Cuando habló, sus labios se rozaron—. Te deseo. Desesperadamente. Ahora mismo. Contra la pared. En mi cama. En el suelo y tal vez en la ducha después. Tengo una cabina de ducha y un jacuzzi a los que podríamos darle un uso muy bueno. Sé que te gustaría.
Querido Dios...
Su sonrisa era puro sexo.
—No importa dónde. Quiero follarte en todos esos lugares —Sus labios se posaron en los de ella ligeros como una pluma, y su voz bajó a un susurro pecaminoso—. Y lo haré.
Los ojos de Paula se abrieron como platos —sorprendida por lo mucho que disfrutaba de su lenguaje vulgar, pero antes de que pudiera responder, su boca reclamo la de ella en un beso profundo y lacerante que provocó un incendio en su interior. Él la empujó hacia atrás, encajando su duro cuerpo contra el suyo. Su mano izquierda en su mejilla, bajando por su hombro a la curva de su cintura. Y siguió besándola —besándola de una forma en que ningún hombre jamás la había besado antes, como si la estuviese bebiendo, tomando largos sorbos, y su cuerpo se derritió contra él. Las caderas de Paula se arquearon hacia él, y se vio recompensada con un gruñido profundo y gutural.
Levantando la cabeza lo suficiente para que sus labios dejaran los de ella, él dijo:
—¿Todavía estás confundida sobre por qué te traje a casa?
—No —susurró ella, aturdida.
—Porque puedo seguir mostrándote… en realidad, quiero
mostrártelo —Sus dientes mordieron su labio inferior, y su pecho subía contra el suyo—. Debo admitir que tengo mis dudas, también.
¿Dudas? Maldita sea.
—¿En serio?
Pedro asintió mientras sus dos manos caían sobre sus caderas.
—Normalmente, simplemente voy al grano. Soy directo, como nos gusta.
Paula no tenía ni idea de lo que hablaba o cómo sabía él la forma en que "les gusta." Lo único que sabía era que sus manos se abrían paso por sus muslos, cada vez más cerca al borde de su vestido. Su cabeza cayó hacia atrás contra la pared, mientras las yemas de los dedos por fin tocaban su piel desnuda.
—Dios, eres sexy.
Cerrando los ojos, su espalda se arqueó, y besó la extensión de su cuello desnudo, mientras sus manos se deslizaban por su cuerpo, deteniéndose justo debajo de sus pechos. Sus labios se encontraron de nuevo, deslizando su lengua dentro.
—Quiero estar dentro de ti. Toda la noche. Pero necesito sentirte, y luego probarte primero.
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