lunes, 22 de septiembre de 2014

CAPITULO 12



Cuando ella había huido del lujoso apartamento de Pedro, sin bragas, pensó que esa sería la última vez que iba a verlo en persona. Ellos realmente no se movían en los mismos círculos, y ella había renunciado a bares sexis en su futuro.


Se sintió enferma.


—Genial —dijo Mariana, echándose hacia atrás en el asiento—. Vamos a ver cuánto tiempo pasa antes de que le pidan tomarse una foto, o un autógrafo.


Una sonrisa cruzó por el rostro de Pablo lleno de orgullo. —Oye, él es una estrella. Reconócelo.


Paula dejó de escucharlos mientras echaba un vistazo a través del restaurante y miraba hacia la puerta. Ella no podía estar allí. De ninguna manera ella almorzaría con Pedro. El pánico floreció en su vientre y se arrastró por su garganta. Dios mío, ella aún no le había contado a Silvina sobre lo que había pasado, y mucho menos a Mariana.


Había una buena posibilidad de que vomitara.


¿Y si él la reconocía?


¿Y si él no la reconocía?


Ella no sabía que podía ser peor.


—Paula, ¿estás bien? —La preocupación radiaba en la voz de Mariana.


Asintiendo con la cabeza distraídamente, ella agarro su bolso. —Sí, pero me acabo de acordar que tengo esta llamada telefónica en la oficina.


Yo… sería mejor que vuelva.


Mariana frunció el ceño. —¿Qué llamada telefónica?


Uh, si, ¿qué llamada telefónica? —Necesito confirmar con la
compañía del servicio de comida acerca de los postres para la gala.


Los ojos de Mariana se estrecharon. —Pensé que nosotros
estábamos esperando volver a escuchar de ellos.


Paula empezó a ponerse de pie. —Oh, sí, pero quiero llamarlos a ellos… —Ella misma se interrumpió. Su jefa estaba dándole una mirada que decía: Siéntate y deja de actuar raro, y de verdad, salir corriendo del almuerzo podría verse raro.


—No importa —dijo Paula, fijando una sonrisa en su rostro—. Eso puede esperar.


Mariana la miró por un largo momento y luego volvió a charlar con Pablo.


La vida podía ser tan increíblemente cruel.


Durante el último mes, ella había luchado con lo que había hecho y no había hecho con Pedro. Una parte de ella estaba contenta de haber salido antes que el hombre entrara en razón y se arrepintiera de haberla traído a casa, pero la otra parte, la que operaba únicamente en los recuerdos, revivía la manera en que él la había besado y tocado, una y otra vez. Durante un mes seguido, lo repitió, incapaz de librarse de los sentimientos que se habían despertado en ella, deseando tener más recuerdos que perduraran más.


Dios, ni siquiera podía pensar en eso ahora.


Cuando las bebidas llegaron, tragó un sorbo, deseando que hubiera un poco de vodka en su soda de dieta. Ella tenía que tratar de salir de nuevo. Tenía que hacerlo. —Mariana, olvide…


Un bajo estruendo de la parte delantera del restaurante cortó a Paula, y cualquier esperanza que ella podría haber tenido de hacer una salida limpia. No tenía que mirar para saber que él estaba allí. Toda la conmoción era por él. Los jugadores de béisbol eran como dioses en sus lugares de origen.


Dejó caer sus manos en su regazo y continuó mirando el menú, pero cuando Pablo saludó a su hermano, ella ya no tenía control sobre sí misma. No mirarlo era como ir en contra de la naturaleza.


Jeans desgatados colgaban bajo de una cintura estrecha y la camisa de manga larga que él llevaba se tensaba sobre un estómago que ella sabía que podía hacer encender a una nación. Como los otros dos hermanos Alfonso, él tenía hombros en los cuales una chica podía sostenerse.


Hombros que podían soportar el peso de cualquier cosa que se lance en su camino. Él tenía un cuerpo que estaba destinado para el sexo.


En verdad, no debería haber estado pensando en sexo en esos momentos.


Su atención estaba en lo que Pablo estaba diciendo, y estaba segura de que ni siquiera se había fijado en ella todavía. ¿Por qué lo haría cuando la mesera de repente apareció enloquecida de la nada, colocando una mano en una inexistente cadera mientras ella los miraba fijamente como si él fuera el aperitivo en el menú? Paula no podía culparla. Su sonrisa fácil hacia que su estómago revoloteara mientras él tomaba el menú de la mesera, sus largos dedos rozaron los de ella mientras lo hacía.


—Hay agua para usted —dijo la mesera, sus mejillas se sonrojaron y los ojos le brillaron—. ¿Quiere algo más?


Pedro sacudió su cabeza. —No, eso es perfecto. Gracias.


Paula se mordió el labio inferior con el sonido de su voz profunda y suave, y se dijo a sí misma que debía mirar hacia otro lado, pero ahora no podía. Lo observó fijamente con locura, parte de ella deseaba que él mirara hacia otro lado, y otra parte esperaba que él desapareciera.


—¿Está seguro? —preguntó la mesera, batiendo sus pestañas como si estuviera teniendo un ataque—. Estaré más que contenta de conseguir algo un poco más sabroso.


Mariana se atraganto con su bebida.


—El agua está bien, pero gracias —dijo Pedro, amable como siempre.
Y luego el añadió—. Pero voy a mantener tu oferta en mente.


Paula suspiró, totalmente anticipando un intercambio de números en el futuro.


Finalmente, la mesera desapareció con una promesa de volver con sus órdenes, y un columpio extra en sus caderas.


—No te puedo llevar a ningún lado —dijo Pablo, sonriendo.


Pedro se rió entre dientes. —Lo que sea.


Y luego él se extendió hacia Mariana, no dudó acerca de rizar su cabello, pero ella se echó hacia atrás, entrecerrando los ojos. —Haz eso y no conseguirás hacer realidad los sueños de la mesera en un corto plazo.


Su amenaza no fue un impedimento, sin embargo, se las arregló para desordenarle el cabello antes que Pablo interviniera, amenazándolo con hacerle daño físico


Pablo estaba hundiéndose lentamente en el cojín, manteniendo sus manos todavía fuertemente cerradas. Tal vez él podía no notarla. Parecía probable, ya que no había mirado en su dirección ni una vez, pero entonces Pablo tenía que abrir su boca.


—Oh, no has conocido a Paula, ¿verdad? —Pablo asintió en su dirección, y ella sintió que sus ojos se ampliaban del tamaño de un plato— Ella trabaja con Mariana.


Oh Dios, oh Dios, oh Dios…


Como si el tiempo se volviera lento y estuviera atrapada en una de esas películas cursis, Pedro se giró lentamente hacia ella. Una amplia, acogedora sonrisa dividió sus labios, y su mirada parpadeó sobre ella. Él ya estaba inclinándose y extendiendo su mano hacia ella.


Sus ojos se encontraron.


La sonrisa en su rostro se desvaneció mientras se detenía, sus ojos se abriendo ligeramente en reconocimiento.


Oh, mierda.


Pedro la miro fijamente mientras el calor se infundía en sus mejillas, y luego habló una palabra, la exhaló en realidad—: .

3 comentarios:

  1. Buenisimo!!! No lo ppdes dejar ahi!!!

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  2. Guauuuu jajajajaja genial.. se encontraron ;)

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  3. Ay! No la podés dejar ahí! la reconoció! Y ahora cómo van a explicar q se conocen y q van a hacer?

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