miércoles, 24 de septiembre de 2014

CAPITULO 16



La señorita Gore no era una campista feliz. —Deberías estar en casa.


Pedro rodó sus ojos mientras apretaba el botón del altavoz en su celular. —Estoy en casa de mi hermano. ¿No es el tiempo en familia algo bueno?


Hubo un sonoro bufido. —Conociéndote, habrá alcohol y strippers involucradas.


Poker y cerveza. No había muchas cosas en la vida mejor que la combinación de esas dos. Pero definitivamente ninguna chica desnuda.


Tirando las llaves del encendido, consideró arrojar su teléfono en los arbustos cercanos. —Estamos jugando al póker.


—Al igual que se suponía que ibas a cenar con tu compañero de equipo, cuando en realidad iban a salir y emborracharse —replicó la señorita Gore.


Pedro sonrió con satisfacción. —Mira, si me emborracho y no estoy manejando, sólo voy a dormir en casa de mi hermano Patricio. No es un gran problema. Relájate.


—No me gusta esto.


—Y realmente no me importa. Buenas noches, señorita Gore. — Cortó sus protestas golpeando el botón de final y luego apagó su teléfono.


Maldita sea, si no fuera por esa disposición en su contrato...


Sacudiendo la cabeza, salió de su Jeep y se dirigió hacia las
escaleras. Bien manicuradas plantas y toda esa mierda bordeaban la acera, atrayendo un resoplido de parte de Pedro. Patricio, el mayor de la camada Alfonso, tenía la personalidad de un buey a veces, pero hombre, su hermano tenía un infierno de pulgar verde.


¿Era eso un arbusto de rosas de floración tardía en el porche? Idiota maricón.


Una hora después, Pedro fue pateado de nuevo en la mesa de juego, viendo a Patricio repartir las cartas. Al otro lado de Pablo, su socio en el crimen y el hermano mayor de Mariana, Ariel, cuidaba una cerveza caliente.


—Desde que te casaste has empezado a beber como un abuelo — acusó Pedro a Ariel, arañando la etiqueta de su botella.


Ariel bufó. —Con Lisa en medio de la noche con antojos, tengo que mantenerme sobrio. No tengo ni idea de cuándo va a empezar con antojos de garbanzos fritos.


Pedro se estremeció. —Bebés...


Frunciendo el ceño a sus cartas, Patricio levantó la mirada. Tenía el pelo largo recogido en una coleta corta. —¿Garbanzos fritos?


Ariel asintió. —Ella los sumerge en una mezcla de salsa de tomate y mostaza.


—Eso es repugnante —murmuró Pablo, reorganizando sus cartas.


Echando a su hermano menor una mirada astuta, Pedro sonrió. — Antes de que te des cuenta, estarás rebotando a los pequeños bebés de Mariana en tus rodillas.


Ariel se quejó. —Sí, ¿podemos no hablar de eso? ¿En serio?


—Voto que no hablamos sobre bebés, o rebotar en las rodillas de nadie —arrojó Patricio mientras lanzaba algunas cartas hacia fuera—. Es como jugar a las cartas con un grupo de señoras mayores últimamente.


Pedro resopló mientras miraba hacia abajo a sus cartas. Su mano apestaba.


—Uno de estos días, ustedes dos estarán en la misma posición que Pablo y yo. —Ariel tomó de un golpe su cerveza.


—¿Qué? ¿Azotados? —preguntó Pedro inocentemente.


Patricio rió.


Mirando hacia arriba, las cejas de Pablo se levantaron. —Hablando de azotados...


—¿Tú? —ofreció Pedro.


Su hermano rodó sus ojos. —¿Qué demonios pasaba contigo y Paula hoy?


—¿Paula? —Ariel frunció el ceño—. Trabaja con Mariana, ¿no?


Cuando Pablo asintió con la cabeza y Pedro no dijo nada, Patricio se volvió hacia él. —Por favor, dime que no te estás jodiendo a la amiga de Marianita. Tiene que haber al menos una mujer en toda la ciudad con la que no has dormido o tratado de hacerlo.


—No me he acostado con ella. —No por falta de tentativa o deseo—. Y para que conste, hay un montón de mujeres con las que no me he acostado. —Varios conjuntos de ojos se volvieron hacia él con incredulidad. Caray—. ¿Sabes de esas tres mujeres con las que fui fotografiado?


Las cejas de Patricio se elevaron en intereses. —Sí, creo que toda la ciudad lo sabe.


—No me acosté con ellas, tampoco.


—Lo que sea —dijo Pablo, lanzando una carta a un lado.


Pedro se rió. —Estoy hablando en serio. Algo así deseaba haber tenido ahora, ya que todo el mundo piensa que sí, pero mierda, ya no tengo diecisiete años.


—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Pablo, sin inmutarse.


Normalmente Pedro no tenía problemas para hablar acerca de sus actividades extracurriculares y al parecer había un montón de ellas, pero por alguna razón, no quería hablar de Paula con sus hermanos o Ariel, y no porque él no había tenido sexo con ella. Quería mantenerlo entre ellos dos, lo que fuera que había entre ellos. No era como las otras mujeres— nada como ellas. Era un poco raro considerando cómo la había conocido, pero era diferente. Por lo que sabía, Paula no era pretenciosa o endurecida y probablemente no le importaba una mierda sobre el hecho de que jugaba béisbol profesional.


Pedro no podía pensar en la última vez que estuvo con una mujer que no se preocupara por eso. Y sus hermanos y Ariel lo miraban.


Dio una palmada en sus cartas sobre la mesa. —Nada está pasando.


—Sí, eso no es cierto. —Pablo lo miró con complicidad—. Estabas poniéndote todo personal con ella hoy.


—¿Cuándo Pedro no se mete en el espacio personal de alguna mujer? —preguntó Ariel.


—Ja. Ja.


Patricio sonrió con satisfacción.


Hubo unas pocas gruñidas maldiciones mientras la mano terminó y las cartas se repartieron de nuevo. Pablo recogió justo donde lo había dejado. —Paula es una buena chica, sabes.


Movió sus cartas a su alrededor. Full, bebé. —Lo sé.


—¿En serio? ¿Así que la conoces tan bien? —contestó Pablo.


Pedro dejó escapar un suspiro bajo. —No dije eso.


—Ajá. —Pablo hizo una pausa, mirando a Patricio después de volverse hacia él—. ¿Te has acostado con ella?


Reduciendo sus cartas, cubrió a su hermano menor con una mirada.


—No es que sea asunto tuyo, pero no, no me acosté con ella. Ya te lo dije.


—Tenemos una difícil…


—El tiempo me cree —cortó a Patricio mientras la irritación pinchó la parte posterior de su cuello—. Lo entiendo. Y en serio, no quiero hablar de Paula. Cambia el tema.


Tres juegos de miradas curiosas desembarcaron sobre él. 


Era Patricio el que parecía menos sorprendido. Colocó dos cartas hacia abajo y se echó hacia atrás, sonriendo para sus adentros. Los ojos de Pablo se estrecharon.


—Está bien. —Paula hizo una pausa para el golpe—. ¿Pero te puedo dar un consejo?


—No.


Pablo sonrió y continuó. —Si haces a Paula infeliz, vas a hacer a Mariana infeliz. Y eso me va a hacer muy infeliz.

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