sábado, 20 de septiembre de 2014
CAPITULO 8
Había una buena probabilidad de que Pedro se corriera antes de que se quitara los pantalones, lo cual sería embarazoso, por decir algo.
Maldición, necesitaba un minuto —un montón de minutos.
Cerrando la puerta del baño tras de sí, se volvió hacia el agua fría.
La lujuria bailaba en su interior, tirando de él apretadamente. No podía recordar la última vez que había deseado a una mujer tan intensamente como quería hundirse en Paula. Demonios, ella era la clase de mujer en la que podía perderse toda la noche —todo el fin de semana.
¿Protestaría si le pedía que se quedara para sexo después del desayuno?
Sus labios se curvaron mirando su reflejo. Su cabello estaba
despeinado por las manos de ella y aún podía sentir los espasmos de su piel contra su boca. Su esencia estaba en todas partes y su verga dio un tirón.
Mierda.
Echándose agua fría en el rostro, alcanzó una toalla y se secó. No podía esperar a quitarle ese vestido, asentarse entre esas exuberantes piernas y escucharla gritar su nombre de nuevo.
Pedro gruñó.
Si seguía pensando de ese modo, no iba a durar mucho antes de salir del baño.
Después de cerrar el grifo, se dio la vuelta y empujó sus manos a través de su cabello. Lo que estaba haciendo esta noche, trayendo a Paula a casa, era exactamente contra lo que el Club le había advertido,pero no era como que las brujas se escondieran en el bar. Aun si se escondieran en la habitación en ese momento, no lo detendría de tomar a Paula.
Infiernos, un apocalipsis no lo detendría.
Pero su anhelo, la necesidad de estar en la cama con ella, lo hizo sentir extrañamente inseguro de lo que estaba haciendo. De lo que sabía de ella, que era más de lo que sabía de la mayoría de las mujeres con que había dormido, estaba intrigado. De hecho jodidamente intrigado.
Intrigado nunca había estado antes en su vocabulario, no cuando se refería a mujeres que acababa de conocer.
Seguro, les había tomado cariño a algunas. Incluso algunas amistades habían florecido de eso, pero nunca le había interesado en lo que las movía. ¿Cómo podía estar tan intrigado después de hablar con ella un par de horas compartiendo tragos?
Maldita sea, lo estaba pensando demasiado y todavía estaba duro como una roca.
Y realmente necesitaba salir del baño.
Rodando los ojos, abrió la puerta del baño, salió con paso decidido y… se detuvo por completo en su habitación vacía.
Miró a la cama, deseando verla acurrucada ahí, esperando por él. Justo como su habitación, su cama tenía ausente a una mujer—sexy—como—demonios.
—¿Paula?
No hubo respuesta.
Confundido, se dio la vuelta. El cuarto era grande, pero no tan grande como para perder a una mujer en él. Si fuera sí, sería la primera vez.
Su vista cayó en el closet. Recordando su fascinación con él, se acercó despacio y empujó la puerta abriéndola de par en par. Gracias a Dios no estaba ahí, porque eso lo hubiera molestado un poco.
Retrocediendo, se fijó de nuevo en la cama. Su bolso no estaba.
Una creciente y acuciante incredulidad hirvió en sus venas mientras merodeaba fuera de su habitación y hacia el corredor. Se detuvo en la barandilla, poniendo sus manos sobre ella mientras se inclinaba hacia adelante y observaba el salón vacío debajo.
—Tienes que estar bromeando —dijo, empujado el pasamano.
Bajando de dos en dos las escaleras, se apuró y llegó a la cocina. La llamó una vez más pero no obtuvo respuesta.
Pedro se detuvo ante la vacía estantería de vino con las manos en las caderas. No podía creerlo, estaba completamente desconcertado. Paula lo había dejado —lo había dejado mientras él estaba en el baño.
Una parte de sí le demandó encontrarla. No podía haberse ido muy lejos, y no tenía medios para irse a casa. Antes de darse cuenta de lo que hacía, estaba en la puerta delantera.
No estaba cerrada, probablemente cerrada con precipitación.
Como si Paula hubiese huido de él.
¿Se había pasado a un universo alternativo donde las mujeres los dejaban sin decir una palabra? Tal vez se había caído en el baño y golpeado la cabeza.
Pero mientras más tiempo pasaba ahí, la ira remplazaba la
incredulidad. Se giró y se obligó a sí mismo a alejarse de la puerta y regresar al piso superior. Después de dirigirse a su cama, cogió su teléfono. Solo cuando su pulgar barrió la pantalla se dio cuenta de que no tenía el número de Paula.
Ni siquiera sabía dónde trabajaba o vivía.
Lanzó el aparato a la cama, se sentó y cayó sobre su espalda.
—Mierda.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Geniales los 2 caps!!! Buenísimo que Paula se fue. Calentitos los panchos lo dejó jajajajaja. Me encantaron.
ResponderEliminarBuenisimo,segui subiendo!!!
ResponderEliminar