miércoles, 1 de octubre de 2014
CAPITULO 33
Parecía que la Navidad se había emborrachado y vomitado sobre la casa Gonzales.
Había un enorme y extraño Santa de plástico en el patio delantero.
Un reno de alambre brillando en la noche, parpadeando de blanco y rojo.
Había otro Santa en el techo, sentando sobre la chimenea.
También un gran trineo sobre la hierba congelada. Luces navideñas de todos colores colgaban en el techo y en la barandilla del pórtico. Un muñeco de nieve lo saludaba. Escalofriante. En el pórtico estaba Frank E. Post, quien comenzó a cantar una canción navideña en cuanto Pedro estuvo a unos metros de él.
—Guau —dijo, rodeando esa cosa.
Antes de que tocara la puerta, relajó sus hombros, tratando de quitarse la actitud molesta que traía consigo desde ayer, cortesía de Paula. Que tonto había sido al ser considerado y ordenar su comida favorita, asumiendo que ella pasaría la Noche buena con él.
Debió haberlo sabido mejor. Ellos fingían todo el asunto de las citas.
No se detuvo a pensar cuando ella le envió el mensaje de texto. No se imaginó que le pediría que no fuera a la Gala con ella.
Como sea. No iba a dejar que ese problema con Paula arruinara la única noche del año que la pasaba rodeado de su familia.
Su hermano abrió la puerta, vestido con un suéter que hizo que Pedro se riera tan fuerte que temió que él no fuera a darle los regalos que le compró. Tenía un gran San Nicolás con un cartel que decía: Incluso Santa se prepara para el fin del mundo. ¿Y tú? ¡Feliz Navidad!
—Si dices una sola palabra —dijo Pablo, manteniendo la puerta abierta—, te patearé el trasero.
El padre de Mariana salió y ondeó su mano a manera de saludo.
Usaba el mismo suéter. —Hola, súper estrella.
Pedro luchó para que la sonrisa no se desvaneciera de su cara. —No diré ni una palabra.
—Eso espero —Pablo tomó una de las bolsas que traía consigo y luego le frunció el ceño—. ¿Dónde está Paula?
Siguió a su hermano menor dentro. El aire olía a sazonador de camarón y cerveza, una tradición navideña de la familia Gonzales. —No pudo venir.
—Umm —dijo Pablo, poniendo las bolsas en el suelo junto al árbol.
Pedro se dio la vuelta, con la esperanza de poder escaparse antes de que su hermano pudiera comenzar a hacer más preguntas. De pronto, lo envolvió un cálido abrazo.
—Me alegra que hayas podido venir —dijo la Sra. Gonzales,
abrazándolo tan fuerte que apenas podía respirar, pero joder, le encantaban esos abrazos. Ella se echó hacia atrás, la piel alrededor de sus ojos arrugándose mientras sonreía—. ¿Cómo es posible que seas más hermoso cada vez que te veo?
—Asco, mamá —dijo la voz de Mariana en la cocina.
—Ni yo mismo lo sé, Sra. Gonzales. —Guiñó Pedro.
El Sr. Gonzales pasó su brazo sobre el hombro de su esposa. Él era tan grande como un oso. Su Santa-preparado-para-el-Apocalipsis era al menos tres veces más grande que el de Pablo—Lo siento, Pedro, trataré de que mantenga sus garras lejos de ti.
—Oh, él sabe que mis ojos y garras son sólo para ti. —Para probar sus palabras, ella le agarró el trasero al Sr. Gonzales.
Ariel sacó la cabeza y curvó sus labios con horror. —No es algo que quisiera volver a ver. Nunca.
El Sr. Gonzales resopló. —Sí, bueno, tú obviamente le has agarrado más partes a tu esposa…
—Papá —gruñó Ariel—. ¿En serio?
Desde el árbol de Navidad, Lisa, la esposa de Ariel, sonrió y frotó su vientre hinchado. —Es cierto.
—Mi familia está loca. —Ariel desapareció en el pasillo.
Era cierto, pero Pedro los amaba, le encantaba la atmósfera cálida en la familia. Era una de las razones por las que él y sus hermanos se sentían parte de los Gonzales. Eran todo lo contrario a su propia familia.
Hablando de familia, Patricio llegó y le ofreció una cerveza fría.
Notó que ya no usaba el suéter navideño. —¿Dónde está tu mujer?
Pedro suspiró, sin querer pensar en Paula—No pudo venir.
Su hermano asintió secamente. Con el cabello recogido en una pequeña coleta en la nuca, Patricio parecía uno de esos tipos que la gente contrata para protegerlos. —¿Qué hay de la otra?
—¿Otra?
—Sí… la de anteojos —aclaró.
Las cejas de Pedro se alzaron. —¿La señorita Gore, mi publicista?¿Quién sabe? Sólo espero que esté muy lejos de mí. Espera. Tú no estarás…
Antes de que pudiera terminar esa horrible oración, Mariana apareció con una bandeja de galletas, sus ojos entrecerrados. —¿Pero qué diablos? ¿Dónde está Paula?
—No pudo venir —dijo Pablo sobre su hombro, lanzándole a Pedro una mirada mientras tomaba la bandeja de Mariana—. O eso es lo que dice Pedro.
Mariana parecía a punto de lanzar algo. —Cada año la invito, y este era el primer año que pensé que no podría escaparse.
—Lo siento. —Pedro se encogió de hombros—. Creo que tiene miedo de que la encierren en un refugio antibombas o algo así.
Ella rodó los ojos. —Esa no es la razón por la que no viene.
Sus palabras despertaron definitivamente su curiosidad. —¿Quieres decir que no tiene miedo de que la obliguen a comer comida enlatada de supervivencia?
—Ja. Ja. No.
—Entonces, ¿Por qué no quiso venir? —preguntó.
Mariana miró por encima de su hombro. En ese momento, el Sr. Gonzales tenía a Pablo y Patricio acorralados, mostrándoles una revista de supervivencia. Mariana se estremeció y lo agarró del brazo, guiándolo hacia la cocina vacía. En la estufa, una enorme olla de camarones al vapor.
—A Paula no le gusta la Navidad.
Pedro se cruzó de brazos. —Ya lo había deducido.
—¿Sabes por qué? No, probablemente no, a ella no le gusta hablar de eso.
—¿Vas a decirme? —Se apoyó contra el mostrador.
Ella suspiró. —Sólo te lo cuento porque amo a esa chica hasta la muerte, y tuvo un día de mierda ayer.
—Espera. ¿Qué quieres decir?
Mariana parecía estupefacta. —¿No te lo dijo? No, claro que no. — Sacudió la cabeza mientras la paciencia de Pedro se acababa—. Sabes que hemos estado trabajando en la Gala y que esa ha sido nuestra vida durante casi todo el año pasado.
Pedro sabía que el trabajo de Paula estaba en la cuerda floja.
—Todavía seguimos cortos de dinero, lo cual tiene al director preocupado por la Gala. Él la llamó a una reunión ayer —dijo—. Le prohibió asistir a la recaudación de fondos.
—¿Qué? —Descruzó sus brazos—. ¿Por qué diablos hizo eso?
Mariana parecía incómoda. —Por tu culpa.
—¿Perdón?
Se encogió de hombros. —Mira, al director le preocupa que ustedes dos estuvieran en el evento, que tu presencia afectara la recaudación de fondos, y habrá un montón de gente conservadora que no quiere ser fotografiada…
—Paula vino ayer y me pidió que no asistiera, pero no me dijo nada más al respecto. —Cerró sus manos en puños—. La solución era fácil, yo no asisto.
—Sí, eso es lo que Paula dijo, pero él sabe que la prensa estará allí. No la dejarán en paz.
¿Por qué Paula no le dijo eso?
—Eso es una tontería. Ella merece ir.
—Lo sé. Estoy totalmente de acuerdo, pero eso fue lo que dijo el director. No hay nada que yo pueda hacer. —Mariana ladeó la cabeza un poco—. Debí haber imaginado que no te lo diría. Probablemente no quería que te sintieras mal.
Joder. Se sentía como una mierda. Paula no le había dado una razón para pedirle que no asistiera, pero si hubiera sabido que era por su culpa…
—De todos modos —dijo Mariana—, esta época del año no es buena para ella. Así que si le agregas el asunto de la Gala, sin duda, es mucho con que lidiar.
Pedro pasó la mano por su cabello. —¿Por qué no le gusta la Navidad?
Hubo una pausa. —Sus padres fueron asesinados en la víspera de Navidad, cuando ella estaba en la universidad.
—Mierda…
—No sé como era antes, pero desde que la conozco no celebra la Navidad. Supongo que por malos recuerdos, pero he tratado de remplazarlos con mejores recuerdos, ¿sabes? —Parecía cabizbaja—. Esperaba que ahora que salía contigo, las fiestas fueran más agradables para ella.
Pedro miró a Mariana. Paula le había dicho que sus padres habían muerto, pero no sabía cómo o cuándo ocurrió. Buen Dios, no era de extrañar que odiara la Navidad y, para colmo, su director la sacaba de la Gala.
Él estaba molesto y también… también estaba cabreado.
Girándose hacia la olla en la estufa, trató de imaginar lo que eran para Paula estos momentos y pudo imaginarlo fácilmente. Antes de que tuviera a la familia Chaves, la Navidad no era celebrada. No había suéteres ridículos, regalos, risas en toda la casa, o camarones hirviendo en la
¿ estufa. La Navidad para los Alfonso era fría y tan estéril como todo lo demás. Excepto porque su madre estaba drogada y su padre fuera por viajes de negocios, pero esto era diferente.
Diferente en muchos niveles.
Nada de esto debería afectarlo, pero lo hacía. Estaba molesto por Paula, y no quería que ella se sintiera sola en casa. Tampoco quería que no viera su trabajo de todo un año rendir frutos.
Quería arreglar esto. Era extraño, jodidamente extraño, pero
normalmente a los problemas que se enfrentaba los ignoraba o no los tomaba en serio. O alguien más lo solucionaba. Nunca los solucionaba él mismo.
Pero quería solucionar esto.
Una cosa iba a hacer justo ahora. La otra, la que involucraba una llamada telefónica a su contador y luego a la rata asquerosa de ese director, eso podría esperar.
—¿Pedro? —dijo la voz calmada de Mariana.
Él se giró, sus planes ya hechos. —Me tengo que ir.
¿Puedes disculparme con tu familia?
Mariana parpadeó lentamente, y luego sus ojos brillaron con
felicidad. —Sí, ya lo hago.
Comenzó a pasar a su lado, pero ella lo llamó por su nombre, deteniéndolo. —¿Qué vas a hacer?
Pedro no estaba cien por ciento seguro, pero sabía una cosa. —Voy a crear nuevos recuerdos.
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